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Gabrielle Creevy, en su personaje de Bethan Gwyndaff, de la serie 'In my skin'. EL NORTE
'In my skin': la verdad de las mentiras adolescentes
Personajes en serie

'In my skin': la verdad de las mentiras adolescentes

«La guionista Kayleigh Llewellyn encontró en ese vergel creativo que parece la serialidad de la Gran Bretaña el lugar ideal para contar una historia de maduración con tintes autobiográficos»

michi huerta

Viernes, 3 de junio 2022, 00:09

Un cielo cargado de nubes se impone sobre los suburbios de Cardiff, salteados de casas humildes, columpios oxidados y holgazanes que tragan cerveza en las terrazas de los pubs. Básicamente así es el mundo de Bethan Gwyndaff (Gabrielle Creevy), una adolescente que fantasea con una vida mejor y que miente compulsivamente para disfrazar su realidad, habitada por una madre bipolar y un padre maltratador. Bethan protagoniza 'In my skin', la enésima joya de la televisión británica.

La guionista Kayleigh Llewellyn encontró en ese vergel creativo que parece la serialidad de la Gran Bretaña el lugar ideal para contar una historia de maduración con tintes autobiográficos. La escritora parte de la adolescencia como potente motor de conflictividad, que explota desde la empatía y sin asomo de condescendencia. Solo así puede explicarse a Bethan, que es única en carisma y un poco todos nosotros en el fondo.

Alumna de un vulgar instituto, maneja todo tipo de habilidades para sobrevivir a su duro ecosistema y a los deberes académicos. Fuera de sus muros, comparte litros de alcohol con sus mejores amigos en atardeceres que siempre amenazan lluvia. Y al llegar a casa le aguarda la cruda rutina de una madre a la que a veces debe internar en un centro psiquiátrico y de un progenitor a quien desea la muerte.

Así que Bethan miente. Miente mucho. A sus colegas, a sus profesoras, a la chica que le gusta. La mentira es una vía de escape, pero también semilla de esperanza, pues la chavala posee dotes para la escritura. En la trastienda de toda prosa aguarda a menudo la posibilidad de la poesía, así que Bethan improvisa versos en los vestuarios del gimnasio tras soportar a macarras lenguaraces y antes de que su amiga Lydia (Poppy Lee Friar) vomite por las esquinas. Hay una fisura, sí, en el imponente muro existencial que se interpone entre el personaje y una mínima fe en el futuro.

Con semejantes mimbres, lo lógico sería que el relato fraguara en un dramón generacional liderado por una joven sin dobleces. La serie, sin embargo, se beneficia de esa tradición tan 'british' de mezclar géneros y tonos en obras realistas, ubicadas en contextos deprimentes y poblados por sujetos tan miserables como capaces de dar lo mejor de sí mismos. Se respira, en suma, un aroma que recuerda ligeramente a parte de la filmografía de Stephen Frears, si bien 'In my skin' añade a lo que tiene de comedia social ocasionales pasajes de nihilismo posmoderno –la sombra de 'Trainspotting' (Danny Boyle, 1996) es alargada– aunque con mucha más vocación de verdad y un sólido compromiso con sus personajes femeninos.

De hecho, la segunda temporada le regala al espectador emotivos momentos de sororidad entre Bethan, su madre y su abuela, unidas por el desgraciado nexo de un hombre violento. La ayuda que se prestan –y a la que suman dos profesoras inolvidables– resulta clave para que, poco a poco, la protagonista empiece a soltar el lastre de sus complejos y vaya renunciando a las disfrazadas versiones que da de su familia cuando se relaciona con los demás.

La suya es, en definitiva, una historia de maduración. Un 'coming of age', etiqueta con la que los anglosajones se refieren a los tránsitos generacionales y que, en la serialidad actual, admite abordajes tan diversos estética y narrativamente como 'Stranger Things' (Netflix, 2016-), 'Derry Girls' (Channel 4, 2018-2022), 'Euphoria' (HBO, 2019-) o 'Sex Education' (Netflix, 2019), por citar solo algunos títulos.

En el caso de 'In my skin', abunda un verismo que no rehúye temas espinosos: abusos sexuales, malos tratos, intentos de homicidio, enfermedades mentales y un largo etcétera. No obstante, y aunque el paisaje pinte feo, el espectador puede agarrarse a una brisa de vitalidad en la representación, impulsada por una estética realista y pletórica de ritmo, ligera en su manejo de la cámara, elegante en el juego con el foco y rotunda en la sucesión de temas musicales. Un arsenal de recursos que hacen del viaje junto a Bethan una experiencia muy recomendable.

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