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Cuarenta años después de publicarse, 'Los santos inocentes' se mantiene como una de las obras más populares de Miguel Delibes -quizás la que más, si contamos el éxito internacional de la película que Mario Camus rodó tres años después- y de las que suscitan más ... variadas interpretaciones. Realismo truculento y crudo, experimentación formal en forma de poesía narrativa, costumbrismo dramático, relato cuasi mitológico y teológico… Casi todo cabe en una de las obras más poderosas del novelista vallisoletano, en la que confluyen algunas de sus preocupaciones más constantes (la relación del hombre con la naturaleza, la mirada atenta a los débiles y maltratados) en un odre nuevo. Una estructura literaria que evoca el mundo de la narración oral tradicional, pero también una idea de la existencia como fluir.
El realismo y la realidad. Como en tantas otras ocasiones en la obra de Miguel Delibes, 'Los santos inocentes' es una novela que encuentra su primera inspiración en la realidad. El escritor vallisoletano contó en más de una ocasión que la idea le surgió en una visita al cortijo de unos amigos extremeños, la finca El Gamo. Allí encontró a un hombre real, Genaro, del que extrajo algunos de los rasgos principales para Azarías, su reencarnación literaria. Pero también descubrió allí una forma distinta de relación entre amos y trabajadores, un modelo en el que convivían el paternalismo y la sumisión, y que se alejaba de lo que él conocía del campo castellano. Esto ocurría a comienzos a los años 60, y así se sugiere en la novela al incluir referencias al contexto histórico preconciliar. «Yo no me atreví a situarla en nuestros días, porque no respondo de que sean así las cosas ahora», le explicaba el escritor a Javier Goñi en 1985. «Entonces sí lo eran», recalca con vehemencia para defenderse de la acusación de tremendismo. Aparece aquí el lado periodístico del escritor, y su autoexigencia de que la verdad al fondo del relato sea rigurosa y cierta.
Quien no tuvo tantos reparos con la cronología fue Mario Camus en su adaptación cinematográfica de la novela. Camus no sólo inventa un presente más allá de lo que cuenta la obra que adapta, un presente desde el que evoca el relato como pasado, sino que sitúa ese presente en el momento mismo en el que la novela y la película surgen, los años ochenta del pasado siglo. El estudioso Ramón Buckley cree que esta operación le permite al director no sólo acercar la historia al espectador, sino otorgar una dimensión política al crimen con el que se cierra el relato. De hecho, cuando en la película llega la escena del ahorcamiento del detestado Iván, «se produce el milagro: los espectadores del filme comienzan a aplaudir, asociando a aquel señor feudal que cuelga de una encina en una dehesa de Extremadura con el dictador que ha muerto hace pocos años en Madrid», opina Buckley. «Camus, sin alterar el argumento de la novela de Delibes, ha conseguido dar al filme una dimensión histórica que el texto no tiene».
En varios relatos infantiles publicados poco después, con el título 'Tres pájaros de cuenta', el escritor aporta algunas claves del origen de otros aspectos de la novela. En 'La grajilla' se nos cuenta, por ejemplo, que uno de los hijos de Delibes logró domesticar a un ave que irrumpió en la vida familiar en unas vacaciones, de modo muy similar a como se narra en 'Los santos inocentes' -la descripción del modo como el pájaro se posa en el hombro de Juan Delibes tras varios vuelos circulares es idéntica a la que protagonizan Azarías y la milaña. Y en 'El cárabo' está el germen de otra anécdota de la novela, el episodio en el que un molesto pájaro impide conciliar el sueño a la familia. Pero la realidad en Miguel Delibes es siempre un punto de partida que debe ser respetado, pero, al mismo tiempo, trascendido.
Sumisión y vasallaje. El tema más obvio de 'Los santos inocentes' es el poder, y más en concreto, el poder de someter a otros en una relación de sumisión y vasallaje en la que no cabe, a los de abajo, la opción de decir 'no'. Quien encarna de forma más explícita esta idea es el señorito Iván, un personaje que muy probablemente inventó el escritor a partir de retazos de otros. Elisa Delibes, presidenta de la fundación que preserva el legado del escritor, recuerda que su padre halló en la finca El Gamo la inspiración casi literal para Azarías, y también para el personaje de la Niña Chica, la niña que no crece porque está afectada por una parálisis cerebral que la sitúa en un estado casi vegetativo. «Pero no creo que pudiera encontrarse con nadie como el señorito Iván porque aquel matrimonio no tenía hijos», admite.
