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Alejandro Palomas: «Nunca dejamos de ser hijos, aunque nuestra madre se muera»

Alejandro Palomas: «Nunca dejamos de ser hijos, aunque nuestra madre se muera»

El escritor presenta en Valladolid 'Y un después', el poemario que comenzó a escribir justo en el momento en el que falleció su progenitora

Víctor Vela

Valladolid

Viernes, 3 de marzo 2023, 00:25

«Mi madre tenía una libretita en la que lo anotaba todo (tengo que hacer esto, que no se me olvide esto otro)», cuenta Alejandro Palomas (Barcelona, 1967), durante la presentación en Valladolid, en la librería El Rincón de Morla, de 'Y un después' (editorial Letraversal), poemario con el que el premio Nadal transita por el duelo y la ausencia de su madre. En esa libreta anotó las primeras frases del libro. Y lo hizo, además, «en el momento exacto» en el que ella, después de seis meses de lucha contra el cáncer, falleció. «Es una cosa que me tiene loco de este libro, porque no lo sé explicar muy bien. Cuando dejó de respirar, yo cogí la libreta y comencé a escribir. Solo un par de versos, pero fueron los primeros de este libro».

-«Mi madre ha muerto hace unas horas, su pulgar trenzado en mi pulgar».

-Sí, esos son.

-¿Qué consuelo ofrece la escritura en un momento así?

-Yo nunca imaginé que todos estos sentimientos se traducirían en un poemario ni que saldrían de forma tan directa, tan sincera, tan a flor a piel...

-Y tan física. Habla de las venas, de las manos…

-Cuando has cuidado a alguien durante seis meses, tu mapa visual se convierte un poco en eso. Tiene que reaprender su cuerpo, que ahora ves de otra manera. Porque has tenido que tocarla mucho físicamente para cambiarla, cogerla, cuidarla. Cuando alguien ya no está, el cuerpo es su primera gran ausencia. Y desaparecen de tu vida lo que en otro momento fueron puntos cardinales: el ombligo, la piel, los ojos, el pelo… todas esas cosas que además tienen olor y que seguirás recordando el tiempo que puedas recordar.

-Porque, escribe, «aunque mi madre ya no esté, el vínculo sigue».

-Eso es algo que solo se aprende cuando uno pierde a una madre. Está aunque no esté. Es algo que no se entiende hasta que no te ocurre, es una ausencia que se incorpora y que suma a tu vida.

-¿Suma?

-Creemos que las ausencias restan, pero, en realidad, las que de verdad son importantes se convierten en una parte que se integra en ti. Antes tenía una madre. Ahora vivo con ella constantemente en mí. La orfandad es un paso adelante, un aprendizaje brutal que debes hacer en muy poco tiempo.

-¿Qué se aprende?

-Yo no sabía que la vida se divide en dos partes. Una, la parte con madre. Otra, la parte sin ella. Nunca sabes cuánto va a durar cada una de estas partes, pero en la segunda sí que sabes una cosa. A partir de entonces, estás solo. Y vives con otra mirada, otro paso, otro poso. Sí, es lo que pueden llamar madurez.

-Y se llega a ella, como escribe, sin ese «horizonte», sin ese «faro» que era la madre.

-Antes había muchos momentos en tu vida en que pensabas que estabas a ciegas. Te sentías así. En realidad era falso, porque ella siempre estaba detrás.

-Aunque no estuviera.

-Exactamente. Como sabes, yo tuve una experiencia en la infancia muy traumática y ella fue la que siempre estuvo ahí. Ha estado junto a mí incluso cuando ya he sido muy mayor. Y cuando desaparece el apoyo, aunque tengas 55 años, empieza la oscuridad.

-¿Cómo fue ese apoyo de tu madre durante esos momentos en los que, como ha contado, usted sufrió abusos por parte de un religioso en el colegio?

-Fue un poco en segundo plano, pero siempre estuvo pendiente, más que presente. Me dijo: yo vivo por ti, quien me preocupa eres tú. Yo ya no tengo nada que hacer aquí, ya lo he hecho todo, lo único que quiero es dejarte bien, sano, en la medida de mis posibilidades. Mi mirada está siempre contigo. Y eso fue siempre así.

-»No sabré como dejar de ser tu hijo», dice uno de los versos.

-No podemos dejar de ser hijos. Y nos convertimos en hijos sin madre. Ella ha dejado de ser madre, porque se ha muerto, pero yo no dejaré de ser hijo hasta que me muera.

-¿Hay momentos en los que sentimos que no estamos a la altura de esa palabra: hijo?

-Muchas. Yo me he arrepentido muchísimo, sobre todo cuando ella ya no estaba y ya no lo podía hablar. Cuando la tienes presente, la miras mucho, pero no te miras a ti como hijo. La exiges a ella como madre, pero no a ti como hijo. Y es, cuando ya no está, cuando empiezas a recordar todas las veces que no has estado a la altura. Y en eso también eres muy injusto contigo mismo. Estás bañándote en la pena y recordar desde ahí también es complicado. Tenemos que reeducarnos en el recuerdo.

-¿Cómo responder cuanto te dicen eso de 'es ley de vida'?

