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Victoria M. Niño
Sábado, 12 de septiembre 2015, 10:02
En seguida sale la edad (70 años), el retiro (en las proximidades de Santiago de Compostela), la vanidad colmada (premios nacionales, internacionales, traducciones...). Todo ello protege su trabajada inmutabilidad estoica. Alfredo Conde dice escribir lo que le apetece, cambiar de género para no aburrirse y probar en competiciones de «escritores, escritores», como el Premio Ateneo Ciudad de Valladolid que acaba de ganar, en su LXIIedición. El galardón vuelve a emparentar con la veteranía.
¿Tiene algo que ver El beato, novela ganadora, con el episodio del Códice Calixtino?
No, no. Precisamente cuando pasó eso escribía sobre algo similar y lo dejé. El beato es un beato transfigurado, una novela sobre un gallego emigrante, como tantos, que marchó al Nuevo Mundo a enriquecerse. Es un personaje apasionante que tiene muchas hagiografías pero novela ninguna y creo que la merece. Es un personaje muy atractivo por su relación con Hernán Cortés, que también sale y no referencialmente. Cortés fue el único universitario de la conquista, no era un aventurero sino un hombre de empresa, humanista y llevó el Renacimiento a América. La novela cuenta la intensa vida del beato, su pasado oscuro. Suma aventuras, amor, intrigas y buena parte de las miserias y las grandezas humanas. Les enseña a los indios chichimecas a domesticar caballos, vacas cimarronas, la rueda. En la novela hay cierto sincretismo entre la cultura de la muerte gallega y la mexicana.
Premio Nacional, de la Crítica, Nadal, Cavour... ¿qué hace un escritor como usted en un premio como este?
Hay dos tipos de premios; los dirigidos a escritores estrellas fugaces que se desvanecen con una o dos novelas, y los de escritores, escritores. Creo que esto segundo es lo que pretendo ser yo. Después del Nadal, es el más antiguo y me faltaba.
¿No tiene editor o eso ya es de otro tiempo?
Han cambiado mucho las cosas sí. Tuve uno, Edhasa, pero no guardo lealtad porque tampoco me la guardan a mí. No hay ya lealtad debida en este campo, desde que las editoriales las dirigen los comerciales en vez de los editores literarios. Como decimos en gallego, «cambiarás de molino, pero no de molinero».
¿Dejó la navegación por la literatura?
No, la dejé porque me casé. Entonces me quedé en tierra.
¿La vida de marino se cuela en sus libros?
Torrente siempre me insistía en que debía escribir una novela que contara mi experiencia en la mar. Hay ciertos retazos en El Griffón sobre el temporal en el episodio de la Armada Invencible donde describo algunos de los que yo viví. En Siempre me matan cuento las peripecias de un camarero de un trasatlántico. Una de las muchas defunciones a las que he asistido en mi vida es la de la navegación trasatlántica de pasaje. En El beato describo con cierta minuciosidad el viaje de Huelva a Veracruz.
Ganó el Nacional con una novela en gallego cuando no existía una categoría de lenguas cooficiales ¿en qué idioma escribe?
El Griffón fue la primera novela que lo ganó en una lengua que no era el castellano. Fue una escandalera muy comentada. Para mí un honor, ya había publicado cinco novelas, no era un recién llegado. Luego fue premiada en Italia y traducida al ruso, donde se vendió muy bien. He pagado sangre por este tema, así que digo que escribo en latín y me traduzco a mis dos idiomas. Soy gallego y español, en esas dos lenguas escribo indistintamente. Después lo traduzco a la otra lengua. Me ha costado la marginalidad, no te integras en ninguno de los dos sistemas literarios. Fui un gran traidor para algunos. Así que desaparecí de los ambientes políticos y culturales. Me encerré en casa y han llegado a aparecer libros míos antes en Australia y en Rusia que en Galicia.
¿Por qué el éxito de sus obras en Rusia (once de sus novelas han sido traducidas)?
Todo es una concatenación de acontecimientos. Una traductora rusa amiga de mi traductor italiano buscaba un autor gallego y tradujo mi novela para una pequeña editorial de la Universidad de San Petersburgo. La leyó un afamado crítico y en una ponencia me comparó con Bulgákov. En ese momento un autor español se fue de una gran editorial y buscaban a otro. Me publicaron la novela. Solzhenitsyn pidió leerla. Luego Umberto Eco viaja a Rusia, era amigo de mi traductora italiana y se deshizo en elogios sobre mí en televisión. Salió así como podía salir de otra manera. Todo está sujeto a banalidades en última instancia.
Fue consejero y parlamentario gallego, ¿lo dejó a tiempo?
La prueba es que no volví. ¡Qué bien hice con la cae!
Escribe mucho, lee otro tanto. «Ahora estoy con una novela difícil, intentado cerrar una trilogía de policías y muertos, en Santiago sabemos mucho de esto. Escribo lo que me apetece y al único lector que no engaño es a mí mismo».
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