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La trágica explosión de 'El niño', de Fernando Aramburu, y lo peor de la literatura
Los libros de la semana

La trágica explosión de 'El niño', de Fernando Aramburu, y lo peor de la literatura

La nueva novela del autor de 'Patria' comparte escaparates con 'Los aerostatos', el libro en el que Amélie Nothomb alerta con ingenio sobre los efectos secundarios de la lectura

Víctor Vela

Valladolid

Sábado, 20 de abril 2024, 00:44

La explosión en un colegio, un conjunto de relatos a cada cual mejor y un elogio de la literatura (y su capacidad para el mal). Estas son las tres propuestas literarias de la semana.

'El niño', Fernando Aramburu

  • 'El niño'. Fernando Aramburu.

  • Tusquets. 272 páginas. 20,50 euros.

«No todo el mundo mira con ojos limpios ni con juicio generoso la vida privada de sus vecinos» (116)

Hay unos capítulos en cursiva en los que el texto, en un curioso juego literario, se hace autoconsciente y se explica, se cuestiona a sí mismo. Dice, por ejemplo, que intenta evitar «el exceso sentimental o la hinchazón exclamativa» (47), que quiere eludir el morbo y el sentimentalismo. Se cuestiona si es lícito que él, convertido en novela, reciba elogios cuando se apoya en la tragedia de otros y el dolor de muchos. Si el artefacto de ficción puede respirar literatura sin traicionar los hechos reales. Pero, al mismo tiempo, el texto se dice que aspira a «dejar un rasguño en el lector», a ser recordado por algún capítulo emocionante (260). Y algún arañazo, sí, y profundo, deja 'El niño' tras su lectura.

Fernando Aramburu ha hurgado en un drama familiar (y social) para escribir una novela sobre el duelo, los silencios y las mentiras dentro del hogar. El niño del título es Nuco, 6 años, uno de los 50 menores (más dos profesores y la cocinera) que murieron el 23 de octubre de 1980 por una explosión de gas ocurrida en su colegio, en el pueblo de Ortuella (Vizcaya). Es muy difícil leer el primer tercio del libro sin asomarse a la lágrima, sin sentir un pellizco continuo de emoción. Por ejemplo, cuando las primeras señales de que algo ocurre comienzan a trastocar la rutina cotidiana del pueblo: los coches que van cada vez más rápido, los cuchicheos, las sirenas, las vecinas que se llevan las manos a la cabeza. Cuando la madre deja en el fuego los garbanzos y sale corriendo a la calle al enterarse de la tragedia. Cuando una mano pequeñita, aferrada a un trozo de plastilina, asoma entre los escombros. Cuando el padre y la madre de Nuco se encuentran y nada de lo que pase a partir de ese momento será igual.

Ese primer tramo del libro es de alto voltaje. Allí conocemos a esa familia que acaba de perder a Nuco, el hijo único de Mariaje y de José Miguel, el nieto de Nicasio, un hombre viudo que siente devoción por el niño. Cada uno de ellos, padre, madre y abuelo, vivirán la pérdida desde un filo diferente. Y esa forma de afrontar el duelo se sitúa en el centro del resto de la novela (no solo con la muerte accidental de Nuco, sino con el modo en que se asumen otras pérdidas anunciadas, como en la enfermedad, o inesperadas).

Mientras los padres intentan pasar página, el abuelo se aferra a la memoria del pequeño hasta tal punto que los demás le consideran un loco. El niño muerto le acompaña, está a menudo junto a él, el abuelo le habla y en su casa ha reconstruido el cuarto de Nuco que sus padres no quisieron conservar. Hay quien murmura a espaldas de Nicasio, convertido en el depositario de la memoria de Nuco. Mientras el abuelo viva, el nieto no morirá del todo. Mientras haya alguien que te recuerda, algo de ti sobrevive en los demás. Entre Mariaje y José Miguel se ha despertado, sin embargo, un deseo que busca el seguir adelante, sobreponerse, no caer en la depresión. Pero un abismo se abre entre ellos. El lector conocerá, a sorbitos, de forma sutil al principio y tal vez demasiado explícita al final, un secreto familiar en torno al pequeño y la pareja. Aramburu ha escrito «una novelita» (así se etiqueta a sí mismo ese texto en cursiva que completa la trama) donde un drama inmenso, la pérdida de un niño, se convierte en detonante para zarandear las relaciones de la familia.

'Ya casi no me acuerdo', Clara Morales

  • 'Ya casi no me acuerdo'. Clara Morales.

  • Tránsito. 204 páginas. 18 euros.

