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Gustavo Martín Garzo, en un pasillo de su casa, rodeado de libros.
«La gran crisis del mundo del libro no es de creadores, sino de lectores»

«La gran crisis del mundo del libro no es de creadores, sino de lectores»

El autor vallisoletano reinterpreta el sacrificio de Isaac en su nueva novela,‘No hay amor en la muerte’

JESÚS BOMBÍN

Domingo, 22 de enero 2017, 19:59

Se siente Gustavo Martín Garzo (Valladolid, 1948) buscador de soledades y de una plenitud que encuentra a diario en la escritura. En un silencio perseguido casi con afán eremítico lee y escribe en un despacho que él llama «la cueva», rodeado de estanterías rebosantes de libros, figurillas, cuadros y estampas que le sirven para el reencuentro con recuerdos, personas, vivencias. Allí se siente a gusto dando salida a las historias que se le quedan prendidas. No hay amor en la muerte (Destino) es la última que acaba de dar a la imprenta este Premio Nacional de Narrativa (1994) y Premio Nadal (1999), que se considera «cada vez más radical» a la hora de elegir qué libro va a escribir.

¿Por qué se decidió a novelar el episodio bíblico del sacrificio de Isaac?

La historia tan poderosa y terrible del sacrificio de Isaac a manos de su padre Abraham que nos ha perseguido desde que éramos niños es de las más terribles y oscuras a la hora de tratar de encontrarlas un significado. Desde que yo era niño ese relato se quedó en mi memoria y volvía de vez en cuando a mí, pidiéndome que me enfrentara a él, que es lo que hago cuando me pongo a escribir un libro; es como un desafío, hay algo que te pide que te aproximes a ello, algo incomprensible, misterioso, y la escritura del libro es tratar de entrar en ese lugar donde eso está pidiendo que hagas algo. La historia de Isaac se repitió de muchas maneras a lo largo del tiempo. Recuerdo por ejemplo cuando en la época del franquismo se contaba aquella historia del general Moscardó en el Alcázar de Toledo, que de alguna forma había entregado también a su hijo cuando le pidieron que depusiera ese fuerte, una historia parecida a la de Guzmán el Bueno.

En esas historias está presente el conflicto entre el amor y el deber.

Me encontré con algo que me dio la clave de cómo afrontar ese tema. Primero me topé con un pequeño texto de Kafka, una parábola que hablaba de Abraham y la resolvía de una manera muy suya, contando que Abraham recibe esa petición de Yahvéh de sacrificar a su hijo y él no se puede oponer a ella pero se las arregla para demorar la ejecución. Y después encontré una frase del poeta W. H. Auden que decía que el amor y la verdad deben ir de la mano, pero cuando esto no es posible el amor debe prevalecer. De alguna manera lo que viene a decir es que la literatura es una apuesta del amor, incluso a costa de la verdad. Esto me parece decisivo al hablar del significado de la ficción.

¿Cómo fue el proceso de buscar un enfoque propio a partir del texto bíblico?

A partir de las reflexiones anteriores y de una pregunta que justifica el punto de vista desde el que se cuenta la historia, el del hijo: ¿qué pensó Isaac?, ¿qué pasó por su cabeza?, ¿cómo es la relación con su padre después de ese episodio?, nada puede volver a ser igual, obviamente. En este libro he querido hablar más allá de todo esto, de la relación que existe entre un padre y su hijo varón, una relación que se ha tocado poco en literatura. Me atrajo la idea de la promesa en la Biblia, cómo los padres transmiten a su hijo primogénito sus deberes y obligaciones. ¿Hasta qué punto un padre tiene derecho a hacer al hijo depositario de sus sueños?

¿Es arriesgado hacer una novela sobre Isaac y Abraham?

Mucha gente puede pensar qué tiene que ver con nosotros, que es una historia remotísima y que habla de cosas que no tienen que ver con el hombre actual. Y yo creo que pensar esto es un error; en esos relatos antiguos, eternos, es donde realmente se han planteado las grandes cuestiones que afectan al ser humano y de ahí que volver a contarlo nunca esté de más, sobre todo en un tiempo como el nuestro, que si por algo se caracteriza es por su desmemoria. A veces el hombre vive como si hubiera crecido por generación espontánea y ha olvidado todas las generaciones que le han precedido, ha dejado de sentirse criatura y se siente el creador de las cosas y dueño del mundo. Que es lo que pasa en el terreno político, con este capitalismo desaforado y terrible, ese neoliberalismo sin sentido que está arruinando el mundo. El hombre se siente poderoso y dueño de las cosas y no tiene que dar cuenta a nadie de lo que hace salvo a su propia cuenta corriente. Y esta confusión entre el creador y la criatura condiciona el momento actual. Eso hace que esas viejas historias sigan teniendo muchas cosas que decirnos y por tanto no está de más revisitarlas y tratar de aproximarnos a las preguntas y al misterio que guardan.

La Biblia es un texto muy presente en sus libros.

