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Antonio Ortuño, en Valladolid.
"La literatura mexicana es más cosmopolita que la española"

"La literatura mexicana es más cosmopolita que la española"

Antonio Ortuño satiriza la «mezquina vida del escritor» en su premiado libro de relatos ‘La vaga ambición’

Victoria M. Niño

Miércoles, 31 de mayo 2017, 17:39

Empezó a trabajar pronto, a los 14 años, y da por buenas ciertas penalidades de la vida literaria como tener que encadenar una entrevista con otra durante una semana. Antonio Ortuño (Guadalajara, México, 1976) lleva media vida corrigiendo a otros y escribiendo. Sin buscarlo, comenzó una serie de cuentos sobre el oficio que le han valido el Premio Ribera del Duero.

Después de leer La vaga ambición es obligada la pregunta. ¿Merece la pena ser escritor?

Sí. Tras trabajar 20 años como editor, en el periodismo, logré poder dedicarme a la literatura. Creo que vale la pena la escritura, me la paso bien escribiendo, corrigiendo, planeando. Me gusta ponerme en mi oficina, delante del computador, con mis perros durmiendo. Me encanta esa circunstancia, lo que me gusta menos es todo lo demás, pero es inevitable. La vida literaria es un poco mezquina, ridícula, grotescamente ridícula a veces pero la literatura puede ser otra cosa. Ocurre en otro espacio distinto a las presentaciones, a los trabajos de supervivencia mal pagados que procuran toda una picaresca. Pero la escritura en sí lo amerita.

¿Lo escribió cuando trasformó en oficio aquella vaga ambición?

El libro refleja experiencias acumuladas, sedimentos tras una vida dedicada a escribir. Es un libro desde que comienza esa vaga ambición (cuando es niño) hasta que llega a tener vida literaria, hasta que su protagonista, Arturo Murray, es un escritor con editor, agente, familia, traducciones. En cierta manera es un anecdotario de esa existencia, aunque no quería hacer unas memorias al uso porque no tengo ni la edad ni el mérito. La autoficción parece que ha sustituido a la psicoterapia, si esos autores tuvieran un par de amigos con los que echar una cerveza no existirían esos libros. Yo quería insuflar a la ficción mi experiencia, satirizar la vida literaria y esa picaresca de la supervivencia y retratar los efectos de lo que el arte literario es capaz de discutir sobre él mismo pero no desde la óptica de lo sublime la narrativa erudita, la que viene como una revelación, tampoco desde la negrura y malditismo como si hubiera que tomar pentatol para crear algo nuevo. Solo revisar las miserias de la escritura y ver qué puede resultar en un texto.

Comienza con el niño y su redacción. ¿Es la infancia la experiencia más importante?

No concibo otra escritura que la que se basa en la memoria, aunque al recordar adulteramos, reinventamos. Murray reinventa su pasado, recuerda y se justifica como escritor. Y al recordar va improvisando y dice que prometió dos cosas: crecer y escribir. En el segundo cuento hay una terrible crítica, la literatura extrema. Sufre la burla y el destrozo físico de sus primeras páginas. Murray trata de rascar en ese momento bisagra como la razón que le llevó a escribir. Abre el arcón de la memoria y extrae el testimonio de que su destino estaba cifrado.

¿Cuándo se le impone a usted la voluntad de ser escritor?

Fui un niño que escribía no que quisiera ser escritor. En realidad quería ser antropólogo, quizá por Indiana Jones, o porque tenía una prima antropóloga, aunque sin látigo. Me gustaba el fútbol pero no era bueno y durante tiempo me dediqué a la música. Estudié cine, pero las películas requerían mucha gente y dinero. Finalmente todo esa eran juegos. Mi actividad favorita era escribir. Se empezó a vislumbrar como destino posible. Leía desbocadamente y en algún momento escribí El Quijote, lo transcribí y luego me lo inventé. Esa anécdota, que contaba mi madre a las visitas, vista retrospectivamente se puede leer como un signo del destino. A los 18 estaba convencido de que ese era mi destino quizá más como lector que como escritor. Me atraía la narrativa. Comencé escribiendo poemas porque a las chicas les gustaban, aunque no los míos. Estuve 20 años como editor, el periodismo me dio oficio. Fue mi escuela de lenguaje.

En Quinta temporada, uno de los cuentos, elige una estructura cortante, de apuntes.

Ese cuento habla del brinco que da Murray de la autoría individual a la colectiva, que es un concepto relativamente reciente. Este relato registra la zozobra del autor al incorporarse a esa lógica de producción industrial de ficción y de cómo afecta a su escritura. Por eso está escrito como si fueran anotaciones para un guion, fragmentos para una serie. El libro tiene en común el tema y el protagonista pero luego hay cierta unidad interna entre los capítulos primero y segundo, los más lineales; el tercero es este citado; el cuarto lo escribe Murray; en el quinto ocurren varias acciones simultáneamente, la agonía de la madre y la eterna gira del autor, y el sexto es lineal y simultáneo a la vez, una clase y una pelea conyugal.

¿Cuál es su relación con la prosa europea?

Soy hijo de una española, descendiente de emigrantes españoles. Mi padre apenas tenía familia y se separaron, así que en cierto modo toda mi formación doméstica es española. Por otra parte está determinada por el gusto de mi madre a leer y escribir, aunque nunca quiso hacer carrera. Tuvo que criar a cuatro hijos sola. Mi hermano mayor sí es un poeta reconocido.Eso determinó mis lecturas de españoles y clásicos occidentales. Luego leí a los latinoamericanos y a los estadounidenses. Los latinoamericanos han ido incorporando elementos de todo el mundo. La literatura allá es más cosmopolita porque mira a todo el mundo, en cambio la española mira más a Europa.

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