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Librerías y bibliotecas públicas de Valladolid son destinos preferentes en el callejeo urbano de Manuel Saravia (Valladolid, 1953). En las estanterías de esos espacios culturales ... y en el Archivo Municipal sacia curiosidades lectoras este doctor en Arquitectura, jubilado de la docencia y exprimer teniente de alcalde por Valladolid Toma la Palabra entre 2015 y 2023.
Este martes acudió al Ateneo convocado para reflexionar sobre 'Ciudades escondidas en las bibliotecas', una cita que le sirvió para ofrecer su idea sobre lugares públicos de lectura e intercambio intelectual y su relación con Internet y el libro impreso.
Puso en liza un informe del Ministerio de Cultura que alerta de la disminución en España del número de bibliotecas desde 2012. Sin ser el caso de Valladolid, el dato le llevó a proponer un itinerario por algunas de las 19 bibliotecas públicas diseminadas por la capital. ¿Están condenadas a la extinción las bibliotecas de papel ante la pujanza de la cultura digital? «Yo creo que tienen futuro y razón de ser», sostiene categórico Manuel Saravia.
«No solo aportan el valor del tacto del libro, sino que las estanterías te permiten curiosear, encontrar relaciones entre volúmenes no buscados, algo que en Internet es más difícil, porque el algoritmo predetermina gustos y búsquedas haciendo imposible esos hallazgos inesperados; creo que ahora es más difícil encontrar las cosas porque se ha entrado en una mercantilización abrumadora, y con la Inteligencia Artificial es posible que se profundice en esta dinámica».
El exresponsable municipal de Urbanismo habló también de la función de las bibliotecas como equipamiento cultural que atrae a usuarios en torno a actividades asociadas a la lectura. «Yo las frecuento para buscar libros, y en algún caso voy con mi ordenador para hacer cosas allí», apunta quien suele frecuentar salas de lectura de la facultades de Arquitectura y de Filosofía y Letras, aunque con mayor frecuencia, la Biblioteca de Castilla y León en San Quirce. Sus últimas incursiones, a la búsqueda de títulos sobre paisaje, «un tema muy agradecido; y últimamente, cuestiones relacionadas con la vivienda, menos agradecido».
Del papel indispensable de los bibliotecarios para descubrir libros ocultos y del «afecto mutuo» entre ciudades y bibliotecas también se ocupó el docente, ahora jubilado. «Mejor bibliotecarios que algoritmos; 'si compraste esto, tal vez te guste esto', te redirige el ordenador o el móvil. El sector digital aún no ha encontrado modo de replicar los hallazgos que puedes encontrar curioseando en una estantería.La pura condición tangible del libro es un elemento clave de su éxito».
Al frente de una candidatura única, a mediados de enero resultó elegido el médico Luis María Gil-Carcedo García como presidente del Ateneo, tomando el relevo del historiador y periodista Celso Almuiña, que ha estado al frente de la institución cultural desde 2015. Luis María Gil-Carcedo García es catedrático jubilado de Otorrinolaringología y Cirugía de Cabeza y Cuello de la Universidad de Valladolid y exjefe del servicio de la misma especialidad en el Hospital Río Hortega. Le acompañan en su candidatura Concepción Porras, Fernando Davara, Miguel López Coronado, Alicia Armentia, María Aránzazu Moretón, Enrique Berzal, Ana María Velasco Molpeceres, José Vidal Pelaz, Angélica Tanarro y Juan Canal Díez.
Abordó también casos de publicaciones ocultas o destruidas por «sinrazones políticas o religiosas», y enumeró ejemplos de bibliotecas escondidas en la ciudad por el gusto del secreto, como la Vallicelliana de Roma (el archivo secreto del Vaticano), algunas concebidas para salvar libros prohibidos (Bibliotheca Abscondita de Felipe II y la Pública de Chicago), la de la Villa de los Papiros (Herculano) arrasada por la erupción del Vesubio, las destruidas por la guerra como las de Gaza y Sarajevo, o las venidas a menos por desidia, «como la Colombina de Hernando Colón en Sevilla, que conserva únicamente 4.000 volúmenes de los 15.000 que la constituyeron». Su biblioteca, confiesa, caótica: «Hay tal desorden que puede aparecer cualquier cosa; he ordenado los libros por temas, autores, colores, editoriales, fecha de adquisición... pero ahora es un caos, cada vez que tengo que buscar algo paso un buen rato hasta que doy con el libro». De momento, en su mesilla reposa 'Filosofía de la casa', de Emanuele Coccia, y le han prestado 'Dispara, yo ya estoy muerto', de Julia Navarro, pendiente de leer.
La biblioteca como elemento esencial de la ciudad y de los equipamientos urbanos, la proliferación de bosques con plantaciones de árboles destinadas a papel y el auge de la venta de títulos de segunda mano le llevan a Saravia a augurar «larga vida» al libro impreso.
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