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Victoria M. Niño
Viernes, 24 de marzo 2017, 21:09
Vivir la infancia de lunes a viernes en un poblado gitano, siendo payo rubito, y los fines de semana en el taller de un padre artista, marcó a Ricardo Cavolo. La diferencia es una constante es la obra de este salmantino que publica ahora Periferias (Lunwerg). Entre minorías culturales, olvidados en geografías remotas, oprimidos política o económicamente, se suceden personajes singulares, así como animales, vegetales y artistas. Todos tienen en común vivir en los márgenes de la «centralidad/normalidad» que nos cuenta Santi Balmes en el prólogo, que firma Dubuffet.
Ricardo Cavolo (Salamanca, 1982) cuenta su historia en la introducción.Aunque por novelera pudiera ser tomada por fantástica, es real. «Mis padres se separaron y, cuando tenía tres años y medio, mi madre se casó son un hombre maravilloso que, entre otras cosas, era gitano. Por eso viví a caballo entre esos dos mundos. Había cierto choque en el colegio pero nunca entendí la diferencia como un problema, siempre la he enfocado como algo enriquecedor, positivo».
Las 150 periferias que recoge este libro son una muestra del amplio catálogo de diferencias que ha ido coleccionando a lo largo de su vida. Si en su Historia ilustrada de la música la línea del tiempo era una referencia en la que iba colocando desde Bach a los Beatles, ahora hay seis grupos que organizan las periferias. Cavolo sigue concibiendo sus historias con palabras manuscritas y con dibujos, en su habitual estilo naif. «Los colores vivos con muy importantes. Tuve mi época gris en la facultad, pero los otros son parte de mi identidad, así como la simbología». También sus personajes dotados con cuatro ojos, «como mínimo, son una señal para el lector, una manera de subrayar su excepcionalidad, su estar fuera de la norma», dice desde San Petersburgo donde está haciendo un mural en un museo.
Guetos curiosos
Las periferias humanas están pobladas de urcas, albinos, siameses, prostitutas, caballeros de Bacongo, gitanos, esclavos en Dubai o rifeños, entre otros. Es este el capítulo más extenso a pesar de dejar en un capítulo aparte una pequeña muestra de los artistas periféricos.
Las periferias urbanas proponen un viaje por barriadas como las favelas en Río, la Cañada Real en Madrid, la jungla de Calais o el Chriraq de Chicago. Cavolo propone un descanso de las metrópolis y sus guetos en el bosque de los suicidas en Japón. Las más evidentes son las periferias geográficas: Groenlandia, Moldavia o Tramsnistoria no suelen salir en los telediarios. Otra periferia curiosa que propone Cavolo son los aeropuertos, esos territorios sin identidad. Su curiosidad le ha llevado siempre a fijarse en los animales, «sigo unos cuantos blogs», dice. Y también ellos tienen sus especies periféricas como los osos hormigueros, los armadillos, el caballito de mar o el burro.
«Las plantas me llamaban menos la atención, pero el carácter enciclopédico del planteamiento me pedía acompañar la fauna con la flora». De ahí que tengan su sitio el cardo, la planta telégrafo, el baobad, el musgo o la rosa de Jericó. Los artistas que pesan en la mochila de Cavolo son los outsiders, encabezados por Dubuffet. «Fue él el primero. Tenía amigos que dirigían centros de salud mental en los Alpes y le propusieron que viera lo que pintaban los pacientes. Le gustó tanto que creó una fundación para guardar esas obras. Por eso elige el prologuista, Santi Balmes (vocalista de Love of Lesbian) ese personaje». Sus querencias artísticas son heterogéneas.
Desde Robert Crumb, «porque en casa de mi padre siempre hubo cómics y también Crumb trabajó sobre los outsiders» a Lovecraft, desde los artistas folk Maria Primachenko, Grandma Moses, Niko Pirosmani, a William Blake o Guy de Maupassant. Casi todos tienen una biografía poco lineal o previsible. Su excepcionalidad es mezcla de su arte y de cómo pudieron desarrollarlo. Todos ellos acompañan la mano de Ricardo Cavolo que espera poder dedicarles una monografía en un futuro.
Un camino cada vez más personal
Cita Cavolo el dato estadístico de la última edición de Arco: «Dos de cada diez artistas viven de su arte». «Yo todavía no, aún hago muchas campañas de publicidad. Pero estoy en ello, cada vez me dedico más a mis proyectos. Me lanzaré pronto a diseñar mi propia marca de ropa. Sigo haciendo murales y quiero centrarme en pintar», dice el salmantino afincado en Barcelona. Allí llegó en busca del sol tras dos años en Birmingham. El estilo Cavolo es reconocible en cartelería y publicidad comercial. «En 2016 pasé un mal trago por exceso de trabajo, acabé en un depresión. De ahí que me planteara un punto de inflexión para dedicarme más a lo que quiero», dice quien se define como «un culo inquieto».
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