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Érase una vez un pequeño país del norte de Europa que, asomado al Báltico, de extendía por una península en forma de dedo y uno cientos de islas. La cerveza Carlsberg, las galletas de mantequilla, el cine de Lars von Trier y su sonriente ... monarquía eran algunas de sus señas de identidad en el cambio de siglo. Eso sí, lo que permanecía inmutable en el imaginario de sus vecinos como estampa de Dinamarca desde mucho antes eran los cuentos de Andersen y la casa en África de Karen Blixen.
Este jueves es el Día Internacional del Libro Infantil y Juvenil porque el 2 de abril de 1805 nació Hans Christian Andersen. Escritor incansable, el mundo le invoca por las criaturas que fueron creciéndole entre novelas y obras de teatro, entre artículos y libros de viaje. El patito feo es su fábula más universal -acerquen a un niño a ver la estatua que recuerda su viaje a Málaga verán en lo que se fija- y la sirenita, el símbolo de Copenhague. Nacido en Odense, allí se mantiene su casa natal, una modesta edificación de una planta, pintada de amarillo, en una zona peatonal cercana al río.
Entre los pocos enseres que conserva -la mayor parte del espacio está dedicado a rememorar su figura y su obra en una exposición permanente-, allí permanece la cama, como la de 'La princesa y el guisante', pequeña, de madera. Hijo de un padre zapatero y de una madre lavandera, pronto perdió al progenitor y conoció el trabajo. A los 14 años se fue a la capital para probar suerte como cantante. Alto, desgarbado, con una nariz y unos pies demasiado sobresalientes, provocó la mofa entre quienes competían por un lugar en el Teatro de la Ópera.
Uno de los patronos de dicha institución le distinguió con su mecenazgo haciéndose cargo de su educación. Al término de sus estudios, la escritura se desveló como su forma de vida. Pero como le ocurriera a Cervantes con el 'Quijote', ni los cuentos fueron su principal empeño ni soñó con que acabaran siendo su mayor gloria. Ni siquiera los niños daneses fueron sus primeros admiradores, sino los alemanes. El país vecino, al que viajó con frecuencia, le entronizó como fabulador. 'El soldadito de plomo', 'La reina de las nieves', 'El cofre volador' o 'La pequeña cerillera' siguen contándose en tiempos de infancias digitalizadas. Y si hay uno de los cuentos que debieran recordarnos en la vida adulta es el de 'El traje nuevo del emperador'.
Desdichado en el amor, Andersen volcó en sus cuentos los fantasmas y las alegrías de sus días. Hoy acompaña a sus compatriotas desde una esquina de la plaza central de la magnífica Copenhague, mirando al cielo. En el parque que Legoland tiene en Billund (Jutlandia), está hecho con los famosos bloques de construcción y saluda a todas las cámaras que le inmortalizan diariamente, rodeado de niños.
Cada dos años se falla el premio internacional de literatura infantil que lleva su nombre y que es popularmente conocido como el 'pequeño Nobel'. Este año la sección española ha presentado al escritor Jordi Sierra i Fabra y a la ilustradora Elena Odriozola.
África frente a Suecia
A 24 kilómetros de Copenhague está la casa de la otra escritora más célebre de Dinamarca, con permiso de Kierkegaard que tiene asiento en la cátedra filosófica, Karen Blixen. En Rungsted, frente al puerto deportivo y el estrecho con Suecia, se levanta una típica finca labriega danesa, con tres edificaciones en forma de 'u' que en su día cubrían las necesidades de abrigo de familia, ganado y enseres, en torno a un jardín. También Blixen fue huérfana de padre, aunque su infancia transcurrió en internados internacionales. Su vida en Kenia es de todos conocida, por su novela y la película. En la casa danesa hay una estancia que exhibe sus recuerdos de los masái.
En esas habitaciones de tarima de madera y luz clara escribió la mayor parte de sus cuentos de los que elegimos 'El festín de Babette', en la edición de Nórdica ilustrado por Noemí Villamuza. Aficionada a llevar sus relatos al XIX, este transcurre en un pueblo noruego, donde dos hermanas hijas del deán, acogen a una francesa. Babette vive años como una criada hasta que un día le toca la lotería e invierte su riqueza en una cena sin par. Las señoras lamentan el dispendio, una vez disfrutado, pero ella les aclara: no lo hice por ustedes, sino para mostrar mi arte.
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