Fermín Herrero
Sábado, 18 de noviembre 2023, 01:09
La editorial Acantilado va incorporado a su catálogo, fundamentalmente de ensayo y narrativa extranjeros, a autoras digamos emergentes, si bien con una madurez expresiva y estilística de primer orden, caso de Isabel Alba, la más veterana, Marta Carnicero, Sònia Hernández o Clara Pastor, que debutó en el sello con los cuentos 'Los buenos vecinos' y ahora repite con otra reunión de historias más bien largas, alguna conato de 'nouvelle', en particular la primera, que figura en el título 'Voces al amanecer y otros relatos', en la que la narradora protagonista, de nombre Elba, como la editorial que dirige la autora, vive con sus padres y de forma difusa («me gusta la libertad de estar sola y con vosotros, no necesito nada más») se siente culpable por no acompañarlos como debiera, aunque nunca sería bastante.
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En realidad, del cuento se infiere que nunca acabamos de conocer a los padres, que muchas veces, casi siempre, lo fundamental se mantiene en secreto o resulta enigmático, nunca llegamos a comprenderlo, nos llega a lo sumo como una conversación brumosa a lo lejos. Como en el resto de los relatos, gravita sobre el argumento la crisis de la familia tradicional, aun en el mejor de los casos impera la inquietud en el paraíso, por acudir al espléndido título de Óscar Esquivias. Hasta en las parejas cada cual vive como en soltería, con una soledad de fondo, hopperiana, que impregna el contenido de tintes melancólicos o de la nostalgia de la infancia a partir de la memoria como refugio de un presente en el que, bajo su aparente solidez, algo se ha quebrado para siempre.
'Voces al amanecer y otros relatos'. CLARA PASTOR. Acantilado. 144 páginas. 14 euros.
La prosa de Pastor es consistente, lejos de la anemia expresiva imperante. El hálito poético latente a lo largo de todas las narraciones aflora por completo en el cuento final, 'La noche de las tórtolas', sobre todo a través de las descripciones paisajísticas y mediante una mayor carga metafórica. Esta escritora y traductora, nacida en Cambridge, Massachusetts, pone el foco en lo doméstico de las pequeñas vidas, las de casi todos, con una notable minuciosidad introspectiva centrada en el matiz, que deriva en unas atmósferas densas, muy logradas, en cierto modo emparentadas con la poética de las grandes prosistas sureñas norteamericanas del siglo pasado. Este clima se impone al argumento, por lo general leve, como difuminado, en consonancia con la teoría cuentística del iceberg de Hemingway, a su vez deudora de la reticencia chejoviana y su atención significativa al detalle.
Laura Ferrero, aunque más joven que las autoras mencionadas, está bien consolidada en el panorama narrativo gracias al éxito de su estreno literario, el libro de cuentos 'Piscinas vacías', al que siguieron la novela, cosmopolita isleña y un tanto aventurera, 'Qué vas a hacer con el resto de tu vida', en las antípodas de 'Los astronautas', que es puramente autoficticia, y otra colección de relatos, 'La gente no existe', con algunos memorables, como el que le da título, 'Aquellos ojos verdes' o 'Son preciosas'. Todos en Alfaguara. Esta segunda novela parte de una carencia («yo tenía una familia, pero nadie me lo contó»), de unas omisiones encriptadas en el pasado, «puntos ciegos» con sus «lagunas y vacíos», en cierto modo mentiras que acaban siendo el engrudo personal y social, pues la verdad nos resultaría insoportable. Y de un reto, porque además «no tenemos los medios ni las palabras para acercarnos a las realidades que más deseamos, que más nos determinan». Sin embargo, con su estilo sencillo a fuer de preciso, con toques poéticos y referencias incrustadas de primer orden, al igual que en sus obras anteriores muy bien traídas y administradas (Camus, Coetzee, Lahiri, Zagajewski, Le Guin, Grass, Milosz, Duras, Jung o Nabokov), la novelista sale airosa con creces, de este repaso autobiográfico que trata, y consigue en la medida de lo posible, de desentrañar los episodios traumáticos de su niñez y las incógnitas, a causa, naturalmente, de la incomunicación, de los seres cercanos, empezando por su madre, que la crió sola, de su infancia hasta la enfermedad, pero también sus únicos tíos, sus hermanastros o algún abuelo.
