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Esta es, por supuesto una historia de fantasmas. De seres que conviven con nosotros aunque, en apariencia, en lo físico y corpóreo, ya no estén aquí. De personas que nos piensan y en las que pensamos, que nos observan incluso después de muertas (o desaparecidas), ... que condicionan nuestros actos pese a que se encuentren a kilómetros de distancia (o en el más allá). Nuestra red social no solo se teje con las personas con las que convivimos y trabajamos, con aquellos que amamos y nos aman, sino también con esas relaciones que se conjugan en pasado (nuestros muertos, nuestros ex) o que amenazan el futuro (futuros amantes, historias que tal vez).
Mirafiori. Manuel Jabois.
Alfaguara.
Manuel Jabois ha escrito una preciosa novela de aparecidos. El toque fantástico, ese aliento de realismo mágico gallego, es una excusa para contarnos que nuestros fantasmas están aquí, al lado, a veces de forma perenne, y que a menudo les hacemos caso aun sin querer. De vez en cuando, se nos presenta en el día a día un viejo amor, un padre fallecido, una abuela mítica para recordarnos que influyeron en nuestra vida y que, si quieren, también pueden hacerlo más allá de su muerte (metafórica o real).
El protagonista de esta historia conoció a Valentina cuando él tenía 17 años y ella 16. Se hicieron novios, se marcharon juntos a vivir, compartieron techo y lecho durante más de veinte años y hace cinco que rompieron. En el hogar se colaron la desconfianza y los celos, ese fantasma que a veces toma forma humana. «Habíamos hecho algo aún más doloroso que empezar a desenamorarnos: perder la confianza», escribe en la página 39. Ahora, después de ese tiempo sin olvido, con heridas que aún duelen y recuerdos que perviven (o reviven, o simplemente viven) él viaja a Málaga para un reencuentro.
La novela reconstruye esta historia de desamor (cómo se manosea y desgasta a veces sin darnos cuenta) y explica un suceso fantástico: el de esa chaval, César, que el narrador vio un día salir del mar «para venir a ahogarse a la tierra» (71). Entre los mejores personajes de la novela está Isolina, una abuela que cuenta cómo a medida que te haces mayor, cada vez estás más rodeado de muertos, asediado por la ausencia de los que ya no están. Envuelto, sí, en un territorio cada vez con más fantasmas.
El capítulo final, previo al epílogo, es fantástico y revelador: cuenta cómo los fantasmas son esas personas que estuvieron en algún momento, pero ya no están. Y, a pesar de eso, nos acompañan. Frente a los zombis (cuerpos sin alma, parejas que siguen sin saber el porqué), están los fantasmas (esas almas que nos visitan porque alguna vez fueron reales). En fin, que también somos nuestras ausencias. De vez en cuando se cuela un relámpago de articulista (150) en esta novela que Jabois escribe «sin carbohidratos» (158), con una prosa a veces juguetona y llena de comparaciones luminosas al servicio de una historia de fantasmas cotidianos.
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