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Victoria M. Niño
Viernes, 30 de septiembre 2016, 09:47
Desde jovencito acostumbró a levantarse pronto y aun hoy, a sus 86 años, Cristóbal Halffter trabaja unas cuatro horas seguidas a partir de las seis. Ayer presentó el libro en el que lo cuenta, Una vida para la música y este miércoles estrena un cuarteto fruto de esos madrugones creativos.
Madrileño de nacimiento, leonés adoptivo desde que se casó con María Manuela Caro, Marita, y el castillo de Villafranca del Bierzo fue su lugar de retiro para componer, decidió hace dos años verter sus pensamientos musicales. Y escribió sin pentagrama que sujetara sus «gráficos». A fin de cuentas es también un buen lector de filosofía y un ávido catador de literaturas a las que ha dedicado buena parte de su música. Si Hegel acierta a explicar la creación artística en sus lecciones estéticas, Bach rompe cualquier reducción lógica con La Pasión según San Mateo de la que Halffter afirma «es una realidad que se forja en una mente privilegiada».
Cristóbal recibió sus primeras clases de solfeo de su madre, que muere cuando él tiene once años. «Quizá todo cuanto he hecho hasta ahora se deba a un afán por no defraudar las esperanzas que ella tenía puestas en mí», escribe. Para Halffter «componer es racionalizar la intuición». No confía en las musas. «La verdadera inspiración surge del trabajo, de la concentración y del saber lo que se quiere e intenta hacer». Para «ordenar silencios y sonidos» se requiere un dominio técnico y una idea de lo que quiere transmitirse. Su proceso creativo pasa por una fase imaginativa, una plasmación gráfica y, después, la escritura musical propiamente dicha.
Los cursos de Villafranca
Como parte de la Generación del 51, considera que la búsqueda de «una música nueva» determina la incomprensión del público coetáneo. «Las Cinco microformas para orquesta (estrenada por la ONEy Odón Alonso en 1961) fue recibida con el mayor escándalo de desaprobación que se recuerda en la música española», afirma. Sintetiza ese nuevo lenguaje generacional en la «ruptura tonal, la superación del dodecafonismo y la falta de interés por crear escuela o grupo». Hizo fondos sonoros para el cine de Samuel Bronston en los setenta a la vez que recibía encargos de instituciones como la ONU o la Filarmónica de Viena. «Nunca he pretendido que mis obras sean entendidas, sino solo que sean sentidas», confiesa este metódico creador que desde 1985 abrió escuela en Villafranca. Los cursos de verano de composición, con apoyo de la Junta, han atraído a casi todos sus compañeros de generación para impartir su magisterio.
Convencido de que todo compositor debe tener una mínima experiencia como director, en su carrera se han alternado podios y creaciones. «Me gusta mucho cuando alguien me dice que un pasaje mío se le ha hecho largo o corto, pues considero que he podido dominar el tiempo real de esa persona con mi tiempo personal estructurado por sonidos», sentencia este amigo de Zubiri, entre las reflexiones musicales de toda una vida.
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