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El sueldo era «tan miserable» y el empleo tan comprometido que «en todo Valladolid solo se encontró a dos hombres honrados y valientes dispuestos a jugarse la vida». Buena parte de la meseta estaba amedrentada por una de las bandas más importantes de salteadores, que ... cometían sus tropelías sin obstáculo alguno entre las provincias de Zamora, Valladolid, Ávila y Salamanca.
Estamos en la bisagra entre los siglos XVIII y XIX. Y el 19 de abril de 1800, según recogen los documentos del fondo histórico de la Diputación foral de Álava, el presidente de la Real Chancillería de Valladolid, Francisco de Berruezo y Portillo, escribió una carta pidiendo ayuda. Reclamaba unos policías fiables –«aquellos que llaman miñones»– para encauzar la situación ante la enorme cantidad de «facinerosos que saquean a la mayor parte de vecinos».
La petición del «juez oidor subdelegado de vagos, ociosos y mal entretenidos de la ciudad» llegó al diputado general de Álava y marqués de Mortuño María de Aguirre. Yla atendió.
Jorge Cabanellas, miñón en activo e investigador, cuenta este episodio en su tercer libro, 'Historia de los miñones de Álava', un ensayo sobre este cuerpo de policía, dependiente de la Diputación Foral de Álava, que vivió una importante misión en tierras castellano y leonesas.
De hecho, aquí, en la provincia de Zamora, tuvo lugar un momento clave. Hasta ahora se creía que los primeros miñones alaveses muertos en acto de servicio fueron los 118 que Zumalacárregui fusiló en 1835 en Heredia, en el contexto de la Primera Guerra Carlista. Pero no fue así. 35 años antes, en 1800, un agente cayó en acción. Este sí, el primero. Domingo de Amezaga.
Incluso se ha hallado la tumba en la que todavía reposa. Yestá a 330 kilómetros de Vitoria. En Fuentesaúco (Zamora). En su iglesia de Santa María del Castillo.
Allí, en el suelo del templo, casi nada más entrar, hay una lápida, con el número 12, con los restos de aquel agente. El alcalde de Fuentesaúco (hoy 1.491 habitantes), Eduardo Folgado, reconoce que la historia ha «pillado por sorpresa» a los residentes en la localidad.
«No teníamos ni idea. El investigador vino aquí, estuvo con los vecinos que tienen la llave de la iglesia. Buscó la tumba y nos contó la historia. Ojalá pueda volver pronto a presentar su libro», asegura Folgado.
¿Cómo llegó aquel policía hasta allí? La culpa la tienen El Chafandín, Manuel Fernández 'El Pollo' y El periquillo. Eran los integrantes más famosos y pendencieros de una banda de salteadores que (con trabucos, pistolas y armas blancas)tenía atemorizadas a varias localidades de Valladolid, Zamora, Salamanca...
La banda estaba compuesta por cerca de treinta individuos y trabajaban todos juntos o, de forma habitual, «en grupo, repartidos en cuadrillas que atacaban varios lugares a la vez», como explica Cabanellas en su libro e informa Sergio Carracedo.
El juez de la Chancillería intentó en vano controlar a estos salteadores. «Había recurrido en más de una ocasión a los militares de la época, pero les tenía por muy corruptos, ya que hacían todo lo posible por desbaratar cualquier posible detención». «A sus oídos habían llegado noticias de que en Álava, en esa época una parte más de Castilla como otra cualquiera, estos policías eran fiables y honrados», así que pidió ayuda.
Llegaron siete miñones que, en comunión de dos nuevos policías vallisoletanos, emprendieron pronto la persecución. Pero cuando llevaban pocos días, sufrieron una emboscada de quienes menos se lo esperaban, de un grupo de militares corruptos en Fuentesaúco. Y en esa escaramuza resultó herido Domingo de Amezaga, 45 años, casado, tres hijos.
Las heridas fueron tan graves que no lo pudo superar. Murió. Los alcaldes zamoranos estaban tan agradecidos por su acción que enterraron al miñón, con gran pompa y ornato, el 13 de junio de 1800, en la propia iglesia local de Santa María del Castillo, colocando encima la losa número 12, pero sin ninguna inscripción que lo identificara.
Después de varias aventuras vallisoletanas, el grupo de miñones volvió a la persecución y, en su libro, Cabanellas narra cómo los salteadores, sabedores de tenerlos encima, buscaron lugares donde sabían que podían recibir auxilio, «huyendo por las localidades de Fuentesaúco, Zamora, Toro, Benavente, La Bañeza, Moral de la Reina, Villafrechós o Medina de Rioseco», según recogen las cartillas militares de quienes intervinieron, y que han servido (junto a documentos de varios archivos) para la investigación de Cabanellas.
En diferentes tiroteos y encontronazos, la banda fue mermando y varios de sus integrantes acabaron muertos (fueron «exterminados, como se decía en la época»), heridos y capturados hasta la total disolución. Tres meses después, la misión de los miñones terminó y regresaron a Álava.
'Historia de los miñones de Álava'. Jorge Cabanellas. Ediciones El gallo de oro. 496 páginas. 25 euros.
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