«Lo que sí percibió es esa relación de sumisión que luego reelaboró en la novela», recuerda. «Eran un matrimonio creyente y con una religiosidad que a mi padre le atraía. Pero, por ello mismo no podía comprender que negaran a sus sirvientes el derecho a la comunión. Era un tipo de vasallaje que él no había conocido en Castilla y que no entendía. Y le sorprendía aún más porque se trataba de personas a las que tenía aprecio».
«Creo que por ese motivo mi padre tardó tanto en publicar la historia. Le daba cargo de conciencia porque los señoritos no salían bien parados», añade Elisa Delibes. «Y, de hecho, me parece que a los aludidos no les gustó demasiado la novela».
Seguramente detectó Delibes los rasgos básicos que luego le servirían para la caracterización del señorito Iván en las partidas de caza en la zona. El cuento 'El amor propio de Juanito Osuna', de la colección de relatos La Mortaja, puede verse como una primera aproximación al futuro personaje a partir de la idea de un cazador tan obsesionado con ser el mejor tirador, y el que cobre más piezas, que está dispuesto a pasar por encima de cualquiera. El señorito Iván va más allá y perfila mejor ese estereotipo de señor feudal de apariencia amable pero que es incapaz de pensar en nadie más que en sí mismo y su interés.
'Los santos inocentes' es probablemente una de las novelas de Delibes en las que puede encontrarse con más crudeza una referencia al conflicto entre clases sociales. Incluso el asesinato final de Iván permite una lectura en esa clave, como un 'hasta aquí hemos llegado' de los desarrapados, frente al abuso. Pero ello va más allá de la letra de la obra e implica pasar por encima de la peculiar naturaleza de Azarías, de su condición 'inocente'.
Los inocentes. Gustavo Martín Garzo asegura que uno de los grandes aciertos de la novela de Delibes está en su título. Un título que evoca el episodio, narrado por el evangelista San Mateo, de la matanza de los menores de tres años que decretó Herodes con el fin de asegurar la muerte del recién nacido Jesús de Nazaret. Esos niños, cuya vida fue segada antes de poder desarrollarse, evocan a quienes, como Azarías o la Niña Chica, aún estando vivos, son seres incompletos, que no han podido culminar un desarrollo normal. Seres que no han terminado de despegarse del mundo animal y que, por tanto, no han llegado a instalarse en la cultura, en el mundo del lenguaje. Pero también Paco el Bajo y La Régula son inocentes en cierto modo. Ellos sí han logrado asentarse en el mundo del lenguaje, con mucho esfuerzo -la novela retrata con detalle las dificultades del proceso de alfabetización y la extrañeza de sus protagonistas ante las reglas ocasionalmente arbitrarias de la gramática- pero, en cierto modo, no se han instalado del todo. La vida de Paco y Régula está marcada por la esencialidad, por una conexión directa con la conciencia de la muerte y la necesidad de sobrevivir. También por la necesidad de ser útiles.
Ramón Buckley cita a Rousseau para explicar la diferencia entre el amor para sí del 'buen salvaje', con quienes identifica a los personajes de Delibes, y el amor propio del civilizado individuo social. «La única pasión del buen salvaje es el amor para sí, es decir, el instinto de conservación de sí mismo y de sus seres queridos, 'una pasión primitiva, innata al ser humano, anterior a cualquier otra y de la cual todas las demás son modificaciones». Lo opuesto es el amor propio «característica esencial del hombre social, que consiste en colocarse primero respecto a los demás y en preferirse a todos». Para el filósofo francés, el amor propio es la fuente de todos los vicios, mientras que el amor para sí sería el germen de todas las virtudes. Huelga decir que el señorito Iván encarna en la novela del vallisoletano el nocivo 'amor propio'.
Vemos aquí renacer otro de los temas recurrentes del escritor, que es la relación conflictiva entre el hombre, la naturaleza y la civilización. En 'Los santos inocentes' encontramos, por un lado, que ese modo primario, natural, de relacionarse con el entorno tiene la contrapartida de una gran indefensión. El inocente es especialmente susceptible al abuso del otro. Y aquí aterrizaría la dimensión realista de la novela. Pero hay otra. A juicio de Gustavo Martín Garzo, 'Los santos inocentes', «sin abandonar la vocación realista de toda la obra de Delibes, adquiere gracias a su lenguaje el tono de esos grandes relatos teológicos, donde lo que está en juego, más allá de la anécdota concreta, es la pregunta por el destino del hombre y por el sentido de su vida en la tierra». De este modo, Azarías, la Niña Chica, Paco el Bajo o la Régula «son seres de carne y huesos, pero cuyas vidas adquieren un valor casi simbólico».
