Jesús Marchamalo y Manuel Longares, ayer en la Biblioteca pública de Castilla y León.

Longares: «El destino de una biblioteca es desaparecer cuando muere el dueño»

El narrador madrileño conversa sobre sus libros con Marchamalo en el ciclo Bibliotecas de Escritores

Victoria M. Niño

Viernes, 24 de abril 2015, 09:05

Milita en una edad que admite olvidos, el despego por la novedad, la fascinación «por los segundones» y en la que puede pararse a leer un Calderón sobre el que aún no había posado la mirada. Manuel Longares (Madrid, 1943) charló con Jesús Marchamalo dentro del ciclo Bibliotecas de Escritores, organizado por la Fundación Miguel Delibes.

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Lector que marca los libros leídos con un aspa, ha ido forrando las paredes de su casa y las que no lo eran con librerías. Metódico en el orden alfabético y en la exposición por lenguas, Longares otorga el privilegio de la horizontal a los autores de cabecera. Gil Albert, Mateo Díez, Delibes, Ortega, Chéjov, Faulkner, Vargas Llosa, son algunos de los escritores salvados de la verticalidad uniforme. Apenas hay más huella que interfiera en la exhibición de lomos que unos sobres. «Fui responsable de dos suplementos literarios», habla el Longares periodista. «Muchos de esos sobres contienen artículos póstumos de autores a los que se les había encargado y mueren antes de ser publicados». También hay correspondencia y notas, como dos de un agradecido Miguel Delibes respondiendo a otras tantas reseñas de sus libros publicadas, «como si eso no fuera lo natural».

Talento, suerte, paciencia

Entre las dedicatorias, una que le escribió Cela en su ejemplar de La familia de Pascual Duarte. «Fui a ofrecerle un cuento para que lo publicara en su revista. Tras leerlo me dijo que iba a ser perjudicial para mí, que mejor esperara a tener algo más sólido. En la dedicatorio me deseó talento, suerte y paciencia, que comparto como virtudes necesarias para la literatura».

En esa gestión de las virtudes, ahora Longares anda buscando por la segunda fila de la literatura, «autores que convivieron con Baroja, Azorín. Ser entonces segundón es como estar en la primera fila de hoy. Eran gente en la penumbra que quizá no tuvo suerte».

Para el autor de Romanticismo con estantería específica para los libros sobre Madrid disfruta de los libros como joyas, aunque «no bibliográficas, no me interesa ese aspecto, sino como artefacto». Pero es consciente de que «nuestros hijos no tendrán bibliotecas, por una economía acertada. No tiene sentido acumular 4.000 volúmenes que te caben en un ordenador. Además una biblioteca con sello personal está abocada a desaparecer en cuanto muere el dueño, en cuanto deja de aportar, ese es su destino. Se disgrega, como un afluente, pasa a ser otra cosa». Por veces mencionados, hay tres autores de parada y fonda en la memoria de Longares: Chéjov, Ortega y Valle-Inclán. Aunque los clásico se alternan con el honor que le hacen sus coetáneos al darle sus manuscritos. «Ando ahora leyendo una novela de Tomás Val, aún inacabada. Me ha dado 580 folios y creo que llegará a los 700, lo que viene a ser como Guerra y paz».

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