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Rusia, el afán imperial

Rusia, el afán imperial

Las librerías se pueblan de ensayos que analizan el papel histórico, social y hasta arquitectónico de la Unión Soviética

Viernes, 6 de mayo 2022, 00:05

La guerra que Rusia ha emprendido contra Ucrania ha llevado a mucha gente a interesarse por la historia compartida de los dos países. Sabemos que Ucrania fue parte de un imperio ruso entre los siglos XI y XIII, que durante el siglo XIX formó parte de Polonia y de Rusia, que en el siglo XX, a pesar de un breve intervalo de independencia en 1918, volvió a ser parte de Rusia, luego de la Alemania nazi y posteriormente de la Unión Soviética hasta el desmoronamiento de esta en la década de 1990 en que se independizó. Sin embargo, en 2004 Putin anexionó Crimea a Rusia unilateralmente.

En los últimos tiempos se han publicado algunos ensayos sobre la Unión Soviética. Como 'La casa eterna. Saga de la Revolución rusa', de Yuri Slezkine, 'El siglo soviético', de Karl Schögel y 'La larga canción de la calle Chaikovski', de Pieter Waterdrinker (aún no traducido), que abundan en lo que fue la URSS desde sus inicios hasta la llegada de Putin al poder. A estos libros, que ofrecen un panorama amplio y documentado, hay que añadir el ya clásico 'Hambruna roja', de Anne Applebaum, que analiza la relación de prepotencia que Rusia mantuvo con Ucrania durante la primera mitad del siglo XX.

El libro de Applebaum, cuyo subtítulo es 'La guerra de Stalin contra Ucrania', repasa la hambruna que padecieron los ucranianos en el siglo XX a causa de los demenciales planes económicos de Rusia. Es cierto que tales planes llevaron a la suma pobreza también a otras repúblicas como Kazajistán, y a la postre a la misma Rusia. Sin embargo, el grado de crueldad que Stalin mandó aplicar en Ucrania destaca sobre los demás. La hambruna de 1933 aún pesa en la memoria de los ucranianos y de los rusos, a pesar de los esfuerzos que hizo Stalin para que de aquello no quedara constancia. Ya en 1919, con Lenin aún en el poder, los bolcheviques invadieron Ucrania con el solo propósito de apoderarse, a punta de pistola, del cereal ucraniano, ya que la producción agrícola había descendido vertiginosamente en Rusia desde la Revolución. Esto llevó a que en 1921 escaseara el cereal y la población del sur de Ucrania y de los Urales sufriera tal escasez que decidiera comer perros y ratas. Sin embargo, durante esta primera hambruna, el gobierno ruso intentó a ayudar a la población y nunca negó la realidad.

Todo cambió con el ascenso de Stalin a la jefatura de estado. Este mandó a la OGPU (antecesor de la KGB) a analizar la situación en Ucrania, que señaló, sin aportar suficientes pruebas, al campesinado como el instigador de las revueltas entre 1918 y 1920. A partir de ahí, Stalin obligó a la colectivización de todas las granjas y al requisamiento de toda la producción. Implantó en Ucrania en la década de 1930 las técnicas que utilizó para aterrorizar entre 1937 y 1938: la sospecha, la delación, la propaganda turbia y los arrestos masivos según una estrategia trazada por el Gobierno. La gente que se moría de inanición no eran víctimas, según Stalin, sino culpables de la escasez que merecían morir. Así justificó la muerte de más de cuatro millones de ucranianos, que reemplazó con población rusa en un intento de acabar con la resistencia ucraniana. También intentó que no se conocieran las cifras oficiales de muertos, y para ello no dudó en falsear las cifras del censo publicado en 1939.

'El siglo soviético' comienza con las ruinas del imperio soviético. El primer capítulo nos cuenta el florecimiento de los mercadillos justo en el momento en que la URSS se desmorona. Todo lo que perteneció al imperio es ahora pasto de compraventa. El libro es un recorrido por muchos de esos objetos que se venden, como por ejemplo la Gran Enciclopedia Soviética, una obra adaptada a la propaganda que se alejó del verdadero conocimiento a raíz de la publicación del 'Curso breve de ciencia', del propio Stalin, convertido en la obra que tenía la última palabra sobre ciencia. Aunque todos los redactores de la enciclopedia siguieron las instrucciones estalinistas al pie de la letra, ninguno se libró de ser purgado. La enciclopedia además no estaba ordenada alfabéticamente pues eso era propio del antiguo orden burgués que el comunismo pretendía dejar atrás.

La casa eterna

La casa eterna

Yuri Slezkine. Acantilado.

El siglo soviético

El siglo soviético

Karl Schögel. Galaxia Gutenberg.

