Martin Scorsese ha declarado no hace mucho que «las películas de Marvel no son cine». El cineasta italoamericano no está defendiendo una postura radical de la imagen cinematográfica como plasmación de la realidad (a la manera de André Bazin), de una imagen limpia de tratamientos ... digitales (es muy difícil encontrar hoy una película, empezando por las de Scorsese, que no tenga algún tipo de tratamiento), sino que la omnipresencia del empleo de efectos drena la naturaleza del concepto 'imagen cinematográfica', y por tanto del concepto 'cine'.
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No ocurre así con el dibujo animado –en sentido amplio: desde la animación tradicional hasta la técnica de la rotoscopia–; si de entrada puede parecer que la imagen-Marvel es más realista que la animada, esta, a diferencia de la imagen-Marvel, posee la sustancia, que es el espíritu, de la imagen fílmica tradicional, del celuloide.
Pocos han explorado este sustrato común entre imagen real e imagen de animación como Ari Folman. La mayor prueba es su filme 'El congreso' (2013), donde mezcla uno y otro tipo con un resultado absolutamente orgánico. Cinco años antes había emprendido una osadía quizá mayor: utilizar la animación para hacer un documental. Osadía no solo por la técnica –en sí misma un ejercicio de orfebre– sino por el objeto, nada menos que la memoria: los modos que tiene de operar y sus limitaciones, su tendencia a disfrazarse de evocación o imaginación.
El germen de este empeño es un hueco en la memoria del propio Folman. Un amigo le cuenta que, durante la guerra de El Líbano en 1982, era incapaz de disparar a personas, y así, el resto de los soldados de su pelotón le encomendaron asesinar a los perros guardianes de una villa, para poder incursionar sin ser delatados por los ladridos. Ahora los perros se le aparecen en una pesadilla recurrente y nítida –recuerda a cada uno de los veintiséis que asesinó–, suerte de condena que no sabe cuándo terminará, si es que lo hace.
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El relato sorprende a Folman: también él fue soldado en la guerra, y sin embargo es incapaz de recordar nada. Como sea, de algún modo el relato del amigo enciende esa noche una imagen en la mente de Folman que este asocia con su presencia, cuando soldado, en la masacre de Sabra y Shatila. Es sin embargo una imagen aislada, apenas unos segundos, una fotografía mental sin marco, sin antes ni después: puede por tanto ser una imagen real o fantástica, armada por el inconsciente con distintos elementos a lo largo de los años. A partir de aquí, el cineasta se embarca en una pesquisa por desenterrar sus recuerdos de la guerra, para lo que visita a otros amigos y soldados que participaron en ella, a un famoso reportero, a un psicólogo especialista en estrés postraumático… De a poco los recuerdos de Folman se van reconstruyendo, pero ¿son sólidos los cimientos de esa reconstrucción?
Como espectadores, damos por supuesto que las respuestas que recibe, y que en pantalla se muestran como 'flashbacks', son los hechos según ocurrieron; pero no son los hechos, sino el recuerdo de los hechos que los entrevistados tienen, y no hay por qué darlos por exactos. Los entrevistados proporcionan las piezas del puzle, pero no tienen por qué ser narradores por completo fiables: a su memoria también le puede afectar el tiempo transcurrido, o mecanismos psicológicos de deformación. Es este uno de los aspectos más fascinantes del filme, en el que conviene reparar, y que añade al documental una cualidad onírica peculiarísima, y mayor profundidad a la narración (cuya atmósfera no cabe entender sin la banda sonora de Max Richter, tan varia como bien elegida e introducida).
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Además de documental sobre la memoria y filme bélico, 'Vals con Bashir' es en alguna medida cine negro. Folman funciona como el detective que va interrogando a testigos para recabar pistas. Finalmente, el pasado se le revela, recuerda lo acontecido, y entonces, justo antes de concluir, se produce una audacia formal inesperada: la imagen pasa de animada a 'real', a la de un documental o noticiero televisivo, y se muestran por un breve lapso distintas atrocidades que la masacre produjo. Es como si el inconsciente se hiciera presente, actual, y con él llegase la catarsis. Rúbrica prodigiosa para un título de una originalidad y fuerza conmovedoras.
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