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El Nautilus que Verne construyó para recorrer sus '20.000 leguas de viaje submarino' tiene una biblioteca de 12.000 libros. A su vez, Manuel, uno de los protagonistas de 'Beatus ille', de Muñoz Molina, es lector devoto del patriarca de la ciencia ficción. Matilda, ... el personaje de Roald Dahl, se ha empapado casi todo Dickens, por supuesto 'David Copperfield', quien lee «como si le fuera en ello la vida» y atesora en su habitación ejemplares de 'Don Quijote', 'Tom Jones' y 'Robinson Crusoe', entre otros libros. Lo trenza Emilio Pascual Pascual en 'El gabinete mágico' (Siruela). El filólogo segoviano ha erigido un laberinto literario con las bibliotecas imaginarias que los escritores crearon para sus personajes. La idea le ronda desde niño, cuando le fascinó 'Don Quijote'. Ha ido añadiendo estanterías, las de otros 74 personajes.
«En el fondo este libro no es más que una sucesión de glosas de lo que he leído», dice quien hizo de la lectura su profesión (trabajó en Anaya y Cátedra) y sigue siendo pasión. Comenzó con bibliotecas que salían en novelas juveniles, como las de Tom Sawyer, Matilda, Bastián ('La historia interminable'), que publicaba en la revista 'CLIJ', dirigida por Victoria Fernández, a quien dedica el libro. Corría 1993.
Pascual siguió anotando bibliotecas de ficción, marcado por sus dos autores de cabecera, Cervantes y Borges. «'El gabinete mágico' tiene un desordenado orden marcado la asociación de ideas. Tan solo hay tres seguidas, hilvanadas por estar en un morral de cuero, en una maleta gastada y en un baúl mundo, aunque los autores nada tengan que ver entre sí. Solo sabía cual tenía que ser la última, la biblioteca celestial».
Si un libro remite a otro, cuanto más una biblioteca a otra. «A veces el bibliotecario es fundamental a la hora de admitir o rechazar un libro, sobre eso tiene mucho que decir Umberto Eco», a quien descubre en el anacronismo de señalar antes de tiempo que el mundo estaba dividido en cinco continentes.
Rabelais crea una biblioteca escatológica para el San Víctor de 'Pantagruel' presidida por 'El arte de tirarse pedos'. Las hay que caben en la cabina de una máquina, como la de Manuel Rivas en 'El maniobrador de grúas'. El autor gallego sostiene que 'Los libros arden mal', pero Pascual muestra ejemplos que apuntan lo contrario. «Las bibliotecas parece que están abonadas al fuego. La de Alejandría, por ejemplo. ardió tres veces».
Cuando un personaje toma la drástica decisión de quemar libros sus indultos son elocuentes. El barbero de Don Quijote libra de tan ardiente destino 'La Galatea', porque «es de un amigo suyo», ironía de Cervantes, que también sustrae del fuego el 'Palmerín de Inglaterra' y 'Tirant lo Blanc'.
Pero el personaje literario que más libros quema, «lo hace durante veinte novelas», es Pepe Carvahlo, el detective de Manuel Vázquez Montalbán. «Es paradigmático y está hermanado con Don Quijote. En el caso de Cervantes es importante la hoguera por los libros que se salvan, en el caso de Montalbán, por los que se condena. Carvahlo tiene un significado particular, incluso generacional. Es el alias de Montalbán y su biblioteca es el testimonio de un desencanto, de haber llegado al final de vida en la que se pregunta '¿para qué tanto libros que no me han enseñado nada e incluso a veces me han engañado?'».
Entre los autores más repetidos en estas bibliotecas imaginarias, Pascual distingue dos categorías. «De los clásicos, la que más se repite es la 'Odisea' de Homero y también Virgilio, seguidos de Lucrecio, a ratos perdidos», explica el escritor. «Si avanzamos en el tiempo, Shakespeare y Cervantes aparecen continuamente».
Aunque no buscaba ser un recorrido por literaturas del mundo, lo cierto es que recala en algunos autores asiáticos, americanos y africanos. En cantidad, sin embargo, predominan las franceses. «Me di cuenta a posteriori, no fue premeditado. Hay casos como el de Anatole France que no me seducía mucho hasta que descubrí que poco después de recibir el Nobel en 1921, un año antes del de nuestro Jacinto Benavente, se le incluyó en el Índice de Libros Prohibidos, lo que llamó mi atención y me metí a fondo en su obra. Así descubrí que había varias bibliotecas en sus libros. Otros franceses fueron por afición como Voltaire y su concomitancia con el Cándido de Sciascia. Los libros son como las cerezas vienen engarzados unos en otros».
También hay dos personajes que leen por orden alfabético, el Bouville de 'La náusea' de Sartre y otro en Millás. Esas asociaciones las deja Pascual para las notas a pie de página, como una suerte de juego de digresiones personales. «El libro se puede leer página por página o separando el texto superior y el inferior». Y hasta la biblioteca de Pedro Sánchez, el personaje de Pereda. «Fue una casualidad, estaba escrito antes de tener un presidente con ese nombre».
Lo que no estaba entonces en el debate público era la corrección política de la literatura. «Lo que están haciendo con Dahl o con Tom Sawyer es una tontería. ¿Qué quieren que ni siquiera sepamos cuándo y por qué escribió alguien?», se pregunta.
Emilio Pascual nació en 1948 en Tejares «un pueblo de Segovia en el que no había ni luz ni agua. Un libro era un lujo. Luego fui comprando y tendré en torno a los veintitantos mil, pero la mía es una biblioteca de papel, de lectura, no son objetos reverenciales». ¿Cómo ve el libro hoy? «El formato es solo una cuestión sociológica. El libro es el soporte de un contenido de algo que alguien quiere transmitir. No fue recibido con los brazos abiertos por todos. Piénsese en la creación de la imprenta. Hoy nos parece un gran hallazgo porque supuso la socialización de la lectura, pero los bibliófilos que amaban el objeto, esos manuscritos miniados, pensaban que el libro era una trivialización. En el XVII, 150 años después de la imprenta, Saavedra Fajardo decía que los antiguos habían reflexionado mejor porque leían en pergaminos, más difíciles que los libros. No hay que idolatrar el papel, lo interesante es la lectura. Eso sí, el cambio de soporte puede transformar el estilo. Somos hijos de la rapidez».
Después de tantos libros, Pascual no cree que necesariamente nos hagan mejores, «pero el ser humano es un ser de ficciones. Si no hubiera sido por inventar y creer en algunas historias construidas seguramente la especie no hubiera sobrevivido. Lo dice Harari».
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