Victoria M. Niño
Jueves, 9 de abril 2015, 21:20
Samanta Schweblin ganó ayer el Premio de Narrativa Breve Ribera del Duero, dotado con 50.000 euros, con su libro Siete casas vacías. Schweblin (Buenos Aires, 1978) se impuso a los otros cuatro finalistas: el boliviano Edmundo Paz Soldán, los españoles Alberto Olmos y Cristina Cerrada y la uruguaya Vera Giaconi. A la cuarta edición del premio, de carácter bienal, se presentaron 856 autores de 33 países.
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¿Es una colección de relatos relacionados en el tiempo o un libro unitario concebido a priori?
El libro se fue armando solo. Se llama Siete casas vacías porque las casas tienen un protagonismo ausente ya que los hechos siempre suceden alrededor, en el pórtico, el garaje, el umbral, el jardín. Los personajes otorgan un valor simbólico a esas casas. Concibo cada cuento como un universo único que no conecta con el siguiente. Estos son cuentos escritos en los últimos tres o cuatro años, pero hay muchos otros fuera del libro y en paralelo. Cuando me fijé y los empecé a ver juntos me di cuenta de que tenían muchos puntos en común. Iba más allá de las casas, era el clima, una cierta atmósfera, el tipo de personajes que abundaban. Las relaciones entre los padres e hijos, entre nietos y abuelos, en las parejas, tenían una impronta particular, como una suerte de tragedia, de instintivo fracaso. También hay un humor sutil, contenido, por lo insólito de algunas salidas. Y un punto de locura, no radical, sino una locura que es una válvula para escapar de la situación que emerge del descontrol del cuerpo y de la mente. Es una locura sana, que da pistas del mundo insensato en que nos movemos. Realmente se fue construyendo de una manera intuitiva.
Acaba de publicar Distancia de rescate, una novela corta, ¿se amplía su cabeza de cuentista?
Se amplía sí, no es lo mismo 10 páginas que 140, las reglas, las posibilidades cambian. Pero tampoco sentí que cambiara radicalmente de género. Como lectora y escritora me interesan los mismos ambientes, los mismos personajes, no siento que cruzara ninguna línea. Nunca fui cuentista militante, soy breve porque mis ideas, en su estadio más germinal, tienen esa longitud, la que demanda ese género y lo respeto. Viene propuesto por la historia, no lo decido a priori. Tuve siempre inclinación por la brevedad.
Parece que la brevedad, propia de estos tiempos, también influye en la literatura.
Hay algo notable, de las últimas 20 novelas destacadas de mi generación en toda América Latina ninguna sobrepasa las 150 páginas. Es cierto que esa extensión hace cien años hubiera sido considerada propia de un cuento largo. Nos movemos en un territorio intermedio entre el cuento largo y la novela corta.
¿Gana protagonismo el cuento?
Eso de que no se vende es equívoco, sobre todo en América Latina donde consumimos muchos cuentos. Hay una larga tradición unida a los talleres literarios, casi todos los escritores tienen uno en el que enseñan a los aspirantes a escritores escribiendo y leyendo cuentos. Otro equívoco es que los cuentistas sean aprendices de novelistas que aún están practicando en el paso corto. Eso no es así, de otra manera Borges nunca hubiera logrado la madurez.
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¿Mantiene su taller en Berlín?
Tenía taller en Argentina y hace dos años y medio fui a Berlín. Jamás pensé que podría vivir de talleres en español allí. Tengo uno en el Instituto Cervantes y dos grupos grandes en casa.
¿Qué cuentos se leen para aprender en un taller?
No es un club de lectura. Se trabaja fundamentalmente sobre los textos de los alumnos. Pero hay recomendaciones que hago según escriben y según veo que puede ayudarles. La gran mayoría llega al taller sin haber conectado con los escritores que más les podrían ayudar, los que más energía y material pueden aportarlos. Como lectores quizá estén perdidos, es como si hiciera falta la figura del orientador de lectura. Hay una buena parte de la experiencia literaria que consiste en identificar a tus maestros y tu camino.
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¿Cuáles son los suyos?
Tengo un mapa ecléctico que se ha ido formando en distintas etapas. Comencé leyendo a monstruos literarios quizá demasiado grandes porque no creo que les entendiera del todo, gente como Kafka, Dostoievski, Stendhal. Luego seguí enamorándome de la literatura con los autores del boom latinoamericano, García Márquez, Llosa, y cuentistas como Cortázar, Bioy Casares, Horacio Quiroga, todos ellos rioplatenses. Más tarde se sumó la literatura norteamericana; OConnor, Cheever, Carver, Salinger.
Varios de ellos vivieron de publicar sus cuentos en revistas, del escribir y entregar. Ahora se venden en libros, ¿rebaja la difusión?
El mercado ganador es el de la novela, no se compite contra eso, pero solo es por una cuestión de mercado, no de gusto ni de calidad. Hay zonas en las que el cuento tiene una ventaja. Por ejemplo las antologías en festivales o ferias funcionan muy bien. Son la carta de presentación de un escritor porque son más rápido de escribir, de traducir, de editar, de leer, dan una idea más eficaz de la escritura, un cuento muestra una paleta de colores que en una novela lleva muchas más páginas descubrir. Es increíble lo mal que les va a los novelistas en estos ámbitos mientras que los cuentistas lucen como reyes. Nadie puede leer una novela de 800 páginas de un día para otro en cambio sí un cuento de 10. También ayuda Internet. Acorto plazo el cuento se comporta mejor, pero perdimos las revistas.
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Lenguaje visual
Buena parte de su narración se la confía al diálogo de sus personajes ¿le parece más directo, más dinámico?
Una de las cosas que busco es la mirada del personaje. Una cosa es el narrador omnisciente, cenital, desconocido que emite una verdad absoluta. Cuando la mirada es la de un personaje en un diálogo, entran otras cuestiones en juego. Si se entiende lo que dice, si puedo confiar en él, lo que cuenta cada personaje es de una profundidad distinta, es más capaz de expresar verdad.Me gusta el diálogo porque da otra velocidad, tiene más conexión con lo visual, no necesita narrar todo.
¿Influyó su formación en cine sobre su estilo narrativo?
No estoy segura de que mi paso por el cine tenga que ver con escribir de forma visual, pero sí creo que es mejor para la condición de escritora haber estudiado un oficio, algo relacionado con construir un discurso, que una carrera de letras teórica. En cine pasas noches en la sala de montaje discutiendo sobre si cortar o no un fotograma, te obliga a observar un timing que ayuda a construir la narración.
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