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'Sólo sombras' es una recopilación de retratos, perfiles o, como apunta Artur Ramón en el prólogo, 'silhouettes' de personas ya fuera del tiempo pero que, a pesar de ello, siguen marcando, de una manera indirecta, la historia; no, desde luego, la gran Historia, pero ... sí esa más oculta que se manifiesta en el modo en que miramos el mundo, eso que llamamos la educación estética o del gusto (aunque haya sensibles diferencias entre ambas).
Alvar González-Palacios es un cubano historiador del arte que vive en Italia desde el inicio de la dictadura castrista. En Italia ha escrito varios libros sobre antigüedades y artes decorativas, además de un par de volúmenes de memorias.
'Sólo sombras' es un libro melancólico por el modo en que el autor presenta a sus personajes, ya desaparecidos, habitantes de un mundo anterior irreal por la distancia que nos separa de él. Hay semblanzas de Felipe II, Rodrigo Calderón, las siempre agudas Madame de Pompadour y Madame du Deffand (recuerdos de un mundo más civilizado como recordó Benedetta Craveri), Catalina II y algunos Borbones.
Autor: Alvar González-Palacios.
Editorial: Elba. 372 páginas. 24 euros
No faltan los artistas, como Piranesi o Antonio Canova, con quienes, es obvio, tiene una familiaridad que es mayor, en varios casos, que aquella que pudo tener con algunos de los personajes que conoció y que aparecen en este libro. Sorprende el retrato un tanto displicente de Jorge Luis Borges, y emocionan los de Kostantin Kavafis (también ya algo preterido o, peor aún, solo recordado por una infame version de su poema 'Ítaca'). Kavafis fue un hombre en apariencia insulso y de vida aburrida y, sin embargo, tras esa pose mesocrática, vivía un espíritu fino que solo se reveló a unos pocos. Este rasgo es uno de los que, intuyo, deslumbró a González-Palacios, conocedor de tantos relumbrones mundanos, Ernest Hemingway entre ellos, de quien da también un retrato desmitificador, mientras que ensalza a Somerset Maugham, a quien hoy tenemos por segundón, o a Karen Blixen, conocida como Isak Dinesen, autora de unos maravillosos cuentos que aún perviven en el recuerdo de los lectores aficionados a lo gótico. No falta Mario Praz, estudioso de la literatura, coleccionista de arte y autor de un libro sobre su casa, un museo a todas luces, y de quien Visconti, ya alejado del neorrealismo, hizo una película que, por lo que González- Palacios cuenta, no agradó al italiano.
Son momentos olvidados, en algunos casos repetidos infinidad de veces en los libros de historia y de literatura, pasto de erudición y de olvido, que el autor rescata con brío y garbo, con un instinto agudo para el detalle revelador. Habrá quien diga que es solo una colección de difuntos propia de un reaccionario que no tiene en cuenta los últimos avances sociales, cuando en realidad lo que uno encuentra en el libro es una prodigiosa manera de mirar el mundo entre la cordial cercanía y la distancia escéptica de quien sabe que el camino que ha tomado la sociedad no es el mejor y que la vulgaridad es siempre preludio de momentos oscuros.
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