Un topónimo es el nombre de un lugar. Según la 'Ortografía de la lengua española', de la RAE, publicada en 2010, «los topónimos que aluden a un lugar que se encuentra en territorio de habla hispana, al igual que el resto de las palabras de nuestra lengua, deben someterse a las normas ortográficas del español», incluidas, claro está, las de la acentuación gráfica. Por eso la forma 'Campoo' (formante de nombre de una comarca cántabra –Campoo-Los Valles–, de una mancomunidad –Mancomunidad de Campoo-Cabuérniga–, de municipios –Campoo de En medio, Campoo de Yuso, Hermandad de Campoo de Suso– o de una estación de esquí –Alto Campoo– debe escribirse sin tilde. De ahí que esté considerada como incorrecta la forma 'Campóo' (escrita con tilde), que aparece en algunos periódicos, en carteles y en algunos documentos oficiales. Lo contrario ocurre con la denominación del río Rubagón, que en la señalización de la autovía A-67 (Cantabria-La Meseta) consta como 'Rubagon' (sin tilde).

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Hay algunas particularidades en este tipo de nombres que merecen señalarse. Por ejemplo, los que tienen más de una variante ortográfica admitida (como 'Cuzco' o 'Cusco'); o los que conservan antiguos usos ortográficos (como 'Axarquía', 'México' o 'Ayllón').

Mucho más complicado es el caso de los topónimos extranjeros, es decir, los que se encuentran fuera del ámbito de influencia de la lengua española. Evidentemente, los hablantes de un país se refieren a su propio país en la lengua autóctona y los topónimos en su lengua reciben el nombre de endónimos. Les pondré algunos ejemplos: para nombrar a su país, los egipcios usan 'Misr'; los alemanes, 'Deutschland'; los finlandeses, 'Suomi'; los noruegos, 'Norge'; los rumanos, 'România'; los croatas, 'Hrvatska'; los islandeses, 'Ísland'; los daneses, 'Danmark'; los polacos, 'Polska'; los franceses, 'France'; y los hablantes de español, 'España'.

Para los hablantes de español, 'España' es, por lo tanto, un endónimo. Pero para referirse a nuestro país, por ejemplo, un hablante de inglés usa 'Spain'; uno de alemán, 'Spanien'; uno de finés, 'Espanja'; uno de noruego, 'Spanja'; uno de rumano, 'Spania'; uno de croata, 'španija'; uno de islandés, 'Spánn'; uno de danés, 'Spanien'; uno de polaco, 'Hiszpania'; uno de francés, 'Espagne', etcétera.

'Egipto', 'Alemania', 'Finlandia', 'Noruega', 'Rumanía', 'Croacia', 'Islandia', 'Dinamarca', 'Polonia' y 'Francia' son los nombres en español de los países arriba mencionados y reciben el nombre de exónimos. Por ejemplo, 'Francia' es el exónimo español que corresponde al endónimo 'France'; 'Polonia' es el exónimo español que corresponde al endónimo 'Polska'. Y así sucesivamente.

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Como puede comprobarse, el nombre propio con el que se designa un enclave geográfico o una realidad político-administrativa en una determinada lengua no ha de coincidir necesariamente con el que le asignan sus propios hablantes en su lengua materna. En español decimos 'Pekín' (y no 'Beijing'), 'Costa de Marfil' (y no 'Côte d'Ivoire), 'Nueva York' (y no 'New York'), 'Londres' (y no 'London') y 'Lérida' (y no 'Lleida').

En el caso del español, los topónimos mayores de uso frecuente (nombres de países, capitales, ciudades importantes, ríos y elevaciones relevantes, etcétera) históricamente han tendido a integrarse en nuestro sistema gráfico-fonológico, algo que no ocurre con los topónimos a los que se alude esporádicamente.

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A esto hay que añadir que las listas toponímicas elaboradas por los servicios de traducción y documentación de organismos internacionales como Naciones Unidas o la Unión Europea no siempre establecen una forma de aceptación generalizada por no haber podido ponerse de acuerdo con las autoridades correspondientes de cada país con problemas de denominación.

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