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Margarita Torremocha
Sábado, 19 de octubre 2024, 12:13
Entre los vallisoletanos, muchos conocieron al carmelita Teófanes Egido en la iglesia de San Benito y otros muchos en esta ciudad universitaria pudieron coincidir con el profesor en las aulas de Filosofía y Letras, a la que ya estaba vinculado en los años 60. Era uno de los personajes más distinguidos y queridos de Valladolid, que concitaba unanimidad por su grandeza humana, pero es posible que no todos supieran que era uno de los historiadores más relevantes de su época. Un reconocimiento que oficiosamente tuvo en vida, otorgado por sus compañeros de profesión, en el ámbito académico nacional e internacional, que se materializó en la concesión del Premio de Castilla y León de las Ciencias Sociales y Humanidades (2022).
El doctor y catedrático Teófanes Egido López ha sido un historiador de primer orden cuya grandeza supera estas líneas. Su especialidad era la Historia Moderna, que abarca los siglos XVI, XVII y XVIII, y como modernista alcanzó un prestigio internacional, avalado por su alto número de publicaciones. Pero no era lo cuantitativo y numérico lo que más importaba a Teófanes. Él, en los años 70 y 80, en una etapa en que la historia cuantitativa o cliometría se encumbraba como la corriente rigurosa y novedosa, a la que los investigadores nuevos cayeron rendidos, siguió su propio criterio y abordó otra metodología, la del estudio de las mentalidades colectivas, atendiendo a las cuestiones cualitativas, por encima de aquellas que solo cobraban relevancia cuando eran medidas. Y lo hizo con el respeto y admiración de los colegas que encabezaron esas otras nuevas corrientes que, en principio, tomaron la delantera. Eran años en los que se abrían nuevas vías ajenas a los modelos de la historiografía positivista, dominada por la política, por los eventos y grandes personajes, y Teófanes fue pionero en esa tarea de revisión de la forma de hacer historia.
Asimismo, acometió con maestría la historia política y aportó magníficos trabajos. Gran conocedor del rey vallisoletano, fue parte activa de la Cátedra Felipe II desde que se reimplantara en la UVA en 1969. Pero su opción fue por el dieciochismo, por ese «siglo maldito» para algunos y postergado con respecto a los siglos de la España Imperial que atraían las atenciones de todos los historiadores, adentrándose también en la época de la modernidad menos estudiada hasta entonces. En su tesina y tesis abordó las sátiras políticas y la oposición pública al poder borbónico. Carlos III y Carlos IV, la Ilustración, los ilustrados y los antiilustrados, son algunos de sus estudios, enfocados desde su visión histórica, social y de las mentalidades colectivas.
Su labor para dar a conocer la historia de la espiritualidad (en especial sobre San José) destaca como modelo interpretativo por la novedad de sus miradas, sobre todo en lo relativo a Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz. Desde su vida carmelitana y con el rigor histórico preciso, ha dado a estos personajes su papel en la mística, en la iglesia tridentina, en su reconocimiento entre las gentes de aquella sociedad del siglo XVI. Nadie como él ha presentado el sentir de 'la Santa', sacándola del ámbito de los espiritualistas y de las hagiografías barrocas, sin anacronismos. Tanto que, desde este tema, hace una historia 'con mujeres', toman=do a una monja carmelita, adelantándose a las modas historiográficas cuando ya en 1982 escribe un artículo sobre este tema, presentándonos a una mujer con determinación, tomando decisiones en un mundo de hombres. Y eso, aunque en la modernidad la mujer no fue valorada, como él decía, lo sería solo a partir de la Ilustración.
Su estudio de los orígenes de Santa Teresa, nieta de un inquisitoriado judío de Toledo, de la que en 1612 fuera nombrada patrona de España, «tratados con la mayor naturalidad, sin extrañeza y con sentido histórico», le permitieron dar a conocer con una impecable y lúcida contextualización el fenómeno converso, en una obra que por razones que no tenían que ver con esa historia, no vería la luz hasta el año 1986.
Lutero es otro de los personajes que Teófanes estudia (y traduce), siendo su obra indispensable para conocer a este agustino, los orígenes del protestantismo y la doctrina que pone fin a la unidad católica occidental. Como lo es para entender la espiritualidad barroca, la mística, los erasmistas, los alumbrados, los judeoconversos, la acción de la Inquisición, los hombres y mujeres que representaban la religiosidad popular, frente a la oficial marcada por la Iglesia en el Concilio de Trento y la Reforma.
Y, fuese cual fuese la temática, siempre tuvo a Valladolid presente en sus investigaciones, sobre todo, la ciudad ilustrada, que conocía en sus espacios, instituciones y personajes, convirtiéndose en el cronista de la ciudad, siempre atento al presente y conocedor único de su pasado y sus gentes.
En definitiva, fue un historiador sin miedo a adentrarse en corrientes historiográficas nuevas, difíciles de sostener en esas décadas del siglo pasado, cuando aún debían defender su legitimidad. En todas sus temáticas destaca su capacidad para salir de una historia descriptiva e 'historizante' y abogar por el análisis de los comportamientos, de las percepciones y de las mentalidades populares. Ello le convirtió en pionero de una corriente historiográfica que hoy goza de total aceptación tras décadas de debate interno: valorando el cambio, que es siempre motor de la historia, sin dejar de analizar las permanencias, estudiando las presencias, pero también las ausencias, leyendo la que era letra pequeña de la Historia, la de las mentalidades, que en la actualidad trabajan grandes historiadores y que se escribe con mayúsculas.
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