![Unamuno en Antonio Tovar](https://s3.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202102/26/media/cortadas/tovar-ksSC-U130621713964npF-1248x770@El%20Norte.jpg)
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Josep Carles Laínez
Valladolid
Viernes, 26 de febrero 2021, 08:50
Reflexionar sobre grandes personalidades de nuestras letras, a través de la impresión que causaron en intelectuales de centurias o generaciones posteriores, es siempre un enriquecimiento: llegamos a saber casi tanto de uno como de otro, y ese filtro se transforma en novedoso enfoque, en rica ... sugerencia. Por ello, escudriñar qué de Unamuno empapó a Antonio Tovar, esa otra inmensa figura de la cultura española, abrirá nuevas veredas, y contribuirá a seguir acreciendo el aura de Unamuno, pues un clásico siempre está en proceso de construcción. Tovar iluminará aspectos de Unamuno, pero, al tiempo, será él mismo alumbrado por don Miguel.
Antonio Tovar (1911-1984) se dedicó a la crítica literaria, de modo continuo, ya en su madurez, con decenas de reseñas para 'Gaceta Ilustrada'; por supuesto, recensiones de libros científicos las venía publicando desde el inicio de su trayectoria intelectual, en los años 30, época en la que estuvo centrado en la Antigüedad clásica. Tampoco descuidó el artículo de opinión a lo largo de los años. Ahora bien, la filosofía y la literatura no fueron su dedicación docente o investigadora, centrada esta en la filología clásica, en las lenguas prerromanas de la Península Ibérica, y, con posterioridad, en las lenguas de América. Sin embargo, su periplo geográfico, filológico, académico y, no olvidemos, político, lo convertía en una referencia intelectual de primer orden.
Tovar se ocupó de Unamuno, desde luego. Es cierto: no dejó una monografía ni tampoco estudios de profundidad sobre el escritor vasco. Ello, empero, no es un demérito: el mismo Tovar no se consideraba especialista en Unamuno, sino 'lector entusiasta' (y 'fundador de su museo': bajo su égida, se acondicionó la antigua casa rectoral de la Universidad de Salamanca, y se convirtió en casa museo). Ayunos de ese gran título, nos restan más de dos docenas de textos, entre conferencias, artículos, prólogos y reseñas, en los cuales Unamuno fue objeto de su análisis.
Las principales aportaciones de Tovar al conocimiento del autor de 'La agonía del cristianismo', escritas para sendos homenajes, son 'El sentimiento trágico de Unamuno y la actual situación del mundo de nuestra era' (Bremen, 1973) y 'La sabiduría de Miguel de Unamuno' (Puerto del Rosario, 1982), aunque en esta conferencia utiliza, con retoques, el artículo 'Unamuno en el viaje de ida', que publicó en 'El País' el 10 de diciembre de 1980.
Tovar no se limita a glosar al ensayista bilbaíno: pone de manifiesto la contradicción fundamental en la vida de aquel para iluminar la situación de España, y del resto de países de lengua española, en ese momento histórico. En ambos textos, como matriz esencial de la vida y la obra unamunianas, hallamos la lucha de los contrarios: la razón y la fe, la ciencia y un espíritu correoso y nunca asequible, la modernización y las raíces… Del deseo de europeización de España, a la inmersión en sus fuentes más prístinas…, y vuelta a empezar. Este movimiento de sístole y diástole, siempre centrífugo, acabó por arrojarlo de los trillados terrenos de la aquiescencia, y tal vez encarnó en sí mismo, sin recurso a heterónimo alguno, una multiplicidad abocada al desasosiego y a la zozobra.
No obstante, quizá podemos ver en la descripción de Unamuno un trasunto del propio Tovar en cuanto a vicisitudes históricas. No vivieron estrictamente las mismas, pero, desde luego, del Tovar que escribió en ' El Imperio de España' (1941) que un hereje «tenía sobre la hoguera la ocasión de salvarse [y] es evidente que […] se le hacía un gran bien» (p. 124), al que firma el capítulo 'De religión y ética' en su ensayo 'Universidad y educación de masas' (1968), dista trecho semejante que entre el Unamuno ligado en su juventud a movimientos obreros, el de la demasiado conocida diatriba del «¡Que inventen ellos!», y el del famoso discurso público, el último, en plena Guerra Civil, con la exaltación de la vida por encima de cualquier otro valor. En este sentido parangonable de Tovar y de Unamuno, no es tampoco casual que el maestro vallisoletano se refiera a la contienda armada del 36 como «una guerra de religión», con una alusión a cómo se aniquilaban «las pequeñas minorías protestantes» que, sin duda, sirve de feliz contrapunto al ultramontano alegato contraherético citado arriba.
El sentimiento trágico de Unamuno es «la insoluble contradicción de fe y razón». ¿Se dio también esto en Antonio Tovar? ¿Experimentó ese mismo recorrido el gran intelectual vallisoletano? En uno de sus primeros textos –si no el primero, que recogió con posterioridad en 'Ensayos y peregrinaciones '(1960)– dedicado a don Miguel, 'Paisajes del alma, de Unamuno' (Escorial, 1944), sobre el libro de artículos aparecido en edición de Manuel García Blanco, Tovar escribió en uno de esos «tres yos del crítico (que) se han puesto a dialogar unamunescamente»: «las obras de arte olvidadas pueden llegar a descubrirse o desenterrarse o descifrarse, y siempre tendrán su juventud, pero la ciencia que no es criticada a su tiempo y a su tiempo superada y muerta, se convierte en armatoste inútil y estorboso». Tovar no fue un creador, sino un lingüista, es decir, un científico. Tal vez su desasosiego por lo efímero de su labor (y más en terrenos como las lenguas prerromanas de la península ibérica, de caducidad casi inmediata en muchos casos) lo experimentó de forma similar a la contradicción encarnada en Unamuno, no filosófica ni artísticamente, sino cultural en el más amplio sentido. De hecho, los juegos literarios, como el del artículo citado, o el de algunos otros textos ('Viejo Valladolid', sobre unos dibujos de su paisano Federico Carrascal, aparecido en 'Ancha es Castilla' (1983), donde suprime por completo la puntuación; o las escasas páginas 'Del diario de viaje por Estados Unidos', publicado en el citado 'Ensayos y peregrinaciones') quizá rezuman un gusto por esas 'obras de arte' que no salieron nunca de sus manos.
En cualquier caso, unamuniano o no, Antonio Tovar es una de esas figuras que agigantan una cultura –en este caso, la española–, además crean numerosos epígonos, y, lo peor de todo, iluminan cruelmente desiertos intelectuales posteriores. Convendría volver a analizar, estudiar y poner en primer plano muchos aspectos del antiguo rector de la Universidad de Salamanca. Y debería ser un acicate que estos no sean los mejores tiempos para hacerlo.
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