Los textos bíblicos, en un mundo como el nuestro, de tradición católica, han sido el libro esencial, que sostiene lo real. Esas historias nos han acompañado desde que éramos pequeños, porque es verdad que los católicos nunca han leído demasiado la Biblia, pero sin embargo nos han acompañado las historias de Adán y Eva, de Caín y Abel, de Noé..., en fin, todo eso te lo contaban una y otra vez en el colegio, en casa, en la iglesia, en el cine. Además, te las contaban como si fueran historias que habían sucedido de verdad y de alguna forma estaban en el origen de las cosas y contenían la explicación de todo lo que había pasado. Es muy poderoso todo eso. De alguna forma lo que hay en esos relatos está también en la mitología griega, que aparece mucho en mis libros. Mi obra al final tiene muy presente el mundo del relato, pero reclamo ese mundo no como una especie de atavismo o como algo folclórico, sino como algo necesario porque contiene la explicación de muchas cosas. Faulkner tenía la Biblia encima de la mesilla de noche y por eso escribía lo que escribía, porque en ella hay muchísima oscuridad, dolor, locura, que en el fondo es lo que hay en la vida del hombre.

¿Cómo es la labor de reinterpretar y dotar de personalidad propia a personajes que ya tienen una voz y un contexto en su obra original?

Lo bueno que tienen estos relatos antiguos es que están llenos de vacíos que hay que llenar y dan la opción de inventar. Si cuentas una historia es para fantasear con ella, siendo, eso sí, fiel a ella; puedes tomarte un montón de libertades siempre y cuando no traiciones la historia que estás contando; ese es el límite. Ese núcleo que es Abraham en el monte con su hijo, esa escena es intocable porque ahí está todo, pero alrededor de eso hay un sinfín de cosas y ahí está la vida.

¿Cómo ha evolucionado su trayectoria literaria, su modo de entender el mundo a través del relato?

Creo que no ha habido evolución. Me parece que he publicado demasiados libros. No es que me arrepienta de algunos, pero a mí me pasa una cosa y es que nunca he vuelto a leer un libro mío. Si he escrito catorce o quince novelas me podría quedar con media docena y tampoco me importaría tanto que las otras se perdieran, aunque no es que me arrepienta de ello. Lo que puedo asegurar es que no he escrito un solo libro sin sentir que ese era el que tenía que escribir en ese momento. Y ahora siento no que mi vida se esté acabando, espero que no, pero bueno, ya no soy una persona joven, y siento que a partir de un momento dado todo lo que vaya a escribir tiene que ser algo que de verdad sea esencial e importante para el viaje, porque ya no tengo tiempo para perderlo en nada que no me importe. Cada vez soy más radical a la hora de elegir el libro que voy a escribir; y si un proyecto no me convence lo suficiente, lo aparto porque solo quiero ocuparme de lo que me importa más. No puedo dejar de sentir una cierta frustración. Tengo la impresión de que he perseguido cosas que no he alcanzado.

¿Qué cosas?

Es que no lo puedo decir. Si las hubiera alcanzado diría cuáles eran, pero como se han escapado de mis manos... Pero sí tengo la sensación de una cierta frustración cuando termino un libro, lo vuelvo a abrir y pienso que he podido acertar pero tengo a veces el sentimiento de no haber acertado con plenitud y eso es lo que me hace volver a escribir. En fin, soy un escritor menor, a lo mejor con grandes ideas, pero un escritor menor. A veces me he planteado, sobre todo en relación a ciertos personajes e historias que a mí me obsesionan, me he dicho, qué pena que no hayan caído en manos de un escritor con más talento que yo. He sentido que a veces no he estado a la altura de las cosas que quería contar. Pero bueno, uno hace lo que puede.

¿Se siente así a pesar de una trayectoria de reconocimiento de lectores y premios literarios?

Ya, si no me puedo quejar, todo lo contrario, en eso que se llama la carrera literaria no me puedo quejar. Nunca había soñado con haber conseguido lo que he llegado a obtener. Pero es que esto es casi imposible no sentirlo, porque tú como lector estás leyendo a Kafka, a Faulkner, a Cervantes, a Shakespeare, a Flaubert... y ¿cómo puedes compartarte con esa gente?

¿Ha cambiado su consideración hacia los lectores con el transcurrir de los años?

Creo que en estos momentos hay una gran crisis del lector. La gran crisis del mundo del libro no es de creadores, sino de lectores. Ese lector capaz de entregar su tiempo, parte de su vida, sus noches a la lectura de un libro, en gran parte ha desaparecido. En este país el 40% de la gente no ha leído un solo libro el año pasado. Estamos hablando de un libro. La lectura requiere sosiego, silencio, retiro.... El lector es un creador y esto es algo que me obsesiona. Hay lectores que han hecho maravillas cuando un libro ha caído en sus manos, pero son una minoría potente que, de alguna forma, está sosteniendo este tinglado, pero es muy pequeña. Y es una pena.

¿Extiende ese pesimismo a otros ámbitos contemporáneos?

El mundo actual me parece terrible. Y no soy pesimista, porque enseguida me enamoro de las cosas y de lo que me sale al paso. Pero el mundo está tomando una deriva terrorífica. Cosas como el triunfo de Trump, el auge de la extrema derecha, este capitalismo brutal, el hecho de que los poderes fácticos no se hayan planteado la razón de la crisis que tiene su origen en el mundo de la banca y eso no se ha tocado.... Y a pesar de todo, la gente sigue votando a los partidos que defienden eso. ¿Qué hacemos en un mundo así?, claro, conformarnos, hay que ser demócrata y respetar esa mayoría popular. Todos reivindican el pueblo, pero yo me pregunto dónde está el pueblo, entendido como esa comunidad con la que uno se puede sentir identificado; no sé, veo marcianos a mi alrededor.

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