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El prestigio del escritor británico del que se conmemoran este año los 150 desde su muerte ha sido dispar, desde sus enormes éxitos populares, cuando no había radio, cine o televisión que compitieran en la labor de contar historias a un público amplio, a las ... chanzas de algunos colegas inmediatos y críticos por su sentimentalismo y algunas simplezas en sus tramas.
Sin duda, es más que el antecedente del escritor de best-sellers, podría ser incluso su paradigma, pero su peso es de otro tipo. ¿Ha habido autor más famoso en su tiempo de lo que fue él? Se arremolinaban multitudes a esperar la diligencia que traía la siguiente entrega de sus textos en el correo. Las novelas entonces se publicaban así, en revistas, como ahora están de moda las series. Luego se convertirían en libros. En el puerto de Nueva York preguntaban a los viajeros que venían de Gran Bretaña si había muerto la pobre Nell, la protagonista de 'La tienda de antigüedades'. Oscar Wilde, en cambio, comentó que se le saltaron las lágrimas… de risa, con el final de esta novela.
Sin embargo, al cabo de tanto tiempo, su obra sigue presente, y es admirada por el lector medio y por el especializado, mientras ha caído en el olvido la de tantos menos discutidos en su momento. El ser capaz de sintonizar con la sensibilidad de la sociedad de una época no implica necesariamente que la obra de un autor sea de segunda clase. Cervantes también tuvo éxito con 'El Quijote'. Dickens, además goza del privilegio de la admiración de grandes escritores, como Tolstoi o Kafka, que apreciaban lo versátil de su escritura y su atrevimiento al descubrir formas nuevas de narrar. El cineasta Eisenstein le declaró inventor de las acciones paralelas, algo elemental en la narrativa visual de hoy, pero un hallazgo importante desde él empezó a usar esa técnica en sus textos.
Todo empezó con 'Los papeles póstumos del club Pickwick' (1836-1837), en los que predomina un humor blanco y quizá algo blando, con referencias cervantinas. Su héroe recorre Inglaterra con sus amigos tratando de enmendar entuertos, con mucha más voluntad que fortuna. La ironía que empieza a aparecer en estas páginas fue afinándose a lo largo de su carrera y sigue siendo una de sus mejores armas para seducir al lector de hoy.
'Oliver Twist' (1837-1839), su segundo trabajo, es un clásico indiscutible, a pesar de algunos defectos formales. Las penalidades del pobre niño inocente con final feliz resultan irresistibles. El retrato del malvado Fagin y la descripción de los bajos fondos del Londres de la época son impresionantes. Pero Dickens, con sus tramas alocadas, en las que puede ocurrir cualquier cosa, con los enormes altibajos de fortuna de sus personajes, es mucho más que un escritor realista al uso. Genera realidad, además de reflejarla. Para Chesterton «Dickens no construyó estrictamente una literatura, sino una mitología.» Sus personajes son arquetipos llenos de vida. Esa libertad de acción, con efectos «mágicos» incluidos, viene en parte de los cuentos de hadas, que él encaja en el gusto por el realismo de su tiempo. Curiosamente, los niños que convierte en protagonistas de algunas de sus piezas puede que sean de lo menos logrado. Oliver, o Nell, la niña de 'La tienda de antigüedades' (1840-1841) son quizá demasiado planos, su inocencia pone en marcha el relato, pero no cambia a lo largo de sus páginas, carece de matices. En cambio quienes los rodean, sobre todo los «malos», están cargados de sustancia, de rincones oscuros y de extrañas claridades. Scrooge en 'Cuento de navidad' (1843), Fagin, en 'Oliver Twist', Quilp, en 'La tienda de antigüedades', y tantos otros, además de sus fechorías y su alma tétrica, tienen una densidad particular, a la manera de Shakespeare.
Los conflictos básicos que aparecen en sus novelas proceden del enfrentamiento entre encarnaciones del mal, sobre todo en el apartado de la avaricia, y las víctimas inocentes y bondadosas, zarandeadas por el destino y las malas artes de sus enemigos. Hay un tercer grupo, los benefactores, que a modo de hadas buenas, protegen a los perseguidos desde su alta posición social y su riqueza. Los buenos no se rebelan nunca contra el orden establecido, tratan de adaptarse a él; Dickens está lejos de la lucha de clases planteada por Marx. En el desarrollo del relato, las maneras folletinescas son habituales, y muy eficaces. Hay otro apartado, el de los personajes que rondan a los protagonistas, muy trabajados, llenos de vida, con personalidades muy bien definidas desde el primer momento: Mr. Micawber, el optimista derrochador, en 'David Copperfield', es quizá el más famoso; Swiveller, un joven atolondrado que termina por elegir el camino del bien y recibe su recompensa es un buen ejemplo en 'La tienda de antigüedades'.
La novela que prefería su autor es 'David Copperfield' (1849-1850), narrada en primera persona y con muchos elementos autobiográficos. Es un Bildungsroman en el que el amor tiene ya su importancia y aparece en distintas formas. El niño crece y se convierte en joven y sufre penurias sentimentales, además de las materiales. Va resolviendo problemas, con la ayuda de su quisquillosa y pudiente tía Betsy, y, después de pasar un tiempo en un despacho de abogados termina convirtiéndose en… escritor.
En 'Casa desolada' (1852-1853) la crítica a la administración de justicia, que conoció desde muy cerca, siempre envuelta en una niebla sucia, y que aparece en casi todos sus textos, está en la columna vertebral de la novela. Los absurdos que produce su implacable maquinaria son un preludio de lo que contaría Kafka unos años después. Hay dos narradores, según convenga al desarrollo de la historia, Dickens usa uno u otro. Skimpole es un zángano sablista lleno de encanto que mete en líos terribles a quienes lo rodean. Jo vive en la calle, «lo único que sabe es que una escoba es una escoba y que no hay que contar mentiras.» Aparece también uno de los primeros detectives de la historia de la literatura. Hay una panoplia enorme de personajes de toda condición social. El autor los atiende a todos con cuidado, escribe para cambiar el mundo, pero primero lo muestra en su complejidad, celebrando la vida, sin ocultar sus zonas tenebrosas.
'Grandes esperanzas' (1860-1861) ha sido adaptada al teatro o al cine en más de 250 ocasiones. Es un a modo de variación de 'David Copperfield', quizá con más juegos de intriga, y con una relación sentimental amarga que no termina de fructificar. Más allá de los golpes de fortuna y desasosiego del protagonista, Pip, los personajes de Miss Havisham, la solterona que fue plantada el día de su boda, y Estella, la atractiva niña y luego joven que nunca le corresponderá al narrador, conforman, con la cohorte de secundarios dibujados con la precisión y eficacia habituales, una novela más contenida en su sentimentalismo que otras veces, con una articulación dramática precisa y eficaz.
Dickens escribió mucho, y no todo está a la misma altura. Pero hay una inocencia primigenia, una desenvoltura que raya en la osadía, una comprensión del alma humana en sus muy distintas variantes, una atención a las clases bajas, dotándoles de una dignidad, sorprendente en su momento, y muy de agradecer todavía hoy, una gracia particular en sus textos, que sigue fascinando a los lectores de hoy. «Me he detenido adrede en el lado romántico de las cosas corrientes», dijo.
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