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Ocupa una considerable porción en el mapa del sudeste asiático pero Myanmar, antigua Birmania, está encofrada históricamente entre la inmensidad de India y el emporio turístico tailandés. Formó parte del Imperio Británico y tras su independencia apenas es una fuente de teca y ... gemas en el mercado mundial. Uno de los países más pobres de la tierra luce una sonrisa permanente, tiene un ejército de millones de monjes y una colección de paisajes casi vírgenes. La crisis de los rohinya en 2017 le hizo un breve hueco en la política internacional, aunque el afán justiciero de Occidente quedó en reproche a la inacción de la Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi. Se le reclamaba devolviera los honores sin siquiera llamar a su país por su nombre.
La mujer que estuvo confinada en su casa de Yangón de 1996 a 2010, que no pudo acudir ni al entierro de su marido, sigue siendo la autoridad moral nacional.
Siglo y medio de dominación británica no dejó poso en la política de una nación casi medieval. Daniel Mason, biólogo que iba a estudiar la malaria a finales de los noventa, terminó escribiendo una novela sobre un oficial inglés perdido en las montañas del estado Shan, 'El afinador de pianos' (Salamandra). Como el Kurtz de Conrad en el corazón de las tinieblas centroafricanas, Anthony Carroll, médico, lleva allí mucho tiempo. Tanto que siente legitimada la extravagante petición a sus superiores en Londres de un piano Erard y la amenaza, de no ser satisfecha, de retirarse. El preciado instrumento, el más aclamado a mediados del XIX, es enviado en una epopeya que transcurre a lomos de elefante en su último tramo. Pero la humedad tropical y la altura de la meseta descompensa macillas y cuerdas requiriendo los servicios de un afinador profesional. Ahí comienza la aventura de Edgar Drake, el técnico enviado por la metrópoli. El joven afinador londinense tiene ante sí la aventura de su vida, ir hasta los confines del imperio. A medida que se aleja de Londres, sus sentidos se desperezan. A través de las cartas a su esposa, el lector se asoma a la transformación de la mirada del viajero. A medida que se acerca al destino, el choque cultural, el asombro por la tierra de las pagodas, por los longyis (pareos) de los hombres, por la misteriosa sensualidad de las mujeres, y una vez encuentra el objetivo, por cómo un compatriota sobrevive entre gentes con las que se relaciona a través de la música de su piano. Por cierto, hoy es el Día Internacional del Piano. La tierra de los Shan forma parte del Triángulo de Oro, allí se cultiva opio y durante décadas el control sobre montañeros y turistas ha sido férreo, con salvoconducto y toque de queda. El lago Inle, su atracción turística más célebre, reúne en sus orillas varias aldeas de casas sobre palafitos, con huertos, jardines y mercados flotantes.
Casi setenta años antes que Mason, George Orwell publicó 'Los días de Birmania', novela en la que este hijo de oficial británico, nacido en la India, y oficial él mismo en la hoy Myanmar durante un lustro, rememoraba esa experiencia. El escritor eligió el nombre de un barrio de Rangún, actual Yangón, para levantar una aldea imaginaria, eso sí a las orillas del Irawady, río navegable que conecta la norteña Mandalay con la capital antes de desembocar en el Índico. Allí hay un asentamiento británico, micromundo en el que Orwell despliega su crítica a la política imperial. El supremacismo blanco, base de la misma, solo se sostiene por la fuerza. Flory, un comerciante de la madera amigo de un médico indio, quiere que los demás traten a Veraswami como un igual. Comenzará su cruzada para lograr su admisión en el club, reducto aristocrático de la minoría dominante. Las intrigas, la corrupción, el chantaje y el amor irán enredando la historia.
Budas sedentes, reclinados o cubiertos de pan de oro presiden la vida de los birmanos antaño y ahora. Del imperio queda una réplica del Big Ben en cada ciudad. Los monasterios son más que referentes religiosos, también educativos y políticos, en los de Mandalay se ha cebado la represión militar. Cada mañana los conductores compran ristras de jazmín para colgarlos en sus vehículos y las mujeres, para adornar su pelo. Las campanillas de las pagodas dejan su música al albur del viento y los banyanes invitan a quedarse bajo su sombra. Myanmar es para el visitante un paraíso discreto.
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