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«Para ella Francia era el país más bonito del globo», dice el protagonista de 'El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes' (Impedimenta). París como la capital envidiada, la Revolución Francesa como triunfo de los ideales ilustrados y las ... galas como el epitome de la feminidad son tópicos extendidos entre los europeos. De Chopin a Van Gogh de Kundera a Arrabal, de Ionesco a Tibulaec, París ha sido ciudad de acogida y eterna exposición.
Desde la capital de la luz (también lo es Madrid como demostró Velázquez) cogemos el autobús hacia dos destinos turísticos costeros, para lo que hay que atravesar el tesoro nacional, la Francia rural. Ahora que las carreteras están cerradas, basta asomarse a la tele. No hay país que se cuele en nuestro imaginario con un programa de cocina y una serie de películas de serie C sobre asesinatos como el de nuestros vecinos. Mientras la mayor parte de los guiones pivotan en torno a una pareja de detectives, los franceses ponen el acento en sus paisajes y patrimonio, no en vano acuñaron el chovinismo.
Los protagonistas de la novela de Tatiana Tibuleac, que viven en un suburbio del cinturón londinense, pasan el verano en un pueblo de la costa bretona. Es un destino natural de los ingleses cuando abandonan su insularidad por ferry para admirar el tipismo continental. Tibuleac (Chisinau, 1978), periodista moldava residente en París, forma parte de esa generación nacida en una Europa sin fronteras en la que se mueven libremente.
Sin embargo sus personajes son emigrantes económicos, polacos establecidos en Gran Bretaña como parte del éxodo provocado por la caída de los regímenes comunistas. Tibuleac se centra en Aleksy y su madre, la sociología es un leve marco que rodea el interés del fresco: la relación maternofilial. Desde el comienzo milita en una prosa descarnada, directa, en la primera persona de un adolescente egocéntrico, herido por la enfermedad mental, resentido con una progenitora que no soporta y un padre que le abandonó. Por su dureza, el tono de Tatiana ha sido comparado con el de Agota Kristof, la húngara-suiza cuya novela 'Claus y Lucas' acaba de reeditar Libros del Asteroide.
Aleksy acompaña a su madre al pueblo francés, a pasar el verano a cambio de una recompensa. Poco a poco descubrirá el porqué de ese viaje final, de ese chantaje fácil. En medio, la travesía inversa con una madre, de la muerte a la vida. La relación se irá equilibrando, el odio, la vergüenza, darán paso al cariño, a la comprensión.
El crudo monólogo del joven, que lo inicia a requerimiento del psiquiatra, va salpicándose de unos versos sueltos, siempre en torno a los ojos de la madre. Conmovedora y triste 'El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes' va por su quinta reedición en España en cuatro meses.
Parada de cruceros
Aleksy encuentra su camino en la pintura como lo hace la 'Charlotte' (Alfaguara), de David Foenkinos. El escritor parisino se dio a conocer internacionalmente con esta reescritura lírica de la vida de Charlotte Salomon, pintora alemana que hizo su obra en apenas los dos años que vivió refugiada con sus abuelos en una villa de Villafranche-sur-Mer. El pueblo de la Costa Azul que más cruceros recibe de todo el litoral francés (aunque carezca de puerto), allí donde hoy tienen palacete Tina Turner, Bono o Elton John, en esa terraza al Mediterráneo descubrió Charlotte Salomon la historia de su familia y allí pintó cientos de cuadros, algunos expuestos en una retrospectiva en Barcelona el pasado año. También ella se salvó por los pinceles aunque para morir en Auschwitz.
Si Tibuleac elige la confesión en primera persona, Foenkinos (París, 1974) se decanta por la descriptiva tercera. Es un observador asombrado que da cuenta de sus visitas a Berlín para constatar la breve huella de la vida de Charlotte en placas y archivos. Hija de un cirujano, Albert, y de Franciska, su nombre es herencia de una tía materna muerta, pronto será huérfana de madre. Perteneciente a una familia judía, abandona Alemania y se retira con sus abuelos maternos. Allí la joven creará un mundo naif, matisseano, y allí encontrará respuestas a una biografía llena de ausencias. Las mujeres de su linaje materno se suicidan. La pintura como tabla de salvación, la creación teatral y musical como razón de vida, sostiene a Charlotte, que morirá gaseada a los 26 años.
En cualquier caso, siempre quedará el París burgués de Modiano, la exquisitez de Quignard o la cotidianidad suburbial de Marie-Hélène Lafon.
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