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En el '77, el probablemente más importante cineasta del mundo llevaba ya una década dejando testimonio de cómo funcionan determinados cuerpos sociales –una escuela de secundaria; un hospital; un juzgado de menores…–, pero a nadie en la NASA se le ocurrió meter ninguno de ... sus documentales en las sondas Voyager que portaban (portan) en su seno dos discos de oro con algunos de los hitos del conocimiento, el arte y la naturaleza más relevantes para el hombre. Cuarenta años después, el extraterrestre interesado en hacerse una idea cabal de cómo fue la vida del último cuarto de siglo XX y primero del XXI de aquellos bípedos implumes que habitaron el planeta azul haría mejor en repasar la filmografía de Frederick Wiseman que los surcos dorados de las Voyager. 'At Berkeley' es otro de los ladrillos en ese edificio aún en curso que es su obra, al tiempo autónomo y síntesis del edificio todo.
La concepción de Wiseman es única, radicalmente distinta de la idea que viene a la mente con el concepto 'documental', pero mucho más cercana al –y honesta con– el sustrato del concepto. No hallará el espectador explicación alguna; ni en forma de bustos parlantes que se dirigen a la cámara, ni en forma de intertítulos, ni en forma de voz narrativa en off. La única 'explicación' se halla en el título, y estos no hacen sino indicar el lugar donde va a acontecer lo contado o el tema del documental –que asimismo se asocia a un solo lugar–: el espectador se ve arrojado de golpe en un entorno que le es ajeno –como lo estaría el extraterrestre–, y al inicio se siente desorientado, pero esas mismas extrañeza y desorientación lo atrapan y fascinan sin remedio.
'At Berkeley' arranca y vemos a una persona en un departamento –insisto: ningún intertítulo ni rótulo nos dirá qué departamento, ni el nombre o el cargo de quien habla– exponiendo que debido al constante recorte de financiación por el estado de California, la institución ha pasado de que más de un 40 % de su presupuesto proceda de las arcas estatales a un 16, con los problemas que de ello se derivan a la hora de mantener la excelencia educativa, su carácter público (la única entre las universidades de élite en Estados Unidos), la independencia ideológica, el programa de becas… Incrementar el importe de las tasas o las matrículas, reducir o congelar los sueldos del personal administrativo parece inevitable. En otra escena un físico explica a la clase (tan varia en razas como en edades) el origen del tiempo y la paradoja de su existencia anterior al Big Bang, en base a Stephen Hawking. Un profesor de literatura señala las metáforas eróticas de un poema de John Donne. Un grupo de obreros manejan excavadoras y apisonadoras. Una estudiante negra lee la cartilla a sus compañeros por la condescendencia con que la han tratado siempre, cuando ellos no tenían las dificultades para el pago de la matrícula que tienen ahora. En los jardines del campus, alumnos leen sobre la hierba, otros toman el sol, otros hacen malabares con yoyós. Un hombre –también negro– barre escalones nocturnos en silencio. Un robot trata, con dificultad, de doblar una toalla.
Este no es el orden seguido en el filme, pero podría serlo. «Todo es elegir y ordenar», dijo el poeta, y Wiseman parece haber hecho de este pensamiento la divisa de su labor. Las cuatro horas que dura 'At Berkeley' son la destilación ensamblada de más de 250. El montaje es la sintaxis del lenguaje fílmico, y Wiseman identifica montaje y creación. Es la yuxtaposición de escenas –la elección de su orden y de su duración– la que da ritmo y sentido narrativo al conjunto. Sentido que es a la vez cerrado y abierto, pues Wiseman se limita a mostrar, no interfiere en lo mostrado, y desde esta perspectiva es cerrado (aunque nunca completamente, pues cada cual leerá la escena –el texto fílmico– a su manera); pero es también abierto, pues el orden y duración de las escenas, elegidos por él, condiciona el discurso; verbigracia, el poner a continuación de una discusión alada sobre poesía al conserje negro barriendo los peldaños parece dejar claro que no es posible la primera sin el segundo, que no hay ideas sin materia, versos sin escobas. Esta y las demás elecciones las realiza Wiseman no solo por razones de contenido sino también narrativas; es un milagro que sus documentales no resulten ni abigarrados ni aburridos, de que la fascinación no decaiga: es que él monta el material –según ha confesado– como si fuera un filme de ficción. Uno piensa que Wiseman es de algún modo la versión fílmica del Nuevo Periodismo (en concreto, por intentar ante todo hacer justicia con el entorno que relata y por el infinito respeto con que trata a las personas que en él habitan, con Gay Talese). Al suprimir cualquier tipo de información extraña a lo que registra la cámara, es como si viéramos una película de ficción, solo que tenemos la certeza de que lo mostrado no pertenece al reino de la fantasía sino que ocurrió tal cual. Cierto que el abanico de técnicas disponibles en prosa son mucho más amplias (Wiseman, en puridad, solo tiene una: el montaje), pero la concepción es similar.
'At Berkeley' acentúa esta veta narrativa en su segunda parte, al aproximarse la toma de la biblioteca por los estudiantes –una suerte de clímax dramático dentro de la cotidianeidad–; FW intercala la marcha hacia la biblioteca con reflexiones del rector sobre la cultura de la protesta en Berkeley, y cómo hay que proteger tanto a quienes protestan como a quienes no (la libertad de expresión incluye la libertad de no expresarse); parlamentos megáfono en mano de los estudiantes con discusiones en los despachos para determinar la logística de la seguridad, etc. Al cabo, los estudiantes se retiran a la hora prevista, y… Y la vida sigue: estudiantes –muchos– que no están de acuerdo con las reivindicaciones, algunas de las cuales les parecen contradictorias entre sí (Wiseman, riguroso siempre con la verdad, les concede tanta voz y tiempo como a los que protestan); los problemas presupuestarios no se han solucionado; un brillante y apasionado profesor concluye una exposición sobre la posibilidad de viajes intergalácticos… El hombre sigue observado, cómo actúa y reacciona, célula de un organismo que lo enmarca y condiciona y enriquece, y al que él enriquece también. Testimonios antropológicos dignos de figurar tanto en museos como en filmotecas, los filmes de Wiseman son también, y quizá sobre todo, ejercicios morales de documentación. Algo que en la vorágine de informaciones sin filtro en que vivimos hoy resulta, si cabe, más imprescindible.
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