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Alguien dijo que la música country son tres acordes y la verdad, y una anécdota cuenta que Charlie Parker tenía la costumbre de poner country en la máquina de discos, lo que a sus compadres jazzistas desconcertaba por la distancia entre esa música y la ... que ellos practicaban. Finalmente un valiente se atrevió a preguntarle a Parker por qué esas canciones simplonas de vaqueros blancos, y este contestó: «Porque cuentan una historia».
Y eso es lo que hace 'El último show': contar no una historia verdadera, sino una historia con verdad, la emisión final de un longevo programa de humor y música por la venta del teatro donde se graba, que será demolido para la construcción de un negocio más lucrativo. Esta trama central, en realidad un punto de apoyo narrativo, es el fondo contra el que se dibujan las interpretaciones musicales y el caleidoscopio de historias menores –brillantemente sugeridas con una frase, un guiño o una imagen más que desarrolladas– que tienen lugar entre bambalinas.
En manos menos hábiles este planteamiento no daría para demasiado, pero las de prestidigitador de Robert Altman consiguen dotar de una vitalidad infatigable al registro de los números músicales. Y sin recurrir para ello a una sucesión epiléptica de cortes, ni a estruendosos movimientos de cámara; se basta y sobra con suaves planos-secuencia, de sutil poder hipnótico, en los que inserta una toma de otro lugar del teatro, para ir desplegando las tramas menores a la par que lo que acontece en el escenario. Que es pleno de encanto y veracidad, a lo que contribuye el extenso y muy bien elegido elenco.
No hay uno solo de los intérpretes, por limitado que sea su tiempo en pantalla, que descompense el resto de actuaciones, lográndose una suerte de organismo equilibrado y palpitante genuinamente altmaniano, como los que quizá nadie más en la historia del cine haya sido capaz de orquestar. El elenco –Meryl Streep, Tommy Lee Jones o un hilarente Kevin Kline, acaso los nombres de mayor relieve– ofrece una clase magistral de depurado naturalismo (salvo Kline), al punto de que todas las intervenciones fueron grabadas en vivo, sin sincronización posterior ni en las voces ni en los instrumentos, y no solo no palidecen junto a las de los músicos de la banda del show (son los propios del programa de radio, quienes aparecen en el film), sino que se diría llevaran tocando juntos desde que el show se puso en marcha, justo lo que la peripecia narrativa pretende. La formación anglosajona de actuación no orilla la interpretación musical (la palabra para interpretar un papel y para tocar un instrumento es la misma), y con razón: interpretar es en gran medida una cuestión de ritmo y de tono, y 'El último show' es prueba de ello.
El tema esencial del film es el de la muerte, presencia delante y detrás del escenario, presencia que afecta al escenario mismo. La muerte o el acabamiento, y la importancia que tiene el estarse en el momento, en la canción o el chiste que se está cantando/contando. Como dice el personaje del maestro de ceremonias –Garrison Keillor, autor también del guion–, «Cada show es el último show. Esa es mi filosofía». La muerte física alcanza a uno de los músicos –pero lo alcanza como en voz susurrada, como un apagarse las luces de su camerino–; alcanzará al magnate que pretende derribar el teatro; y alcanzó a una mujer mientras estaba conduciendo y oyendo el programa, que vuelve en forma de ángel de gabardina blanca que se aparece a quien y cuando quiere, símbolo de un final, el del espectáculo, que puede por otro lado suponer un renacer. A este tono de melancolía contribuye la fotografía en tonos ocres, crepusculares, que el fugaz destello rojo de una falda o una chaqueta (o el blanco de la gabardina del ángel) no hace sino resaltar.
A mayores, 'El último show' implica la muerte de una forma de entender la radio, y es una carta de amor a esa artesanía en vivo, a quienes la hacen o hicieron posible; implica también la muerte, la coda de una filmografía irrepetible (Altman fallecería ese mismo año), y forma un díptico musical y melancólico memorable con la maravillosa 'Nashville'.
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