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El Premio Ribera del Duero presentó a Antonio Ortuño (México, 1976) en las librerías españolas como cuentista con 'La vaga ambición' (2017). Páginas de Espuma publica también su siguiente libro de cuentos, 'Esbirros', aunque en medio siempre anda «con ... una novela terminada y dos en el astillero». La próxima que llegará a los lectores será 'La armada invencible' (Seix Barral), que nada tiene que ver con los barcos de Felipe II sino con una banda heavy.
«Tardé un decenio en terminar esta colección de cuentos, tenía la idea base pero no todos los relatos. No quería forzar, el tema era las relaciones de poder, una de mis obsesiones literarias, y fui apartando los que podían entrar en esa idea», dice Ortuño desde la Guadalajara mexicana.
Ya en la 'nota limitar' advierte de que se trata de «cuentos que abordan las oscuridades del poder y la sumisión». «Hay una cosmovisión detrás de la manera en que estos asuntos, personajes y relatos se tramaban. No pretenden la inocencia, a estas alturas son pocos los narradores que pueden intentar el viejo juego de que ellos son el centro del universo con un punto de vista neutral. No existe ni pedestal, ni la encarnación de la moral, el sentido común y la neutralidad. Uno asume su subjetividad según su lectura de las relaciones humanas y de poder en estos relatos, sabiendo que no se juega la partida de hacerse pasar por el predicador que explica lo que está mal en el mundo. Esa no es la función de la narrativa, no es dar moralejas. La narrativa está ahí para hacer más compleja y diversa nuestra lectura del mundo, no al contrario, para reducirla».
Policía corrupta, mujeres constantemente amenazadas, desapariciones, familias que sueñan con una televisión, microhistorias aparentemente alejadas de la idea de poder dominante pueblan 'Esbirros'. «Hay relatos que tocan el poder político y económico, el que identificamos generalmente, pero también se meten en las relaciones de poder en la intimidad, en la familia, los amigos, el mundo profesional o sencillamente en la calle». Porque Ortuño es consciente de que «uno depende del policía que en el fondo es un tipo armado y si quiere te abate, si no le detiene una ética. Me parece que estos cuentos son metáforas de batallas que se libran en casi todos los ámbitos de la experiencia humana. A veces me parece trágico, otras divertido y, en general, terriblemente sugestivo entender las relaciones de poder como guerras de baja intensidad que no se dejan de lidiar en ningún momento».
Pertenece a una generación latinoamericana de escritores del boom del 'realismo realista'. «México es un país en el que se cometen anualmente 30.000 homicidios de media. El 95% de los delitos quedan impunes. Hay una violencia transversal, nadie está a salvo, ni siquiera los que tienen ejércitos de guardaespaldas. Uno cuento eso fuera, sin contexto, y pareciera que vives en la ley de la selva. Es atroz pero hay vida normal con la violencia entreverada. Las escuelas abren, los alumnos se gradúan, hay ciencia, cultura, paisajes bellísimos, la gente se casa y tiene hijos. Pasa lo mismo que en otros países pero además tenemos esta capa de criminalidad que está apareada en vida cotidiana. Convivimos con una manera salvaje de estar en el mundo que llamo hiperviolencia».
Por terrible que sea cada crimen, cada suceso, cada delito, ya forman parte de la costumbre. «Es difícil mantener intacta la capacidad de horror y asombro. Paso la mayor parte de mi tiempo en casa por mi trabajo y aún así he atestiguado demasiadas cosas terribles. Parte del cerebro está permanente congelado, vives con el miedo, te acostumbras a fijarte en cómo visten tus familiares porque quizá lo tengas que reportar, envías mensaje en cada traslado. Desarrollas un cierto caparazón pero en el fondo te sientes vulnerable, no puedes confiar ni en las instituciones ni en la justicia».
A pesar de todo, los cuentos de Ortuño doblan las esquinas del horror con humor, a menudo negro. «El humor es una forma de al cordura, pone en perspectiva las cosas e impide que las historias se conviertan en algo que me fastidia, el melodrama. No creo que existan –y literariamente no me interesan– las víctimas químicamente puras, esos personajes que les hacen mal todo el tiempo y su respuesta es la queja. Las denuncias deben hacerse en los tribunales y en los medios de comunicación. Esa literatura que se hace para la tribuna, para que todos digan '¡qué barbaridad!', me irrita. Me interesa la complejidad de asumir la parte de verdugo que podemos tener todos en determinadas situaciones. Juego con la contraposición víctima y verdugo, muchas veces el segundo se convierte en la primera. Ese transposición tiene más que ver con la experiencia humana».
Columnista desde hace tiempo, Ortuño considera que el «periodismo se escribe para la plaza pública, en él mi intención es poner a debate temas políticos y sociales. El periodismo me ha dado oficio pero es una actividad desligada de la literatura. Aquel nos socializa, esta nos individualiza».
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