![La vida en voz alta de Pérez Alencart](https://s3.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202201/14/media/cortadas/NF0MCRB1-kRHC-U160532470876YuD-1248x770@El%20Norte.jpg)
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La ocasión lo merecía. Reunir en un solo volumen en Vaso Roto, es decir, con un pie en cada lado del Atlántico, «aquende y allende el castellano», el intenso material poético recabado por el escritor durante los años del cautiverio. Una consistente unidad formal, cuidadosamente ... vestida en su despojamiento, de lo que en realidad son los grandes veneros de la poesía de Alfredo Pérez Alencart (Puerto Maldonado, Perú, 1962), después de una docena de poemarios propios, una infinidad de libros en colaboración y el juego fascinante («¡Oh entusiasmo / en el trasvase / de un idioma a otro, / de palabras frágiles / como el hueso del colibrí!») de la Torre de Babel en más de cincuenta idiomas diferentes.
Veneros poéticos o, más bien, ramas de un mismo árbol. Ese árbol de la vida, con sus raíces y sus copas, que es el árbol del amor. Así siempre en su obra, y tal vez más ahora mismo, cuando el amor se hace, en su inmaterialidad sublime, pura transparencia. Esa carnalidad incandescente que atraviese todos y cada uno de los libros de este salmantino del Perú. Esa necesidad de «arder tramo a tramo», por decirlo en términos sanjuanistas. Y esa vocación también por decir en voz alta lo que otros callan en tiempos en los que «avergüenza hablar de lo que atañe al espíritu». Poesía, sí, de la experiencia, pero de la experiencia compartida con el otro. O con los otros. Versos que solo escarmientan en carne ajena: «No lancéis más piedras / porque os dolerán / las manos». La voz que odia al odio y al rencor. La vida en voz alta para hablar del amor en la casa de «los negros hijos de Adán». Perseverancia en la otredad.
Poesía, la que reúne Alfredo Pérez Alencart en 'El sol de los ciegos', que se goza además de su doble condición de americana y castellana. Aunque cada vez más presa en los sonidos de la meseta. Orquídeas de belleza lujuriosa cultivadas en las orillas del Tormes, donde se extreman los silencios; donde se escucha la música del Universo. Palabras lijadas con afán de carpintero lingüístico. Con la fe del que confunde a propósito la poesía y el amor, el amor y la poesía: «Tal vez esto se llame Amor –escribe–: ordenar palabras, darles un intenso voltaje para sostener la vida en voz alta». Necesidad de trascendencia desde la propia sonoridad física de la palabra. Y el concepto de la propia palabra, de la poesía, como ese sol de ciegos, ese incendio de enamorados, ese faro para los perdidos, en la que militan todos y cada uno de los cien poemas seleccionados para este libro. La llama que consume y no da pena: «Palabra encendida / tras neolíticos inviernos».
La poesía como sol para los ciegos. Faro para los perdidos. Oficio de lijar las palabras como un carpintero del lenguaje.
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