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Quien más quien menos ha escrito sobre lo inaceptable de la censura a los libros de Roald Dahl. La literatura infantil ha de ser picante para que los niños se enfrenten (con poco peligro para sus vidas también es cierto) con la maldad ... y con lo escabroso del mundo. La literatura sería pues un primer paso en la pérdida de la inocencia que las mentes puritanas ('woke' lo llaman ahora) no aceptan.
El libro se convierte en una entrada a la vida o en un sustituto de esta; en resumen, en un instrumento para que los niños aprendan lo que es bueno (y por tanto preferible) y lo malo (y, por eso mismo, rechazable). Lo cual, dicho sea de paso, acerca la literatura al catecismo y lo aleja de los placeres vitales. Quien más quien menos también recuerda lo bien que lo pasó leyendo los libros de Dahl, de Guillermo Brown o las novelas de Agatha Christie. Algunos también nos divertimos a temprana edad con las de Georges Simenon, no tan edificante como doña Agatha.
Muchos han señalado que las obras de Dahl pertenecen a Netflix, una megaempresa que, como todas, busca el beneficio, y se apresuró a barnizar las obras de dicho escritor para que las ediciones y futuras adaptaciones cinematográficas fueran del agrado de la sociedad biempensante. Esto, que a algunos les parecerá inaceptable, ya lo sufrió William Shakespeare. Las obras de Shakespeare sufrieron un pulido de la mano Thomas Bowdler y su hermana Henrietta en 1807 para que las familias pudieran leer al insigne dramaturgo inglés sin temor a encontrarse con expresiones malsonantes, indecentes ni con escenas de mal gusto, como, por ejemplo, el suicidio de Ofelia en Hamlet.
Nada nuevo hasta aquí en el caso Dahl. Lo que nadie parece recordar es el hecho de que lo aceptable y lo inaceptable dependen de la época. Los que un día fueron heterodoxos ahora ocupan el centro de la ortodoxia y lo que en algún momento se reputó como inaceptable en otros goza del favor y el fervor del público.
Aquí viene lo interesante. Netflix acudió a los servicios de una empresa, Inclusive Minds (mentes inclusivas), para la operación de expurgado textual. Son, por lo que dicen de sí mismos, lectores sensibles (se llaman «embajadores de la inclusión») para con los gustos de la sociedad. Ayudan a las editoriales a crear libros que sean inclusivos, que viene a querer decir que eliminan todo aquel contenido que pueda ser controvertido y afecte a la reputación de la editorial y a las ventas.
Entre los cambios inclusivos que habían añadido a los libros de Dahl sobresalen aquellos que tienen que ver con el aspecto físico de los personajes, el imperialismo y la inclusión de las mujeres. Es curioso porque en Matilda se dice: «Viajó en veleros de antaño con Joseph Conrad. Fue a África con Ernest Hemingway y a la India con Rudyard Kipling». Conrad y Kipling desaparecen por imperialistas y los sensibles lectores los sustituyen por Jane Austen, no menos imperialista pero que, al menos, cumple con la cuota femenina.
Sin embargo, no me quiero detener en los cambios que hacen, sino de lo que no hablan porque, por lo visto, no ofende a la sensibilidad de los lectores inclusivos.
Dahl fue un antisemita que dejó constancia de ello en algunos escritos. Por ejemplo, en 1983 en 'Literary Review', escribió que los judíos «eran una raza que habían pasado con rapidez de ser víctimas de las que todos se compadecían a convertirse en asesinos bárbaros». Igualmente, en una entrevista a New Statesman afirmó que incluso alguien tan apestoso como Hitler tuvo sus razones para hacer lo que hizo con los judíos. También se unió Dahl a la campaña que pregona que los judíos controlan las televisiones. En fin, son solo unos ejemplos que retratan a un antisemita, pero esto, por lo visto, no importa a nadie, ni a Netflix, ni a los lectores sensibles (carentes de sensibilidad) ni a los defensores del escritor ni al gobierno británico.
El Ministerio de Asuntos Exteriores inglés ha publicado un libro de obligatorio estudio para quienes piden la nacionalidad. Ha eliminado el apaciguamiento que Neville Chamberlain intentó ante el expansionismo del alemán, que, pese a lo que se dijera entonces y se vuelve a decir ahora, solo logró dar tiempo y fuerza a Hitler. También elimina cualquier mención al nacionalismo, al racismo y al antisemitismo de Hitler. Todo lo que hizo viene explicado por las onerosas condiciones del Tratado de Versalles.
Así las cosas, la censura, como siempre, solo revela la mentalidad de cada. Y en esta, lo que deja claro, sobre todo, es un retorno al que ha sido uno de los más siniestros episodios en la historia de la Humanidad y que llegó a su culmen en la Shoah del siglo XX. Quién sabe si los censores, enterados del antisemitismo de nuestro escritor infantil, no pedirán que sus libros sean lectura obligatoria en la escuela. ¡Sería un gran cambio en la fortuna literaria de Dahl!, aunque no tendría nada de justicia poética.
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