La novela de Delibes me dejó un regusto ácido porque, como extremeño, soy muy crítico con mi tierra y me rebelo con alharacas contra su ancestral mansedumbre, pero que lo que yo pienso y escribo desde dentro, lo retrate de forma tan magistral uno de ... fuera, me produce desazón y hasta es posible que algo de sana envidia. Tengo publicada una colección de relatos bajo el título genérico de 'Cuentos de la Maldita Resignación', que hacen puntual referencia a esa forma tan nuestra de encogernos de hombros ante la adversidad, sin un gesto de rebeldía y en ellos hay situaciones y personajes -literariamente a años luz de los de Delibes-, en los que queda plasmada la sumisión hacia el que manda, al estilo de Paco el Cojo respecto al señorito Iván.
'Los Santos Inocentes' nos ponía frente al espejo y, pese al gesto redentor de Azarías, vengando a la 'milana bonita', ofrecía en contraposición un título menos piadoso: 'Los santos culpables' o tal vez 'Los culpables', a secas, porque de la fidelidad perruna de Paco el Cojo se deriva poca santidad.
Tres años después, mucho tardó, llegó la película, con guión coral pero ajustado, en la que los personajes se mostraban tan desnudamente reales que no permitían ni un escarceo a la imaginación. Hoy no podemos leer la novela de Delibes sin ver en ella a Paco Rabal, Alfredo Landa, Terele Pávez, Agustín González o Juan Diego. Y si releemos la novela hasta oímos los sonidos guturales de la Niña Chica, porque si magistral es la obra de Delibes, magistral es el guión, la interpretación de todos, la ambientación y la dirección de Mario Camus. Pocas veces confluyen talentos tan personales en un propósito colectivo. Solo recuerdo una simbiosis parecida en 'Seda' la novela de Alessandro Baricco y la película del mismo nombre, de Francois Girard.
Extremadura está en 'Los Santos Inocentes' y 'Los Santos Inocentes' está en Extremadura, aunque la foto fija que se deriva de la novela y la película pueda bajar hasta Andalucía y subir hasta Castilla La Mancha. Delibes conocía muy bien la Extremadura rural, en la que el caciquismo galopaba sin disimulos. Su hijo Miguel dice que para su padre acudir a Extremadura para cazar aves desde su ciudad natal, Valladolid, «era como ir a Alaska», ya que la dehesa extremeña «es inigualable».
Pero parece que el incomparable autor vallisoletano tenía un ojo en las aves que cazaba en nuestros encinares y otro en los personajes que de forma tan magistral supo retratar. Los extremeños ya conocíamos a Régula, a Paca, Quirce, Paco el Cojo, Azarías y al señorito Iván antes de que Delibes nos los presentara. La diferencia es que él, además de verlos, supo mirarlos. Hoy, con menos pana desgastada y sin boina, otros caciques han sustituido a los que Delibes conoció. Pero esa es otra historia.
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