Daniel V. Villamediana, escritor
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Daniel V. Villamediana, escritor
«Hasta el ataque de Pearl Harbor, los nazis estaban bien vistos en Estados Unidos»«País que pisa, país que entra en guerra». Esa es la maldición que persigue al protagonista de 'Las siete vidas de Max von Spiegel' (Ediciones B). El novelista vallisoletano Daniel V. Villamediana recrea la Europa de entreguerras y lanza su pícaro superviviente a Francia, ... Alemania, España y después EEUU. Desde su apellido, Del Espejo, sugiere la importancia de la identidad, variable en este caso, de la imagen, de las cámaras. El autor de 'La belleza de lo oculto' aúna sus dos pasiones; cine e historia.
–Max, uno de los nombres de su protagonista, ¿es un buscavidas, un impostor? ¿de dónde nace?
–Tenía muchas ganas de hacer una novela sobre cine, investigué y no hay tantas. Me gusta mucho relacionar cine e historia. El siglo XX no se entiende sin el cine, ni el cine ajeno a lo ocurrido en esa centuria. Y mezclarlo con la novela picaresca, con un superviviente que hace lo que sea por salir adelante y encuentra en la imagen una forma de vivir que termina por convertirse en una obsesión que le lleva a cometer excesos. Quería contar en primera persona la experiencia de alguien que vive los principales acontecimientos históricos y cómo sortea los obstáculos con el espíritu de un caradura inmoral, divertido, que va cambiando según las vidas que le tocan. Primero pierde su lugar en el mundo, luego vive en exilio, carece de identidad lo que le convierte en un ladrón de identidades y eso le lleva a cambiar de personaje como quien cambia de película hasta el punto de no saber quién es. Ese planteamiento me pareció interesante para novelarlo.
–La cámara de un muerto marca su vida. ¿Por qué le interesan las lentes?
–El fotógrafo le enseña un oficio que le fascina pero la cámara es un arma que lleva la muerte. Por otro lado, se hace fotógrafo gracias a las imágenes que hay dentro de la cámara con las que se falsea su identidad. Quería reflexionar sobre la relación de la fotografía y los muertos.La fotografía se usó en sus inicios para retratar a lo que se iban y las batallas. Las cámaras han sido testigos de las brutalidades y catástrofes del siglo XX. La cámara tiene su lado oscuro, el cine captura el alma de los demás, se apropia de ella. Tiene un elemento diabólico.
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–Sin embargo, prosperará con la fotografía erótica.
–Del barro de las trincheras emerge la República de Weimar, acompañada de excesos y orgías. La fotografía erótica vive un gran momento con Anita Berber como protagonista, era muy conocida por bailar desnuda y por su relación de Fritz Lang. Esa época acabaría de forma dramática, con el nazismo.
–Es también la huida de Max por las guerras del siglo XX y la cuenta cronológicamente.
–Tengo formación como historiador y me parecía importante ubicar al lector dentro de los 30 años –periodo de entreguerras de 1914 a 1945– en los que hay muchos cambios. Quería que se entendiera el paso del tiempo y cómo Max es moldeado por las circunstancias. Todos, incluso hoy aunque no lo veamos por inmediatez, estamos gobernados por las circunstancias. Dentro de unos años nos daremos cuenta de por qué hacemos las cosas como las hacemos. La historia nos obliga y maneja y hacemos cosas que no querríamos. Yo soy yo y mis circunstancias históricas.
–¿Sus circunstancias no le permiten rodar lo que cuenta esta novela? ¿Por eso dejo el cine por la literatura?
–Empecé escribiendo con 13 años, me encontré con el cine y desarrollé mi vena creativa con él. Cuando hacía películas pequeñas estaba muy limitado por el presupuesto, con la literatura tengo libertad absoluta, el presupuesto no es un límite. Es una novela que se convertiría en una película muy cara que no podría filmar. No hubiera podido rodarla, pero nunca se sabe.
–Max cambia de idioma y de uniforme y se convierte en otro. ¿Sigue existiendo esa picaresca de supervivencia?
–Sigue existiendo la picaresca de alto standing. Siguen existiendo espabilados y en momentos de crisis aparecen más. Son actores natos, como Max, capaces de convertirse en quien sea y la gente los cree. Es una cuestión de fe, si crees en la persona, le abres la puerta. En el momento de la novela, en el periodo de entreguerras, se jugaba la vida, era eso o morir. Hoy aquí solo es una cuestión de riqueza.
–Entre los personajes reales está Fritz Lang. ¿Era tan odioso?
–Suele pasar con los artistas, cuando indagas en sus biografías, pocos salen bien parados. El caso de Lang es paradigmático. Su cine me gustaba mucho, es clave en la cinematografía alemana y en la estadounidense. Allí rodó películas tan fundamentales como 'Furia' y 'La mujer del cuadro'. Es de los pocos directores que fueron importantes en ambos continentes, con géneros distintos –existencialista, clásico, negro–. También era un tirano, cruel con actores, de los que creía que el fin justifica los medios, además tenía una oscura vida sexual, se drogaba... He inventado poro, era un personaje poco afable. Vivió en un momento en el que los directores tenían un poder total, un dios en los estados UFA, que ponían a su disposición presupuestos exacerbados, miles de extras, no había límite ni cortapisa. A la actriz de 'Metrópolis' la maltrató de todas las formas posibles.
–Cuenta el rodaje de 'Metrópolis' y parece que hay un paralelismo paradójico entre el guion y las condiciones de trabajo que denuncia y, sin embargo, sufrían los actores.
–Muy contradictoria, se supone que critica el submundo de la explotación del proletariado por una elite pero durante el rodaje él era la elite y explotaba a niños y hombres, algunos a punto de ahogarse en la repetición de tomas peligrosas, sin ninguna seguridad. Brigitte, la protagonista, tuvo que llevar un traje asfixiante, casi se quema, pasó de todo. Es una contradicción respecto al mensaje conciliador de la película.
–Llega Fritz Lang al Hollywood de la edad de oro ¿cómo vive esa manera tan distinta de entender el cine?
–Fue un choque brutal para Lang, que tuvo empezar casi desde cero como tantos otros directores emigrados, –Billy Wilder, Ernst Lubitsch, Zinnemann–, que tuvieron que buscarse la vida. Habían sido muy famosos antes pero tuvieron que demostrar lo que valían a los estudios, productores y sindicatos que manejaban el negocio en EEUU. Lang trabajaba en Europa sin ningún límite, allí tuvo que adaptarse. Le fue complicado pero salió airoso. Hizo obras maestras y se convirtió en una figura fundamental.
–Max es visitado por un cazador de nazis ¿cómo cambió la percepción de ellos en EEUU?
–En EEUU pasó algo raro. Antes de Pearl Harbor los nazis estaba bien vistos, había asociaciones grandes a favor de Hitler y se manifestaban sin problema.Después del ataque japonés, fueron eliminadas algunas librerías pero no hubo detenciones, a diferencia de la reacción contra los japoneses. Los americanos hicieron campos de concentración donde se encerró a miles de japoneses preventivamente por posible conspiración. Aún así hubo cazadores de nazis, el que sale es un colaborador real del FBI que buscaba quintacolumnistas, nazis infiltrados que hicieron algún sabotaje, nada relevante.
–¿No le interesa el siglo XXI?
–Me cuesta, siempre pienso y enfoco a través del pasado. Me gustaría. En la siguiente novela abordo los sesenta y setenta, me voy acercando. Aunque antes, para primavera, saldrá otra novela protagonizada por un perro parlante en el XVI que se enfrenta al Felipe II.
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