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Eduardo Roldán
Valladolid
Sábado, 25 de marzo 2023, 00:30
David Mamet escribió que no hay nada más práctico que el idealismo. La paradoja es solo aparente: si uno tiene una idea, si cree de verdad en ella por lejana o quijotesca que pueda parecer, hará todo lo posible por llevarla a cabo, y es ... más probable que tenga éxito que si hubiera emprendido un proyecto de entrada más factible pero que en el fondo no le motiva. Y Marco Aurelio, que «el impedimento a la acción hace avanzar la acción. Lo que se interpone en el camino se convierte en el camino». Es decir: el obstáculo no tiene por qué paralizar –reacción inmediata y natural–; si uno se toma un tiempo para serenarse, tiene paciencia y reflexiona, puede encontrar vías no solo efectivas para superar el obstáculo sino para explorar otros territorios con los que no contaba.
Para un seminarista en la Checoslovaquia de 1980 la veracidad de ambas afirmaciones se topó con un test más que arduo; por mucha dosis de idealismo, de vocación que uno tuviera, por mucha la serenidad que se autoimpusiera ante el obstáculo, los aplicados por el régimen comunista a la Iglesia Católica eran de una fuerza monolítica, sin fisuras, que borraban ante el menor asomo de estas. Obstáculos aun mayores por cuanto que el seminarista los ignora –pese a que pueda tener una vaga idea de la influencia ejercida por el Estado– hasta que no está dentro de la escuela. Lo cuenta la película 'Siervos', protagonizada por Juraj (Samuel Skyva) y Michal (Samuel Polakovic), jóvenes que ingresan con la ilusión en el rostro y en el alma, solo para toparse con una realidad no solo austera –tal era previsible– sino gélida en un sentido que va mucho más allá del climatológico, donde el silencio no es tanto el ámbito de la meditación como el producto del miedo, donde bajo las robóticas rutinas late un fuego turbio, algo por determinar pero que uno siente escapa al marco de la educación del lugar. Pronto Michal es contactado por otro seminarista y descubre qué es ese algo: el decano del centro (Vladímir Strnisko) pertenece a la cúpula de 'Pacem in Terris', organización creada por el Estado comunista en 1971 para controlar al clero.
Así, dentro del seminario –pero el seminario es solo uno de los muchos focos– se ha creado una suerte de resistencia, que trata de mantener la independencia de la Iglesia Católica y dar a conocer la situación tanto al Vaticano como a la 'Europa libre' a través de la radio. Pero pronto la temperatura de la resistencia –panfletos, notas, huelga de hambre– lleva a la intervención directa de la policía secreta, y los estudiantes –y algunos sacerdotes que, como cualquier persona, guardan cadáveres del pasado o tienen debilidades– son puestos ante el dilema de 'cooperar' o de enfrentarse a las consecuencias.
Para filmar este universo cerrado, Ivan Ostrochovský –premio a la Mejor Dirección en Seminci– opta por un blanco y negro muy contrastado, reflejo del contraste moral que estudia el filme, y por el formato académico (similar al 4:3), que resulta propio para el lugar y el tiempo de la historia. Este contraste recuerda, sobre todo en las tomas de una persona contra fondo blanco (ejemplo máximo es la visita del Dr. Ivan, el responsable de la policía secreta, a su médico), las famosas fotografías de Richard Avedon en 'Observations'.
Otra sombra que planea sobre algunas de las más decisivas decisiones estéticas de 'Siervos' es la de Robert Bresson, desde el uso restrictivo de la música –restricción que precisamente consigue incrementar la fuerza cuando aparece– a las interpretaciones, en la estela de los 'modelos' bressonianos, sobre todo las de los seminaristas: contenidas, de rostros capaces de recibir sin apenas reacción las más terribles noticias. Asimismo son contenidos, y contadísimos, los movimientos de cámara, privilegiando Ostrochovský el plano fijo y el corte para narrar una historia que es a la vez crítica y fábula, relato histórico y crónica de plena actualidad (si cambiamos los actores, la falta de intimidad que padecen los estudiantes a manos de la policía secreta no difiere tanto de la que el ciudadano hoy a las de las corporaciones).
Se trata de un bellísimo filme ejecutado con rigor extremo, sin concesiones, que bien pudiera ingresar en aquello que Schrader denominó «el estilo trascendental» y del que, por desgracia, hay cada vez menos ejemplos.
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