Borrar
Juan Manuel Rodríguez Tobal. Henar Sastre
Testigos de la transparencia

Testigos de la transparencia

González Fuentes y Rodríguez Tobal dan fe en sus últimos libros de la raíz castellana en la poesía actual

Carlos Aganzo

Valladolid

Jueves, 23 de enero 2020, 21:29

Los viejos territorios se resisten a las modernas nomenclaturas. Castilla se asoma al Cantábrico por Santander. Castilla o lo castellano, si entendemos como tal un modo de expresión, de vida. Un verterse en el mar desde los ríos del interior. Así que, manqueospese, existe también una profunda raíz castellana en la poesía de nuestro tiempo. La que viene de Jorge Manrique y Juan de Yepes, pasa por Claudio Rodríguez y va hasta la última generación que se asoma al precipicio poético de la actualidad. La que se resiste todavía a ser codificada. Dos libros, publicados con muy poca diferencia en Sevilla (Renacimiento) y en Madrid (Hiperión), dan buena cuenta de lo que digo: 'Los días desiertos', del santanderino Juan Antonio González Fuentes, y 'Esto era', del zamorano Juan Manuel Rodríguez Tobal. Una misma vibración en dos visiones diferentes.

Además de por sus trabajos alrededor de otros autores, como Roberto Bolaño, Boso, María Zambrano o José Hierro, a González Fuentes le conocemos por su propia, intensa, trayectoria poética, que ahora nos permite asomarnos a esa expresión suya, tan personal, que ha ido dando a la luz títulos como 'Además del final' (1998), 'La luz todavía' (2003), 'Monedas sueltas' (2014) o la antología 'Memoria', que recoge su obra entre 1989 y 2015.

Juan Antonio González Fuentes. Antonio Quintero

'Los días desiertos' se presenta como una colección de poemas en prosa distribuidos alrededor de la espina dorsal que constituye el largo y profundo 'Nocturno blanco en Manhattan', un pequeño libro en sí mismo. Poemas que sitúan a su autor en un territorio encendido, a medio camino entre la plegaria y el canto interior. Un «temblor religioso», como aprecia Pombo en su presentación, que busca e indaga en terrenos absolutos a través de la salmodia de la palabra, de su poder invocador. «La plegaria –dice el poeta– sólo es cierta en la plegaria». Como la poesía sólo es cierta en la poesía.

Un magma que surge antes del eco de la memoria que de la iluminación del momento. De las «ruinas del dolor». De la «dura sed de los que fueron» y que siguen siendo en tanto que alguien los canta, los pronuncia. «La hora antigua de la piel», la sensación de que el tiempo sólo es en tanto que es memoria. Un diálogo entre lo que nos hiere –el roce con lo lejano, el vértigo de sabernos otro, la levedad de espuma que nos trata como olas que se agotan en la orilla» y lo que nos salva –el fulgor del relámpago, el «orden luminoso del silencio», la llama de amor viva–. Y una sola vocación: la transparencia. La única victoria de la luz en medio de la aridez de los días desiertos.

Es la transparencia, precisamente, la que une, en este instante preciso, la obra de González Fuentes con la de Juan Manuel Rodríguez Tobal. No sin usura, Rodríguez Tobal nos va dejando, a la par que sus milagrosas traducciones, su personalísima cera poética. Apenas un puñado de libros –'Dentro del aire' (1999), 'Ni sí ni no' (2002), 'Grillos' (2003), 'Icaria' (2010)– que suponen, cada uno de ellos, un pequeño acontecimiento. Hasta llegar, ahora, a 'Esto era'.

¿Puede caber aún mayor despojamiento? Puede. Por ser tenue y transparente, esa llama de amor viva, que consume y no da pena al corazón del poeta, ni siquiera deslumbra. «Era hermoso no arder, no iluminar», escribe Rodríguez Tobal. Tan solo ese calor pequeño, inapreciable, que surge desde el propio frío del mundo. Que alienta la vida y le da fuerza. Y sentido. Antes aún que luz, voz. Voz que se goza en la música callada del silencio.

Y de nuevo –tan lejos, tan cerca–, la búsqueda de la transparencia. El no ser siendo de Juan de la Cruz. La transparencia y la pobreza. La poquedad. «Para saber del mar acariciábamos piedras misteriosas», dice, desde el mar adentro de la Meseta, Rodríguez Tobal. Antes, mucho antes de llegar a lo salino, fluir en lo dulcemente interior de los ríos manriqueños. Y en el fondo, con plegaria o sin ella, la espera del acontecer: «La primavera no te necesita /y algo está por llegar que nadie sabe / porque no tiene nombre». El anhelo puro del que se baña con fuego. El misterio de la alegría en la pobreza, en la parquedad, en el despojo. La intuición de la gracia. Una maravillosa lección.

Realidades diferentes, transparencias paralelas. Somos más en lo que perdemos que en lo que en realidad somos. Deseo íntimo de sobrevivir al ensordecedor ruido del mundo. La prueba evidente de que, frente a la apoteosis de la tontería, la poesía de nuestro tiempo, la de ahora mismo, vibra con intensidad extraordinaria.

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

elnortedecastilla Testigos de la transparencia