'Los astronautas'. LAURA FERRERO. Alfaguara. 344 páginas. 18.90 euros.
Ferrero desmenuza a la perfección los intríngulis que esconden y sustentan las relaciones familiares. Y de todo tipo. Es una experta en bucear en lo profundo de flechazos, rupturas y separaciones, se remonta en su caso al embarazo y el nacimiento, para examinar e interpretar, a saltos narrativos, todas las etapas de su existencia, de la niña imaginativa de la clase de parvulitos y su manía de comerse bolas de pelos hasta el presente. La novela reconstruye en realidad su extraña vida familiar desdoblada, con el abandono de facto del padre, «ser liminal» sin «toma de tierra», como detonante.
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También con apoyatura y apuntalamiento en la autoficción, Franco Félix, uno de los talentos más destacados de la nueva hornada narrativa mexicana, hurga en un tremebundo secreto, que se desvela hacia el desenlace, de su valiente y explosiva madre a partir de una foto dedicada de primera comunión de un niño desconocido que encuentra escondida entre su ropa íntima y gracias luego a pistas que le proporcionan por internet, en 'Lengua dormida' (Sexto Piso), en general bajo la caloracha desértica de Hermosillo, capital del estado de Sonora, de donde es natural. No había leído nada de este novelista harto singular, de escritura tajante, descarnada, cruda, con un punto insurgente y otro de humor ácido o descacharrado. Su realismo es irracional, si cabe tal oxímoron, desenfocado hacia el absurdo de la existencia, con ribetes delirantes. Sorprende bastante, a la vez que complace, que esté igual de familiarizado con la cursilería de las rancheras que con el 'Dasein' de Martin Heidegger o la biografía de Samuel Beckett.
'Lengua dormida'. FRANCO FÉLIX. Sexto Piso. 252 páginas. 19.90 euros.
Su facilidad narrativa encandila, pues es dueño de una imaginación desbordante, un tanto disparatada a veces, desconcertante en extremo, sobre todo en las digresiones que incorpora al argumento, desaforadas, algunas quizá cargantes, desde las amputaciones a las sectas tanatológicas, la relación entre las telenovelas y la narcocultura, la naturaleza de la melancolía que trae lo fúnebre, el presunto lenguaje de los muertos, las demenciales películas de terror de serie B, los pavorosos incendios de Australia o la lengua aborigen dyirbal. No duda tampoco en acarrear formas textuales muy variadas, como mensajes de Facebook, referencias a su blog o una especie de diario, 'Retratos de mamá durmiendo', en cinco partes diacrónicas, fechadas, que jalonan a saltos la novela y constituyen un flashback continuado de los últimos años de vida de su madre, marcada por las estancias hospitalarias, tras la linealidad inicial de muerte, ritos funerarios y sepelio de su progenitora. El repaso familiar se focaliza en su madre, «un enigma total», especialmente en cuanto a su oscuro pasado, del que se pregunta por qué lo borró de todas en lugar de compartirlo con sus allegados. Pero la semblanza del padre, «el viejo loco», un bruto alcoholizado («el viejo siempre ha tenido dos obsesiones en la vida: ver televisión para comer bocadillos y comer bocadillos para ver televisión») o de sus hermanos, en particular la insensata nacida de otro padre, no tiene precio. La suya, sobre todo, aunque se califique de «bobo insuperable». Y lo mismo vale para los escasos diálogos, disparatados, descacharrantes, de la familia, caracterizada por su «afasia sentimental» y un mutismo tan indígena.
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