Cafería parisina en los años 20 y portadas de los libros. Museo Arte Contemporáneo de Alicante/El Norte
Los libros de la semana

Arte, drogas y literatura: cuando París era una fiesta y despertaba tarde

Un ensayo y la última novela de Máximo Huerta recorren la ciudad del Sena en los años optimistas y olvidadizos posteriores a la Primera Guerra Mundial

Víctor Vela

Valladolid

Domingo, 4 de febrero 2024, 20:27

En aquellos años, París era una fiesta. James Joyce daba saludables paseos por la alameda de los Campos Eliseos. Rilke fue acusado de marcharse de una barbería sin pagar. A Simenon (que escribía a una velocidad abrumadora) le ofrecieron encerrarse durante tres ... días y tres noches en una jaula de cristal para idear una novela en la terraza del Moulin Rouge. André Malraux y su esposa Clara Goldschmidt metían en los baúles con los que viajaban a Asia multitud de sierras de metal para arrancar las estatuas de los templos camboyanos y luego venderlas en el mercado negro. Una colección apabullante de pintores, músicos, actores, escritores, poetas y cantantes paseaban de día y disfrutaban de noche en una ciudad desenfrenada y entregada al olvido.

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  • 'La otra mitad de París' Giuseppe Scaraffia

  • Periférica. 460 páginas. 23,50 euros.

  • 'París despertaba tarde' Máximo Huerta

  • Planeta. 472 páginas. 20,90 euros.

«París es la única ciudad de Francia en la que uno tiene la impresión de que, en cualquier momento, puede suceder algo que merezca la pena», decía André Bretón. Europa salía de la gran guerra, de esa cruel contienda que entre 1914 y 1919 pareció destrozar cualquier esbozo de esperanza, y el continente tenía que lidiar además con los millones de muertos de la gripe del 18. Demasiado luto para una ciudad que quería olvidar. Y en la que las mujeres habían jugado un papel fundamental. Después de tantos años con sus maridos fuera, no estaban dispuestas a perder ni un centímetro del terreno que habían conquistado. «Tras haber sustituido en la vida civil a los hombres destinados al frente, ahora las mujeres ya no tenían miedo a conducir automóviles ni a fumar en publico», explica Giuseppe Scaraffia en 'La otra mitad de París', concienzudo, entretenido y divertido retablo de anécdotas en el que revisa la vorágine cultural y social que vivió París durante el periodo de entreguerras.

En aquellos años, los felices 20 del siglo pasado, «la vida se les figuraba breve y había que disfrutarla deprisa». En París vivieron y por París se asomaron genios como Henry Miller y Anaïs Nin, Stefan Zweig y Marcel Duchamp, Simone de Beauvoir, Marcel Proust, Coco Chanel, Isadora Duncan… La ciudad de la luz era el centro del mundo. De un mundo artístico y desprejuiciado que, sin embargo, pronto empezaría a mostrar sus sombras.

«Solamente los más pesimistas se dieron cuenta de que lo que parecía ser un magnífico amanecer era en realidad un extraordinario ocaso al que la larga noche de la invasión nazi acabaría poniendo fin», escribe Scaraffia en el prólogo de un libro impresionista en el que, como si fuera una guía turística, repasa los rincones de la orilla derecha del Sena por donde se movían, entre 1919 y 1939, personas como Picasso, Jean Cocteau, Colette, Francis Scott Fitzgerald.

O una jovencísima Marguerite Yourcenar, que iba a ligar a Thé Colombin, un salón de té hoy desaparecido al que iba a coquetear con mujeres gracias a «sus ojos claros de trazo levemente oriental y esa voz áspera y dulce, como las notas graves de un violonchelo». Thé Colombin era uno de los muchos clubes, de los numerosos prostíbulos, de los cafés y los fumaderos de opio donde bullía París.

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«El Ritz era el centro de la cultura y la frivolidad», cuenta Scaraffia. Por allí se dejaba ver la marquesa Luisa Casati, quien se ponía serpientes como pulseras y pendientes y luego pedía a los camareros que le llevaran conejos vivos para alimentar a los reptiles. Allí, en una suite del hotel, vivió durante treinta años Cocó Chanel. Allí, en aquel hotel de luces rosadas «para acentuar la belleza femenina», pasaba largas veladas Marcel Proust, quien acudía para coger ideas con los que adornar a los personajes de sus libros. Cuentan que el autor de 'En busca del tiempo pérdido' era extremadamente generoso. Y en una ocasión, después de una noche de muchos cafés y ensaladilla rusa, cuando ya había agotado todo su dinero en propinas y cogió el abrigo rumbo a casa, se paró ante el portero del hotel y le pidió 50 francos. Cuando el empleado se los iba a dar, el escritor lo detuvo: «No, tranquilo, no hace falta, puede quedarse con ellos. En realidad, era para dárselos a usted».

