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Fermín herrero
Valladolid
Viernes, 29 de enero 2021, 08:26
En su selecto catálogo de narrativa fundamentalmente extranjera, Libros del Asteroide nos ofrece una nueva traducción de 'La gran fortuna' (1960), celebrada novela con la que Olivia Manning inició su 'Trilogía balcánica', unánimemente considerada como una de las mejores obras de ficción ... sobre la Segunda Guerra Mundial, que junto a otra trilogía posterior daría pie a una famosa adaptación televisiva bajo el título 'Fortunes of war'.
La historia arranca con el matrimonio protagonista –trasunto aproximado del de la propia autora con Reggie Smith, profesor del British Council, izquierdista irredento, filántropo por demás, especie de santo idiota según un amigo– en el tren, cerca de Venecia, camino de Trieste, uno de los trayectos ferroviarios más hermoso de entre los que conozco, con las vías paralelas a la sinuosa costa del Adriático, asomándose al mar o al majestuoso castillo de Duino, donde Rilke escribió algunas de sus inmortales elegías. Acaba de empezar la Segunda Guerra Mundial que arrasaría Europa y parte del planeta. Atraviesan la «lúgubre llanura eslovena», con destino a Bucarest, donde el marido da clases, en realidad vuelven de las vacaciones veraniegas, que han aprovechado para casarse, aunque da la impresión de que sus caracteres dispares: «a ti te interesan las ideas, a mí me interesa la gente», más la aparición de una pretendiente local ávida de ganarse los favores del marido, pueden dar al traste con la convivencia.
La acción se desarrolla, pues, en la capital rumana, en el avispero de los Balcanes, con la temible organización de la Guardia de Hierro teóricamente aniquilada, cuando con el antisemitismo extendido y algunos pogromos, aún no se conocían con certeza las intenciones de Hitler, porque seguía diciendo que no tenía ambiciones territoriales tras la invasión de Polonia y el pacto con los soviéticos. Atrapada entre el nazismo y el comunismo, en la habitual pinza territorial entre el Oeste y el Este, la población vive expectante y ajena al conflicto hasta que se produce el asesinato del primer ministro en un mercadillo de aves, según el gobierno por «seis estudiantes que ni siquiera fueron capaces de aprobar el bachillerato» y que son ajusticiados airada y públicamente. A partir de ahí, una vez instalada la violencia, máxime en un contexto internacional bélico, parece imposible detenerla. Sin contar con que todo se llena de rumores, bulos, cortinas de humo, propaganda disfrazada de información e intoxicaciones varias, en la línea de lo que ahora se engloba como 'fake news'. «Lo único seguro es que no hay nada seguro», dictamina taxativa la esposa. Si acaso que las premoniciones más funestas se cumplieron más temprano que tarde. Es como si todo el mundo, en suspenso, con la guerra en punto muerto, como ruido de fondo, viviendo aún a sus anchas, esperase la llegada del 'crivat', «un viento tan duro como la escarcha que soplaba desde Siberia hasta la misma boca abierta de la llanura moldava».
Mientras tanto, pululan por Bucarest, el París de Oriente de aquel tiempo, un tanto venido a menos, un mundo que se desintegra, muchedumbres apesadumbradas, enjambres de gente buscándose hormigueantes el sustento, pundonorosos tranvías «con pasajeros colgando de los estribos», entre riachuelos escuálidos y edificios destartalados, por apacibles plazas y callejuelas con tienduchas de toda condición, que Manning describe con maestría. La inquietud y el desasosiego están en el aire, la comida escasea y abunda la mendicidad, pero el rey Carol y sus compinches aún se permiten el lujo de estar demoliendo edificios para hacer una plaza a su gusto, delirio de poder que tras la guerra aplicase Ceaucescu para erigir su descomunal palacio del pueblo.
La capacidad de penetración psicológica, a la par que la habilidad para presentarlos en acción, la aplica la novelista no sólo al matrimonio, sino igualmente a una cohorte extraordinaria de secundarios: colegas laborales del protagonista, aviesos corresponsales de prensa, diplomáticos sospechosos, arribistas varios, agentes secretos encubiertos, presuntos espías, quintacolumnistas, un banquero judío y su prole… entre los que descuella la figura de un príncipe exiliado en París, medio irlandés, medio ruso blanco, «'raconteur' y bromista», con voz de «polichinela sofisticado», glotón, gorrón en apuros, 'bon vivant' que sobrevive a costa de las pagas de su madre y se dedica a dar sablazos a diestro y siniestro.
Manning narra linealmente con mucha precisión y una facilidad pasmosa–critica de pasada el 'cromatismo' y artificio de estilo de D. H. Lawrence y moteja el de Somerset Maugham como «periodismo de calidad»–, claro que no sé hasta qué punto influirá en esta fluidez natural la mano traductora de Eduardo Jordá, relevante poeta, narrador y diarista, como muestra bien vale un botón: «El aire que se colaba por las ventanillas abiertas era fresco y tenía un deje otoñal; olía a paja». La edición cuenta además con un sucinto epílogo de una de las jóvenes escritoras británicas, aunque de origen canadiense, de culto, Rachel Cusk.
Al final de 'La gran fortuna' (metáfora de la vida), con la debacle de los aliados y la caída de París, en paralelo a los ensayos para la representación de 'Troilo y Crésida' de Shakespeare con vistas al fin de curso, es cuando Manning demuestra su capacidad de síntesis y de análisis bélico, aunque lo esencial es cómo, al modo de los 'Episodios nacionales' galdosianos para nuestro siglo XIX, su ficción vivida en caliente, su talento para revelarnos por lo menudo los intríngulis de la vida cotidiana, son fundamentales para entender de primera mano la historia de este convulso período.
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