«Eso es lo que yo creo que existe, justamente, entre lo que llamamos realidad y literatura, un ligero y misterioso desencaje» (34)

«Eso es lo que yo sé y lo que te puedo contar», le dicen a la escritora Clara Morales cuando se interesa por Antonio, su bisabuelo. «¿Alguien sabe dónde está enterrado el padre de la abuela?», pregunta no siempre con éxito para conocer mejor las raíces de su árbol familiar, para reconstruir una historia que llega hasta sus días envuelta en la neblina espesa (y tantas veces injusta) del olvido. La memoria -conservada, transformada o dilapidada- es uno de los ingredientes transversales de 'Ya casi no me acuerdo', un libro de relatos sabrosos, comprometidos, apetecibles.

Morales reúne trece piezas (tan bien escritas) en las que tantea la materia frágil de la memoria y el peso insoportable de los abusos de poder (sexual, político, mediático, policial, inmobiliario). De la memoria habla, por ejemplo, en 'Nísperos dulces en invierno', con esa herencia de recuerdos que nos dejaron quienes ya no están. O en 'Y supondréis que no sabemos responder', donde una cuidadora atiende a un anciano que pasó por un campo de concentración y para quien el relato de lo ocurrido es sanador, aunque para los otros conocer esa historia pueda ser una condena. O 'Thanksgiving day', un puzle lleno de silencios y construido con las cartas que desde EE UU escribe una maestra republicana que durante la Guerra Civil se tuvo que exiliar. Este relato sobre la emigración, la nostalgia, los recuerdos heredados y la distancia de los afectos es tan emocionante que uno no querría que llegara nunca el punto final.

La denuncia de los abusos está en 'La vida es una tómbola', una pieza claustrofóbica sobre la tortura policial durante el franquismo y la difícil sanación posterior (de la víctima y de quien presenció la tortura). O 'Sé el coautor de tu propia vida', doloroso relato en el que se subraya que el abuso no es solo un daño personal que sufre quien lo recibe, sino que se trata de un mal social y cómo tal, con compromiso compartido, ha de abordarse. 'Ya casi no me acuerdo' es una cajita llena de emocionantes sorpresas literarias.

'Los aerostatos', Amélie Nothomb

  • 'Los aerostatos'. Amélie Nothomb.

  • Anagrama. 144 páginas. 17,90 euros.

«La juventud es un talento, se necesita tiempo para adquirirla» (137)

A Pie, un adolescente disléxico con problemas de integración social, le gustan los aerostatos. Más que los globos, los zepelines, esas ballenas llenas de gas que nos invitan a volar. Desde aquí abajo son tan bellas como frágiles e inmensas. Pero el zepelín, con toda su belleza, con toda su capacidad para hacernos volar, tiene también su reverso tenebroso (57). En épocas de guerra, el aerostato se convirtió en instrumento bélico, en herramienta para el mal. Todo buen invento puede ser usado para lo peor, servir de inspiración para el horror. Y así como ocurre con el zepelín, también con la literatura. Las grandes novelas, el teatro clásico, los versos en apariencia inocentes no solo son bellos, frágiles, inmensos, capaces de hacernos volar. También pueden ser «de todo menos una escuela de inocuidad» (136).

Amèlie Nothomb ha rendido en su última novela un homenaje al inmenso poder de la literatura. Pie es un joven de 16 años que tiene problemas en el instituto, motivados por una dislexia que, durante años, le ha alejado de la lectura. Su padre, un especulador financiero que no tiene tiempo para leer, pero sí para acumular libros (94), contacta con Ange, una joven estudiante de Filología, para que de clases al chaval. La receta de Ange será empujarle a leer grandes títulos de la literatura, de 'Crimen y castigo' a 'La metamorfosis', de la 'Odisea' a 'El idiota'. La lectura no solo curará los fracasos escolares del chaval, no solo luchará contra su apatía y su soledad, sino que además le abrirá la imaginación a posibilidades y vidas que creía imposibles.

Aunque la literatura es reflejo de lo mejor del ser humano... y también de sus grandes miserias y sus peores sentimientos. Nothomb plantea en 'Los aerostatos' un homenaje al poder transformador de la literatura en una novela cortita, que avanza sobre todo con diálogos, que regala frases estupendas y grandes secundarios, como la insoportable compañera de piso de Ange y la madre de Pie (encadenada a las colecciones inútiles por Internet). «Vivimos una época ridícula en la que imponerle a un joven leer una novela entera se considera un atentado contra los derechos humanos», se dice en la página 35, para recordarnos luego que leer es revolucionario, libertador, gozoso, a veces peligroso y casi siempre perturbador.

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