La canción triste de la calle Chaikovski

La canción triste de la calle Chaikovski

Pieter Waterdrinker. Scribe (en inglés).

Hambruna roja

Hambruna roja

Anne Applebaum. Debate.

Con todo, lo que más impacta es el análisis que hace de los espacios al aire libre. La disposición de todo con el solo propósito de que nadie pudiera escapar de la vida colectiva: los jardines, los edificios públicos, el urbanismo orientado a la creación de un nuevo hombre, y la distancia sideral que había entre las grandes ciudades y los pueblos alejados. También alejado se encuentra Kolimá, el río que discurre por la región más septentrional del Lejano Oriente Siberiano, donde las condiciones de vida eran infrahumanas, con temperaturas que oscilaban entre los 40 y los 50 grados bajo cero y donde a los que allí enviaron eran obligados a trabajar como esclavos. El gulag que Stalin estableció en el Ártico tiene su complemento en el Complejo Metalúrgico de Magnitorosk, la mayor acería del mundo, a 1.200 kilómetros de Moscú. Lo componían decenas de fábricas, diez altos hornos descomunales, 34 hornos Siemens-Martins y trenes de laminado. En total producía solo él casi tanto acero como el Reino Unido. La altísima producción fue la causante de un desastre ecológico continuado durante décadas que aún se deja ver.

El Estado soviético utilizó las imágenes impresionantes de la acería, de las industrias en los Urales, y de la presa Dneprogres como propaganda de un imperio en marcha hacia el progreso. Varios fotógrafos publicaron fotos de los avances de la URSS como si fueran hazañas épicas en la revista 'URSS en construcción', que tenía ediciones en varias lenguas europeas.

'La casa eterna' analiza el espacio privado en la Rusia comunista a partir de la historia de la Casa del Gobierno, construida en Moscú para los altos funcionarios. La construyeron en los inicios de la dictadura en una ciénaga enfrente del Kremlin. Albergó a la élite comunista, que tampoco se libró de las purgas, lo cual no es de extrañar pues si algún grupo sufrió la censura, el destierro y la muerte fue el de los escritores e intelectuales (en su más amplio sentido), y ello a pesar de los encendidos encomios gubernamentales a la cultura. Esta, al fin, solo fue un modo de hacer propaganda en la URSS. El libro se adentra en el modo ideológico en que se llevó a cabo la implantación del comunismo: las ideas, pero sobre todo la textura moral de sus hacedores (el fanatismo ideológico propio de una secta que los movió). La urbanización de la ciénaga fue el mejor ejemplo de lo que el régimen entendía por el nuevo individuo soviético: un ser sometido al control del Partido, y para ello era necesario que el urbanismo, de la ciudad y de la vivienda, colaborara en ello. Se entiende así la ausencia de intimidad en aquellos apartamentos mínimos y la creación de una ciudad dentro de Moscú para así evitar que tuvieran que salir de aquella cárcel de oro. Lo extraordinario del libro es cómo retrata la vida de multitud de personas que allí vivieron un tiempo: la alegría inicial y el desencanto posterior. La vida privada, merced al urbanismo soviético, se llegó a convertir en un estado de excepción donde la casa hacia las veces de prisión.

En 'La larga canción de la calle Chaikovski', el autor recuerda los años en que vivió en Rusia. Llegó allí con la perestroika avanzada y se marchó cuando ya Putin, al que llama sátrapa, era jefe de estado. Si bien en su primer viaje iba a vender biblias que, por lo visto, los rusos ya demandaban, se dedicó sobre todo, en años posteriores, a hacer de todo tipo de negocios, casi siempre relacionados con el turismo. Waterdrinker relata la metamorfosis del país soviético al oligárquico en que se ha convertido, donde la inmoralidad y la corrupción en la esfera pública son la norma y el recurso para medrar. La riqueza de unos cuantos contrasta con la pobreza de la mayoría que viven en casas ruinosas. Todo fue un proceso que tuvo lugar en los años que van entre finales de 1980 y de 1990, con una aceleración pasmosa a partir del momento en que Putin entra en el Gobierno. Aunque el autor se marcha de Rusia a finales de 1990, tiene tiempo de ver el conservadurismo y mesianismo de Putin, y la idea que tiene de sí mismo como continuador del imperio ruso, del cual Stalin (que trabajó para conseguir la Gran Rusia), también forma parte.

De todo lo que simbolizó y fue la Unión Soviética quedan las ruinas, el desastre ecológico y un imperialismo enraizado en los siglos pasado. Es una historia que no es la de un fantasmal siglo XX porque aún vivimos sus consecuencias.

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