Secciones
Servicios
Destacamos
Fermín Herrero
Sábado, 18 de mayo 2024, 00:41
Quién atiende hoy en día, literal y literariamente a los desvalidos, los parias, los excluidos, los desamparados, los silenciosos, gentes del abismo, echados a las cunetas del sistema, aplastados por la rueda social e histórica, los mendicantes callejeros, los 'homeless', los sintecho, antiguamente transeúntes, hoy ... personas sin hogar, los seres de desgracia tan Simone Weil, las pobres gentes de Dostoievski, de Baroja, las que pintó como nadie nuestro Jiménez Lozano? Pues, por ejemplo, por extenso y soberbiamente, Jorge Bustos en 'Casi' (Libros del Asteroide), desde fuera, y Juanma Agulles en 'Vagabundias' (Pepitas de Calabaza), desde dentro de la práctica asistencial.
Bustos, subdirector de 'El Mundo', se acerca al fenómeno del sinhogarismo por azar, al mudarse a un edificio cercano al Casi (acrónimo de Centro de Acogida San Isidro) del título de su libro, por curiosidad, tras vencer la repulsa y asco iniciales hacia los indigentes provocada por su proximidad azarosa. El resultado es una crónica o reportaje fragmentario escorado hacia lo narrativo, largo, detallado, emotivo pese a la frialdad imparcial con la que lo afronta, sin consideraciones morales o de conducta, sin demagogia ni juicios de valor, «un ejercicio de observación que se dirige a lo concreto y particular». En consonancia, el estilo es directo, natural, en las antípodas del de la mayoría de los escritores de su generación forjados como él en el columnismo, que peca de brillante, desaforado, en ocasiones bronco, con tintes umbralianos y ascendente gonzálezruanesco, lo que Marsé llamaba, graciosa y cruelmente, prosa de sonajero.
Jorge Bustos. Libros del Asteroide. 192 páginas. 19,95 euros.
Bustos no busca denunciar ni utilizar, sino visibilizar, sitúa el asunto charlando en un café con el concejal madrileño del ramo y con la directora del Casi, que nos informa de su funcionamiento y prestaciones. Patrulla luego, a pie de acera, con miembros de equipos asistenciales, para mostrarnos a quienes duermen en la calle, bajo la ley de la selva, unos mil en Madrid, se calcula. Con una sequedad escalofriante se pasa revista al alcoholismo, las violaciones habituales, el envejecimiento rápido o la problemática de los menas. En uno de los mejores capítulos, a mi juicio, se nos cuenta una actividad excursionista en bus, a Ávila, u otra salida con almuerzo de propina en la pradera, por San Isidro. Desfilan por sus páginas, víctimas de «la vejación, el escarnio, la miseria y el abandono», dipsómanos, vagabundos mendicantes, un extorero y exchef al que dio la alternativa Ortega Cano y que trabajó con Arzak o Arguiñano, un antiguo crítico de arte que conoció en persona a Warhol o Lichtenstein, un desastrado total que lee a Faulkner o Joyce en bolsillo…
Frente a la visión neutral, objetiva, serena, sin juzgar ni manipular, de Bustos, Agulles se moja más, no quiere decir que sea opción preferible ni que atine mejor. Con mucha garra, acude a la historia diacrónica de la pobreza y la marginalidad, así como a la de las políticas de encierro, siempre renovadas, con Foucault vigilante, claro. Desentraña y desenmascara el implacable entramado, los sucios entresijos, de la economía de mercado burocrática y sus aplicaciones, draconianas. Juzga duramente a los empleados de servicios sociales, para él parasitarios de la miseria y policías sin uniforme. Llama casi a la revuelta de los desposeídos contra los funcionarios. Advierte, además que «aquello que pretende salvarnos se convierte, en demasiadas ocasiones, en la herramienta más eficaz para acabar con nosotros».
Juanma Agulles. Pepitas de calabaza. 160 páginas. 19,90 euros.
Como decíamos, 'Vagabundias' es fruto de la experiencia laboral del sociólogo y ensayista Agulles en un albergue para personas sin hogar durante catorce años, de los testimonios, anécdotas y experiencias observados y recogidos allí, así como de las lecturas y meditaciones surgidas al hilo hasta convertirlos en literatura de calado. El autor apuntala sus historias y reflexiones apoyándose en grandes escritores, músicos o cineastas: de Iván Illich a Woody Guthrie, de Denis Diderot a Claude Lévi-Strauss, de Stevenson a Günther Anders, de Jack London a Adam Zagajewski, de Nazim Hikmet a Carlo Ginzburg, de Billy Wilder a Hans Magnus Enzensberger, de Friedrich Engels a Bertrand Russell, en fin.
Sobresalta la sola enumeración de los seis capítulos que componen el libro. Por orden de aparición: Parásitos, Criminales, Vagos, Locos, Terroristas y Putas. Cada apartado pivota sobre una persona que representa el título, a la que adjudica un alias generalmente literario, de personaje o de escritor. El primer caso de vapuleado por la vida que nos relata Agulles es el de un polaco desnutrido, a tal punto que tiene aspecto de 'musulmán' en los lager nazis, al que llama, en homenaje al autor de 'La metamorfosis', el señor K. Lo llevaron al establecimiento desfallecido, al borde de la muerte, pero consiguió recuperarse. Devorado por el remordimiento, su único afán es destruirse ahogado en alcohol. Después, desfilan un expresidiario manitas, un excomunista sensual y vividor… Aparte de la recreación indirecta del mundillo interior del albergue, 'Vagabundias' aborda los movimientos migratorios y el trato al inmigrante, la errancia militante de la 'hobohemia', las relaciones entre pobreza y locura o la prostitución desde la óptica feminista.
En 'La vida en miniatura' la bonaerense, afincada en Madrid, Mariana Sández narra, hasta el desenlace abrupto, inesperado por completo, el viaje por su «tierra paterna» de Dorothea Dodds, que abandona, un tanto a lo Bartleby, la casa de Buenos Aires en la que se siente asfixiada por su labor de empleada y cuidadora de sus absorbentes padres gracias a la extraña ocupación de vigilar casas británicas mientras sus dueños están ausentes.
Mariana Sández. Impedimenta. 192 páginas. 20,95 euros
La pérdida temporal y voluntaria del hogar, un sinhogarismo de otra índole al que venimos comentando, con algo de iniciático, le facilita un periplo no sólo exterior, sino también íntimo, a través de sus recuerdos evocados e intercalados en flashback. Aunque lo que pretende es limpiar su memoria, ser durante este impasse fuera del domicilio paterno «como una mujer sin biografía», no consigue librarse de la sombra de su insufrible padre inglés, pintor de fama internacional, especializado en «atmósferas urbanas industriales» porteñas, ni de la de su difícil hermano mellizo, un trotamundos, o de la de un pretendiente mitómano y mendaz.
Como en su anterior novela, 'Una casa llena de gente', destaca su singular estilo, una manera de contar ciertamente curiosa, que la crítica de 'Clarín' Isabel Marina definió como «una arquitectura precisa y prodigiosa». Su fraseo sinuoso hechiza, así como el detallismo descriptivo, punteado por símiles, pongamos de las casas anglosajonas por las que itinera. Igualmente sorprende, para bien, que pese a que la autora lleve al parecer bastante tiempo viviendo en España, sólo en el primer párrafo encontremos estas palabras y expresiones propias de su tierra natal: «temporario», «achinamiento», «valija de cabina», «saco de pana» o «dar un paso al costado». Un gustazo lingüístico.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
A la venta los vuelos de Santander a Ibiza, que aumentan este verano
El Diario Montañés
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.