![Versos en órbita](https://s3.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202205/20/media/cortadas/GF0G4Z21-khMF-U170145120203hhF-1248x770@El%20Norte.jpg)
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Cada verso es necesario o debe serlo. «Si no rima, ha de moverse con afán de perihelio», es decir, buscando el punto más cercano al fundamento, pero sin salirse de la órbita. Y al encontrar ese punto, o situarse lo más cerca posible de él, prepararse para «trascender la acción», como dice Ignacio Elguero en el prólogo de 'Mitología del agua', de Isabel Hernández-Gil Crespo, flamante ganadora del I Premio Internacional de Poesía Joven José Antonio Santano, convocado en Baena (Córdoba).
Versos en órbita y aproximaciones fónicas, musicales. Pero también pulsiones plásticas, surgidas muy cerca del influjo visionario de Varda, Bergman, Rohmer, Tarkovski o Kieslowski («los colores inasibles del ahora»). E incluso la búsqueda denodada del misterioso «tacto de la palabra». Poesía como conocimiento a través de los sentidos. Y de las intuiciones… Con este cuaderno de bitácora emprende su viaje poético Isabel Hernández-Gil (Madrid, 1999), a la que debe considerarse ya como una voz con timbre propio en el agitado panorama de la nueva poesía española. Apenas intuida en su primera aparición, con los poemas seleccionados para el XXXIV Concurso de Voces Nuevas de la editorial Torremozas, y ahora ya con toda su sonoridad.
Un viaje poético, el de este libro, que discurre con fluidez desde el primer verso hasta el último. Un vestido de «hilvanes transparentes» en el que el aire, pero sobre todo el agua (la lluvia, el mar, las lágrimas), funcionan como elementos conductores de principio a fin. Agua fecunda que diluye el mundo para darle una nueva vida, y que lo transforma, de alguna manera, en un gran cuerpo orgánico. Los labios, las manos, los huesos de los hombres y de las cosas, en un universo tan vasto que solo se puede abarcar «con lágrimas»… Y frente al cuerpo del mundo, frente a la efervescencia de la vida, la verdad del propio cuerpo y sus sentidos. Un cuerpo que pesa y ocupa su lugar en el espacio. Que se convierte en cárcel («la cárcel de los cuerpos, / que no puede sino habitarse»). Y que trata denodadamente de liberarse de la gravidez, del pecado original, buscando la trascendencia de la contemplación en el instante: «Cuando el hombre trascienda / de sujeto pesado a etéreo universal, / entonces será libre».
La intención, a través de las palabras, de conocer ese tiempo que se esconde detrás de la fugacidad del tiempo. La necesidad de aferrarse («el hombre, al oxígeno, / el pez, a la saliva, / el cigarro al fuego, los dos labios / a un cuerpo apenas suyo») a lo líquido, incluso a lo puramente evanescente, como única manera de permanecer en la transitoriedad del mundo. La vocación de poetizar el estado de las cosas para trascenderlo. Poesía en alto grado de ebullición.
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