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El periodista salmantino Fran López Galán (Ciudad Rodrigo, 1986) se estrena en la novela con 'También fuimos silencio', una historia de liberación personal frente a los secretos familiares. Además, los anaqueles de la librería ofrecen también la última creación de Soledad Puértolas y recuperan una novela de Cristian Sánchez-Andrade de la que se celebran 25 años.
«Creemos que siempre habrá tiempo para todo y, cuando llegamos a la estación, el tren se ha ido sin nosotros» (171)
'También fuimos silencio'. Fran López Galán.
Grijalbo. 204 páginas. 20,90 euros.
«Contar la verdad es la única forma de ser libres, aunque nos cueste, a pesar de que por el camino solo dejemos devastación», dice en la página 143 un narrador de quien todavía no conocemos su nombre, pero del que a estas alturas de libro ya sabemos muchas cosas. Por ejemplo, que su madre murió hace años, que su padre está en el hospital, que durante toda su vida les ha ocultado tantas cosas que parece imposible que en su relación quepan más silencios. Sabemos que trabajó en Londres, que se enamoró de un chico, que ese chico ha vuelto a Madrid, que tuvo un accidente y que está ingresado en el mismo hospital que el padre del narrador. Sabemos que es finalista para un premio literario con una novela en la que cuenta por escrito todo aquello que no se atrevió a decir a las personas que tiene a su lado. Y que a veces es demasiado tarde para hacerlo. Sabemos que tiene miedo de que, si premian el libro, lo publiquen y muchos de sus secretos queden al descubierto.
Fran López Galán, periodista nacido en Ciudad Rodrigo, ha escrito en 'También fuimos silencio' una novela tan sencilla en el estilo (capítulos cortos, 'flashbacks' bien encadenados, lenguaje cercano) como potente en imágenes (la guitarra rota) y escenas (como la de la residencia universitaria). Y eso, para hablar de ese abismo que se abre entre las personas cuando son incapaces de mostrar sus sentimientos. El miedo a no ser aceptado, el acoso escolar, el temor a no encajar, la incomprensión de los seres queridos, los comentarios hirientes entre risitas... todo se asoma en esta novela con un personaje que alimenta su voz confesional con recuerdos de la infancia y juventud. Lo que no se dice no solo existe, sino que en ocasiones lo hace con un poder tal que modifica todo lo demás. También somos lo que callamos. O lo que no queremos escuchar (que es otra forma de claudicar ante el silencio). El título es un acierto total, porque ese 'También fuimos silencio', con esa primera persona que se incluye a sí misma en una comunidad, es un grito desde un presente liberador frente a la tiranía de la verdad callada y la mentira dada por supuesta.
«Ya no podía volver atrás. Pero siempre se puede ir a otra parte. Volver no es la única posibilidad» (206)
'La novela olvidada en la casa del ingeniero' Soledad Puértolas.
Anagrama. 216 páginas. 17,90 euros.
Un resumen somero diría así: un escritor de novela juvenil recibe un manuscrito, parece que escrito por una mujer, en el que cuenta la historia de una joven que a su vez narra la vida de su tía Leonor, que aspiraba a una herencia que no llega. Este podría ser el motivo de una novela que, como cajitas chinas, se presenta de forma sucesiva como libro de misterio, de amor, melodrama, historia de detectives y, lo más interesante, como ensayo sobre la literatura misma. La historia de Leonor y la herencia no es, en sí misma, muy potente (y esto puede hacer morosa la lectura), pero lo interesante está en los capítulos intercalados en los que el escritor que encontró el manuscrito reflexiona en torno a él y su mirada hacia la escritura.
En ese juego de espejos gana enteros la obra de Puértolas, para recordarnos varias cosas sobre la literatura. Por ejemplo, que «la trama no es lo más importante» (59), que lo que cuenta de verdad «es lo otro, ese algo casi indefinible, el aroma que la narración deja en el aire, una sensación poética, casi etérea, el presentimiento de una clase de belleza» (59). Eso es lo crucial en literatura. Pero, el caso es que «sin la trama no haces nada». Por eso hay que conjugar ambos ingredientes. Hay que contar vidas para poder hablar de la vida. Hay que coger historias triviales, en apariencia sencillas (como esa herencia de Leonor) para elevarlas a literatura. «El mundo está lleno de historias así» (158), pero hay que tener algo especial para saberlas contar. Porque la realidad, por sí sola, no sirve. «La facultad de la imaginación, de la invención, nos da la posibilidad de añadir algo completamente nuevo -único y original- al inventario de hechos reales» (112). Ahí es donde opera la literatura. Ahí es donde la vida común y corriente se puede convertir en algo más. Así que, aquí está el verdadero valor de esta novela de Puértolas, no tanto en esa historia que le sirve como trama, sino en todo el adorno que en torno a ella permite que trascienda con una clara mirada literaria.
«Hay noches en las que el maullido de los gatos se confunde con el llanto de los niños, noches en las que las manzanas reinetas golpean fuertemente el suelo, noches en las que despierta una cresta roja de gallo a destiempo, y noches en las que las esquinas de la casa se impregnan del olor a hierba fresca de las lagartijas» (82)
'Las lagartijas huelen a hierba' Cristina Sánchez-Andrade
La navaja suiza. 168 páginas. 18,50euros.
La prosa lírica, con aires de fábula, que hace 25 años desplegó Cristina Sánchez-Andrade en 'Las lagartijas huelen a hierba' regresa ahora a las librerías con una nueva edición de La Navaja Suiza. Vuelve a los escaparates esta novela con ecos de leyenda en la que, con un envoltorio de metáforas sensoriales, se hurga en la pérdida de la inocencia y el nacimiento del rencor. «Sucede que a veces el odio brota de pronto. Entonces, se odia sin querer. Se odia sin pensar» (152). «Ese apremio bruto e insoslayable por maltratar que acciona los resortes del maltratador» (85). Los protagonistas de esta historia son Nanda y Luisito, dos hermanos de madre desaparecida y distinto padre. El de Luisito era negro y los niños del pueblo se burlan por su color de piel. Están además dos viejas que habitan en un caserón, que viven una truculenta relación con el pecado y que confiesan al cura que en el altillo tienen encerrada a una mujer. Unos niños sin madre y una madre encerrada que nunca llegaremos a ver. Así se engarza una historia que avanza con una prosa sabrosa en imágenes, con gorriones, lagartijas, arañas, higos suicidas y mermelada. Una apuesta arriesgada que no solo huele a hierba, sino a cuento tradicional, a leyenda rural, a uno de esos relatos donde el horror se esconde en imágenes en apariencia inocentes.
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Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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