-Hay una cosa en la que nos equivocamos muchísimo. Es eso de que, si ya eres mayor cuando pierdes a un padre o a una madre, te tienes que recuperar rápido del duelo. Te dicen: ya tenía 85 años, ya le tocaba. Y parece que, como es algo esperado, el duelo tiene que ser corto. Pero es al revés. El duelo tiene que ser más largo porque tú has convivido muchísimo tiempo con esa persona. Si ha habido mucho cariño y amor, la ausencia es mucho más terrible que si solo hubierais estado juntos diez años. El duelo tiene que ser más elaborado, más largo, y hay que ser más empáticos.

-¿Por qué en poemas?

-La forma me eligió a mí. Empecé a escribir y salió así. Yo creía que sería un solo poema. No nació con la voluntad de ser un poemario, pero seguí y seguí. Y me di cuenta de una cosa: cuando murió mi abuela, la familia no le dio a mi madre el espacio que merecía para dolerse de la muerte de su madre.

-¿Por qué publicar, hacerlo público?

-No solo lo he publicado, sino que con este poemario he creado una función teatral que voy a empezar a hacer en mayo. En ella hablo sobre la orfandad, la maternidad, el trauma infantil, el acompañamiento… Es una experiencia muy común de la que hablamos muy poquito. Yo lo viví así. Cuando murió mi madre, me costaba mucho hablarlo porque pensaba: para qué voy a contarlo si nadie me va a entender. Nadie va a entender la intensidad de lo que duele. Y es al contrario. Es una experiencia tan común que todo el mundo entiende la intensidad de lo que estás comunicando. Y eso, para quien se cree solo, como me ha pasado a mí toda la vida, es un milagro.

-El problema es encontrar las palabras. Ahí los escritores lo tienen más fácil.

-Pero lo importante no son las palabras, sino el sentimiento y la intensidad. Uno cree que nadie conoce lo mucho que le duele esa pérdida. Pero lo lees y dices: sí, era exactamente eso. Y piensas: no estoy solo en el mundo.

-Hay lectores, claro, que no han perdido a su madre.

-De hecho está escrito un poco para ellos. Yo lo he titulado 'Y un después' porque quiero que se lea antes. El después lo pongo yo, el lector que ponga el antes. No es solo una ausencia y un llanto. Es un mundo.

-Habla también sobre los cuidados.

-Ese es otro de los grandes temas. Nadie nos dice que nos vamos a convertir en cuidadores de nuestros padres. Llega en un momento en el que tu madre o tu padre enferma y tienes que cuidar de él. Si tienes suerte, encontrarás ayuda. De repente, pasas de hijo a hijo cuidador. Y eso supone un nuevo tipo de acercamiento y de intimidad. Y hablo de la intimidad física. Tienes que lavar a tu madre, que limpiar a tu madre, que ducharla, peinarla. Tienes que ver cómo se le cae el pelo por la quimio. Tienes que mentirle. Te conviertes en alguien que no imaginabas dentro de tus parámetros vitales. Es un proceso que tienes que hacer muy rápido, porque tu madre se va, se está yendo. Tienes que crecer muchísimo y muy rápido. Es muy duro. Y me ha enseñado algo más.

-¿El qué?

-A valorar a las personas que se dedican a cuidar a los mayores. Es agotador. Física y emocionalmente agotador. Sobre todo, si sabes que la persona se está muriendo, que no hay un buen final. Estás preparando a alguien para eso y te estás preparando a ti. Y luego hay gente que tiene más vena de cuidador que otros. Eso enseguida queda claro cuando hay más de un hermano. Siempre hay el que es más y el que es menos. La familia se tiene que convertir en un equipo. Y, normalmente, las familias fracasan. Hay muy pocas que se conviertan en un buen equipo. Hay gente que no sabe, que no puede, que no se atreve, que le duele. Cada uno maneja sus propias ausencias, sus propios dolores. Es un momento muy 'heavy', muy sensible para todos los que forman ese equipo.

-¿Cómo fue el suyo?

-Yo he tenido la suerte de tener un equipo maravilloso. He aprendido muchísimo sobre mí, sobre nosotros. Y ha sido el mejor regalo que podíamos darle a mi madre: cómo lo hicimos, cómo pasó. Han sido seis meses muy duros, pero maravillosos.

-¿Qué papel juegan la sociedad, las administraciones en ese equipo?

-Dejan solísimas a las familias, tanto al enfermo como a los cuidadores. No hay nadie que cuide del cuidador. Cuando nosotros empezamos en esto, tuvimos que espabilar solos. Había tantísimas cosas que no sabíamos, que fuimos buscando a amigos que habían pasado por lo mismo para que nos aconsejaran a buscar recursos materiales, cosas que podíamos necesitar: una silla de ruedas… Porque no hay tiempo para pedir las cosas y esperar a que te lleguen. No hay tiempo para pedir ayuda psicológica y esperar seis meses a que te llegue, porque mi madre murió en seis meses. Yo entiendo que las administraciones no respondan como uno necesita al cien por cien. Pero es que en este momento responden al 0,10% a las necesidades. Te sientes muy abandonado.

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