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Alfileres de aleación de cobre, hechos a mano entre 1400 y 1800.. A la derecha, Lara Maiklem, autora del libro. EL NORTE
'Mudlarking' en el Támesis: Bombas, escudos y monedas de gran valor: las sorpresas encontradas en el fondo del río
'Mudlarking' en el Támesis

Bombas, escudos y monedas de gran valor: las sorpresas encontradas en el fondo del río

Lara Maiklem publica un libro donde cuenta su experiencia como buscadora de antigüedades en las riberas del Támesis

Víctor Vela

Valladolid

Miércoles, 18 de enero 2023, 10:00

«El Támesis es el paisaje arqueológico más largo de Inglaterra y miles de objetos que llenan nuestros museos proceden de su orilla», explica Lara Maiklem. De monedas a espadas medievales, de imágenes religiosas a zapatos de la época Tudor. Las riberas del río son depósitos de tesoros escondidos que personas como Lara exploran casi a diario.

Ella es la reina del fango, la exploradora del barro, la autora de 'Mudlarkin. Historias y objetos perdidos en el río Támesis', un libro que acaba de llegar a las librerías, de la mano de Capitán Swing, en el que cuenta su experiencia como rebuscadora de restos arqueológicos en el río londinense.

«El barro del Támesis es un conservante mágico», explica. «Es anaeróbico, lo que quiere decir que carece de oxígeno, y este es el motivo principal de que produzca premios tan excepcionales. Protegidos de un entorno húmedo y libre de oxígeno, materiales que de otro modo perecerían (madera, cuero, hierro y tela), pueden emerger perfectamente conservados».

Aquí la clave está en ese verbo: emerger. Porque el Támesis, con sus 25 grandes meandros, tiene, con respecto a otros ríos (como el Pisuerga), una ventaja fundamental a la hora de destapar vestigios.

Es un río de marea y su nivel depende de ella. El agua tarda seis horas en viajar río arriba (hasta más allá de cien kilómetros desde el estuario)y seis y media en regresar al mar. Entre la marea alta y la baja, el nivel puede variar entre los 4,5 y los siete metros. Así que el río deja al descubierto, durante unas horas al día, unas franjas de barro por las que pasean los exploradores (necesitan un permiso especial) a la caza de tesoros, de piezas que son «una llave a otro mundo y un enlace directo a vidas que han quedado en el olvido».

«A menudo, los objetos más pequeños cuentan las mejores historias», dice la autora de un libro que repasa algunos de esos objetos encontrados en el río y que le sirven para contar curiosas historias de Londres y su pasado.

Por ejemplo, ha encontrado bombas disparadas desde los cañones de la Torre de Londres y granadas de la II Guerra Mundial. Dice que uno de las piezas «más bonitas» que ha extraído del río es de un escudo (una lámina de bronce, alargada y redondeada), fechada entre los años 350 y 50 antes de Cristo.

Ha encontrado un herrete del siglo XVI que «pudo servir para adornar la camisola de un algún caballero»y que ha cedido al Museo de Londres. En sus exploraciones cotidianas hay objetos habituales. Como monedas, aunque no todas son tan valiosas como esa pieza romana acuñada en la actual Milán en tiempos del emperador Honorio (393-423). Ha encontrado además anillos de compromiso, cajas con cenizas funerarias, toneles y jarras, zapatos, pipas de arcilla o tipos de prensa. Estas son las antiguas piezas de metal que utilizaban las imprentas para componer los textos. Y hubo un encuadernador, T. J. Cobden-Sanderson (1840-1922), que arrojó al Támesis más de medio millón de tipos de plomo a la altura de Hammersmith.

Juguetes perdidos, como muñecas del siglo XIXy soldaditos de plomo. el norte

Cuenta Maiklem que el arqueólogo que comenzó a conceder valor a estos hallazgos fluviales fue Ibor Noël Hume (1927-2017). Él fue un pionero a la hora de «reconocer la importancia histórica de los objetos encontrados en la orilla.Hasta entonces, la mayoría de los arqueólogos menospreciaban los artilugios hallados fuera de contexto, porque les atribuían un valor histórico inferior. Pero él defendió que había que rescatar y valorar los objetos por sí mismos, con independencia de su procedencia».

Objetos como unas fichas de cobre y de latón que las autoridades permitieron fabricar entre los años 1648 y 1672 para hacer frente a la falta de moneda oficial. Los comerciantes o taberneros fabricaban las suyas propias y las aceptaban como medio de pago. Lo hizo por ejemplo Robert Kingsland, que mandó hacer medio millón de fichas para que sirvieran de cambio en su taberna, Noah's Ark.

El libro aprovecha estos restos para explicar curiosidades de la historia de Londres: cómo nació su alcantarillado o que los ladrillos son más grandes a partir de 1784. Ese año se empezó a cobrar un impuesto por cada mil ladrillos fabricados para costear las guerras de las colonias americanas. La solución, para no pagar el tributo, fue fabricar ladrillos más grandes. Y sí, varios de ellos han sido hallados también en el Támesis.

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