Secciones
Servicios
Destacamos
En el retrato que pinta de él Zuloaga en 1941, se ve a un hombre delgado, bien vestido, con traje oscuro, que sujeta su libro 'Pensando en España' con la mano derecha, apoyada en una mesa con papeles manuscritos y más libros. Al fondo hay ... un paisaje yermo, en una loma, un castillo. La otra mano se apoya en un bolsillo del chaleco. No mira al espectador, con los ojos casi cerrados parece manifestar indiferencia, ¿altivez? puede que una leve ironía.
Nacido en 1873, hace ciento cincuenta años, vivió hasta 1967; en ese tiempo ocurrió el desastre del 98, la Primera Guerra Mundial, la dictadura de Primo de Rivera, la Segunda República, la Guerra Civil, la Segunda Guerra Mundial, la dictadura de Franco… Consiguió manejarse entre estos avatares como si no fueran con él. Contrasta con otros escritores de su generación, como Pío Baroja, amigo desde su juventud, experto en meterse en todos los charcos que encontraba, o Unamuno, cuyas opiniones fuertes, a veces contradictorias entre sí, generaban a menudo la controversia que pretendía. Azorín, sus artículos en el 'ABC', su enorme bibliografía, navegaron sin grandes sobresaltos sobre esas aguas capaces de devorarlo todo. Eso no quiere decir que no entrara en aventuras formales. Atento a lo que ocurría en Francia o el Reino Unido –hablaba francés e inglés, además de saber latín–, estudioso de los clásicos españoles, su estilo está lejos de ser intrascendente o adocenado. Le interesa mucho la investigación de cómo hacer para lograr un lenguaje acorde a sus propósitos.
Escribir teselas, fragmentos que, unidos por yuxtaposición, conforman una pieza determinada, es el método azoriniano. Quizá por trabajar para la prensa de continuo, con las limitaciones de espacio que los periódicos exigen, el escritor se hizo a esos periodos breves que le caracterizan. Otra marca de la casa es la búsqueda de la ausencia de conflicto. En sus textos tiende a no ocurrir nada. El autor mira con cuidado y describe, con frases de sintaxis sencilla, cargadas a menudo con vocabulario prolijo, lugares, tiempos y cosas. «En la cocina son espejos los artefactos y cacharros de azófar que en la espetera cuelgan, y los cántaros y alcarrazas obrados por la mano de curioso alcaller en los alfares vecinos, muestran, bien ordenados, su vientre redondo, limpio y rezumante.» Él se quita importancia, pero está siempre presente, la primera persona es habitual al comienzo de sus oraciones. «Yo no quiero engañar al lector; yo no soy un sociólogo, ni un periodista ilustre, ni un diligente reporter; yo soy un hombre vulgar a quien no le acontece nada». Esa nada buscada encuentra alguna vez situaciones difíciles; pero, en general, el escritor recorre España entre casinos de pueblo y balnearios, hablando con unos y otros, sin contar nada sobre sí mismo. «En realidad, la vida no es más que la representación que tenemos de ella.» Quizá su modelo último sea la ecuanimidad ascética de Montaigne, a quien dedica varios artículos. Le gustaba llamarse pequeño filósofo y llega a incluir el apelativo en uno de sus primeros libros, 'Las confesiones de un pequeño filósofo' (1904). En el libro no hay culpas o revelaciones de secretos, a la manera de San Agustín o Rosseau. Cuenta su infancia en el Levante español y cómo adquiere sus dotes descriptivas: «Yo amo las cosas: esa inquietud por la esencia de las cosas que nos rodean ha dominado en mi vida».
Sus principios fueron muy distintos. Abandona la carrera de derecho para escribir en periódicos desde una ideología ácrata que le duró algún tiempo. Su primera novela, 'La voluntad' (1902), publicada con veintinueve años, marca el cambio de perspectiva. En sus tres partes, el protagonista cuestiona sus referentes, desde el pesimismo de Shopenhauer, que da origen a su título, pasa por la rebeldía de Nietzsche hasta llegar al escepticismo mesurado de Montaigne. El protagonista, Antonio Azorín, es un alter ego del narrador. También Baroja aparece con dos nombres. Es un 'Bildungsroman' autobiográfico, lleno de referencias filosóficas, que rompe con la narrativa hegemónica de la época. «La vida no tiene fábula: es multiforme, ondulante, contradictoria… todo menos simétrica, geométrica, rígida, como aparece en las novelas…». Sobre su héroe, dice el narrador: «Él no tiene criterio fijo, lo ama todo, lo busca todo». «Azorín, en el fondo, no cree en nada». Al cabo de poco tiempo adopta ese seudónimo como definitivo y, tras abandonar sus veleidades juveniles, entre 1907 y 1919 fue diputado conservador cinco veces.
En 1928, tras una buena tanda de artículos y libros de distintos géneros, publica 'Félix Vargas', para entonces es un escritor consagrado, cincuentón, que atiende a la propuesta de Ortega y Gasset de la necesidad de renovar, otra vez, la novela, para adaptarla a su tiempo. Es un texto mucho menos convulso, en el que el conflicto es solo intelectual, donde apenas hay trama narrativa, centrado en su fuerte, las descripciones de lugares. El personaje que da título a la novela, un escritor de mediana edad que veranea en San Sebastián y se siente atraído por mujeres intelectuales francesas, recibe el encargo de escribir unas conferencias sobre Santa Teresa. Va y viene y lo mira todo. En un momento determinado, puede que presuntuoso, el autor lo compara (se compara) con Rilke. Por los modos, podría ser un anticipo de lo que luego fue el 'Noveau Roman' bastantes años después.
Su fuerte son los artículos, reunidos luego en libros. Los prepara con cuidado, se permite todo tipo de ideas. En 'Castilla' (1912) empieza hablando del ferrocarril, dedica un capítulo al mar y otro a las nubes. Vuelve a los clásicos para ver la vida posterior de sus personajes… No escatima en lecturas, de clásicos y contemporáneos, para dar cuerpo a sus textos. Es original, a menudo brillante. Hoy está un tanto olvidado.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.