La innovación formal. No menos llamativo que lo que 'Los santos inocentes' cuenta es el modo como lo cuenta. En esta novela Delibes afrontó uno de sus experimentos formales más arriesgados, y que se basaba en dos premisas: la renuncia al punto, como elemento que divide y separa las distintas frases, y que permite establecer algo así como una regulación de tráfico en el relato, y la renuncia a las comillas, como signo identificador del parlamento dialogado. De este modo, cada uno de los seis libros que componen la obra resulta ser, al menos en apariencia, una única frase, larguísima, en la que se van encadenando las ideas y los diálogos.
El gran logro del novelista es haber conseguido que esta apuesta formal no sea un obstáculo para la comprensión de la obra, tal y como acredita el hecho de que es una de las suyas más vendidas. En realidad, tras unos minutos iniciales de desconcierto, el lector es capaz de reconstruir enseguida el orden del relato. Y aprende a reconocer el modo alternativo como el escritor señala la irrupción de las frases literales atribuidas a algún personaje, a través del recurso visual al salto de espacio en la línea.
Se ha hablado mucho de la conexión entre esta forma de narrar y la poesía. El propio Delibes reconoció su intención de que su obra funcionara como un poema en prosa, casi como una cantata. Sin embargo, el principal efecto de la innovación narrativa del escritor no es tanto la instalación de la obra en el tiempo suspendido de la poesía, que también, como el de convertir el relato en un flujo, en una corriente literaria que evoca a la clásica metáfora de la vida como río.
El sacrificio de la gramática no sólo permite evocar la inserción cultural sin completar de los otros inocentes, Paco y Régula, sino que también ayuda al novelista a evocar la oralidad originaria de los relatos tradicionales. Una oralidad que conecta 'Los santos inocentes' con el mundo de los antiguos trovadores, incluso de los pliegos de cordel, pero también, pese a las obvias distancias culturales, con el mundo del rap y del hip hop. Si en estos estilos que, a buen seguro, no debieron interesar a don Miguel, el 'flow', el modo de fluir las letras, y el encadenamiento de los parlamentos son elementos esenciales, ambos rasgos no son menos importantes en 'Los santos inocentes'. De modo que, después de todo, quizás no sea casualidad que la obra de Delibes sea tan querida por un grupo como 'Los chicos del maíz', que la han citado expresamente en, al menos, dos canciones (Cine de autor y Sultanes del funk). Quizás no sólo se identifiquen con su dimensión política, sino también con su trama formal.
El crítico cultural Víctor Lenore recuerda que el árbol de la música afroamericana, en el que se incluyen el rap y el hip hop, bebe de la tradición de los 'griots' de las tribus primitivas, el equivalente de los trovadores, que preservaban la memoria de las comunidades. Hay, por tanto, un hilo invisible que conecta las distintas tradiciones orales en diversos lugares del mundo. Un hilo invisible que permite conectar a Delibes, buen conocedor de las tradiciones orales de Castilla, con el rap, incluso aunque el rap que apenas estaba naciendo en el año en que publicó su novela, a buen seguro era un estilo musical ignorado por el novelista.
Un relato, el de Delibes, cuyo 'flow', cuyo fluir, evoca, de tanto en tanto, una cierta idea circular de una vida -esas frases que se repiten a lo largo del relato- que evoca la idea de un tiempo suspendido, estancado. Pero que también conecta con esa otra metáfora de la existencia como un torrente en el que las vidas humanas son arrastradas y conformadas. Frente a la apariencia de orden y seguridad que nos brinda la gramática convencional, la rupturista puntuación que usa Delibes en esta obra nos resitúa en una cierta conciencia de la fragilidad. El lector se ve forzado a ir reconstruyendo la narración, en una leve carrera de obstáculos que nunca es abrumadora, pero que altera la confortabilidad habitual de la lectura y le coloca en el estado de apertura mental que la obra requiere. Una historia que, en efecto, y más allá de las anécdotas particulares, habla de la condición humana y de la dificultad del paso del hombre por el mundo.
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