Una animada terraza parisina. El Norte

El Ritz tenía dos bares, uno reservado para hombres y otro, el Petit Bar, donde no había barreras para las mujeres. Allí Anita Loos escribió algunas páginas de su libro 'Los caballeros las prefieren rubias'. Y allí (entre otros lugares) se emborrachaba Scott Fitzgerald, a quien detuvieron una noche, completamente ebrio, después de bañarse en una fuente de los Campos Eliseos. Por los restaurantes de lujo de esa calle se dejaba ver Josephine Baker, quien en 1937 solía comer con un cachorro de leopardo atado con una cadena.

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El rosario de anécdotas de 'La otra mitad de París' procede de biografías, textos y memorias de algunos de los nombres más famosos de la cultura de la primera mitad del siglo XX. Y las relaciones entre ellos podían ser increíbles e inesperadas. Por ejemplo, el hotel Lotti era un establecimiento con aires británicos que el duque de Westminster fundó para alojarse en la ciudad porque estaba harto de los alojamientos parisinos. Allí se hospedaron Cocteau, Chanel o Picasso, con entrada privilegiada por el acceso principal. Pero por una de las puertas traseras accedía George Orwell, quien en 1929 comenzó a trabajar como friegaplatos.

Y hay revelaciones vinculadas con las cotidianas fuentes de inspiración de estos artistas. Como la de la primera vez que aparece la rosa vinculada con 'El principito'. Antoine de Saint-Exupéry vivió entre 1931 y 1934 en la rue de Castellane, en una casa que su pareja, Consuelo Suncín, había heredado de su anterior marido, muerto en 1927. Ella salía a menudo de fiesta. Desaparecía durante dos o tres días y regresaba después de la resaca. Él la reñía: «Si sigues así, acabarás como una rosa, con el tallo, pero sin pétalos».

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Este ambiente de libertad, creatividad y desenfreno es el que Máximo Huerta ha elegido para ambientar 'París despertaba tarde', una novela recién llegada a las librerías y que se mueve por este escenario parisino posterior a la Primera Guerra Mundial. «Era un París libertino que despertaba tarde y que en el año 1924, hace justo un siglo, estaba en construcción, en plena metamorfosis», explica el novelista. «Era un momento ingenioso, insolente y deslumbrante, de desenfreno y entrega al arte. Las clases sociales se mezclaban volviendo a la ciudad cosmopolita. La aristocracia montaba orgías con putas, soldados, artistas, canallas y gentes de toda índole», añade Huerta.

Y en esa atmósfera se mueve Alice Humbert, personaje a quien sus lectores ya conocieron en 'Una tienda en París' y que ahora vuelve para explorar el dolor de un abandono y la ilusión de un nuevo amor. El hombre que se adentra en su vida es Alexander Belov, «polaco, deportista, irresistible, sencillo, dinámico, con aquellos ojos miel que irradiaban optimismo». Un nadador que acudió a París para participar en los juegos olímpicos de 1924 y que conquistó a Alice. La modista (que se siente incapaz de ser feliz) le confiesa sus sentimientos a su amiga Kiki de Montparnasse, cantante, modelo, y uno de esos personajes reales que Huerta convierte en material para su novela. Por ella desfilan muchos de esos nombres de 'La otra mitad de París'. La ciudad es una protagonista vital en esta novela que recurre a los engranajes del género romántico para contar una historia de recuperación vital después del abandono y de cómo en ocasiones la pareja ideal no es el regalo que esperábamos.

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Algo de eso destila en una escena de la novela, cuando en plena inauguración de los juegos de 1924, Alice comparte conversación con madame Leclerq, amiga y protectora. Mientras ven desfilar a esos deportistas tan poderosos que parecen héroes (y después de la competición han de regresar a sus casas y sus miserias cotidianas), las dos mujeres reflexionan. «Han tocado el cielo y no podrán acercarse a él de nuevo». Saltan, nada, corren más rápido que nadie y luego, han de incorporarse de nuevo a sus vidas, a la espera de que alguien supere su récord. «Sí», añaden las amigas, «pero al menos tocaron el cielo una vez». Y en estos dos libros destila esa idea del París festivo y despreocupado de entreguerras: de como tocar el cielo, aunque sea una vez en la vida.

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