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El 12 de agosto, en Estados Unidos, un hombre intentó asesinar a Salman Rushdie cuando iba a dar una charla cumpliendo la fetua que el imán Jomeini promulgó contra él por, según el líder religioso, escribir una novela blasfema contra el profeta Mahoma, 'Los versos ... satánicos' (1988). No era la primera vez que alguien criticaba el contenido irreverente de sus novelas. Anteriormente, Pakistán se había quejado por las críticas al gobierno que aparecían en 'Vergüenza' (1983).
Cualquier lector podría pensar que la obra de Rushdie es una continua sucesión de ofensas e insultos a países, religiones y colectivos. No es así. En realidad, la obra de Rushdie es un ejemplo de imaginación desbordada en la línea del Quijote. Promete don Quijote a Sancho que será testigo de «cosas que apenas podrán ser creídas», y que no son sino todas las fantásticas aventuras en que el hidalgo se verá metido por su loca (o literaria) imaginación, y con las que el lector va de risa en risa capítulo tras capítulo. Algo similar ocurre con las novelas de Salman Rushdie.
La capacidad imaginativa del autor crea mundos inverosímiles donde la risa sirve como medio para hacer verosímil lo increíble y lo imposible. Un buen ejemplo es 'Hijos de la medianoche' (1981), la historia de Saleem Sinai y los demás niños que nacieron en el momento de la independencia de la India (15 de agosto de 1947), unidos todos ellos por la telepatía. La novela es un compendio de peripecias que sirven para examinar críticamente la historia del país: cada suceso histórico importante tiene su correspondencia en una aventura de Saleem. Así, por ejemplo, si hay censura política, este deja de hablar; cuando la familia se exilia, él pierde la memoria. En todo momento, el humor es el instrumento para la crítica de los poderes verdaderamente existentes y establecidos.
Tras la fetua, Rushdie ha vivido escondido y con continuos cambios de residencia. Además, sus traductores Hitoshi Igarashi y Ettore Capriolo y su editor noruego, Wiliam Nygaard, fueron atacados por musulmanes que quisieron vengar las blasfemias. A pesar de la vida que ha llevado, Rushdie ha escrito con total libertad y nos ha dado esos mundos hiperbólicos. Cuando alguien le señala que sus novelas ofenden a los musulmanes, él responde acertadamente que no existe el derecho a no ser ofendido. El populismo que nos atenaza a diestra y siniestra está presto en señalar aquello que no puede decirse y de lo que debemos hablar si queremos ser buenos ciudadanos. Explica esto, en parte, que las novelas y el humor sean cada vez sean menos imaginativos y se reduzcan a una serie de fórmulas consabidas, caso que nunca se da ni en las novelas de Rushdie ni en El Quijote.
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