Una de las icónicas fotografías de Dorothea Lange sobre las migraciones en el 'dust bowl'.

Rural americana

Joan Chase, Josephine Johnson y Jane Smiley firman tres novelones sobre mujeres en comunidades agrarias del 'dust bowl'

Fermín Herrero

Valladolid

Sábado, 24 de junio 2023, 00:19

Hoy invitamos a la lectura de tres novelas soberbias y extensas, festín que nunca empacha, escritas por narradoras norteamericanas, con muchos puntos en común y curiosidades compartidas, verbigracia, que en todas aparece a su vez un trío, o cuarteto en la última, femenino como protagonista, ... para explorar detalladamente el alma humana a través de los secretos y mentiras que amalgaman o disgregan las familias. La primera es una novela de aprendizaje que deriva en melodramática en extremo; la segunda, trasunto de 'El rey Lear' como el 'Ulises' joyceano lo es de 'La Odisea', responde trágicamente al refrán castellano «el que reparte la herencia antes de la muerte se merece que le den con una piedra en la frente»; la tercera, un acercamiento desde todos los ángulos a los adentros inabarcables de la mujer, desde la resignación a la dignidad intocable.

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Con 'Ahora en noviembre' (Alianza) una jovencísima Josephine Johnson, 24 añitos, obtuvo nada menos que el Pulitzer. Un crítico del 'New York Times' situó su escritura entre dos Emilys, tan excelsas como distintas entre sí, Brontë y Dickinson, equidistancia sorprendente, si bien, la precisión reflexiva del estilo limita por una parte, fundamentalmente en lo que respecta al argumento, con el romanticismo aborrascado, y por otra, en cuanto a la forma, con una esencialidad poética tan sencilla como difícil de alcanzar, apreciable ya en la primera frase, que enlaza con el título: «Ahora en noviembre es cuando puedo ver nuestros años en conjunto». La autora es capaz de mostrarnos la belleza lírica del campo, incluso con delicadeza («nos tumbamos en la hierba con cuidado para no aplastar los acianos») en medio de la devastadora sequedad agropecuaria de un paisaje carbonizado, envuelto en polvo, siempre con la amenaza del fuego apocalíptico, ya que, como dice la narradora, «nada, ni la tierra ni el amor cura».

Las herencias envenenadas

El argumento, a partir de ahí, se desgrana en un 'flashback' sostenido que se remonta diez años, hasta la primavera en que llegaron en su carro a una granja pedregosa, pero con plantones de viejos frutales, los Haldmarne, el matrimonio y sus tres hijas. La hacienda está hipotecada y por si la deuda no fuese suficiente quebradero de cabeza, estamos al principio del 'dust bowl' (la novela se publicó en 1935), el terrible período de sequías brutales y tormentas de arena que dañaron las grandes llanuras y multiplicaron los efectos de la Gran Depresión (emigraciones y atroces hambrunas, se calculan cinco millones de muertos). En esas condiciones asistimos a la resistencia propia de supervivientes de la familia y los granjeros vecinos, desde la mente de la hija pequeña. La monotonía de los días en la que todo se magnifica y el aislamiento como semilla de la insania cuajan en un ambiente electrizante, sobre todo tras la llegada de Grant, objeto del deseo, un bracero «librepensador radical», según el padre, duro como pedernal y tal vez cínico, pese a su apariencia amable: «de la pobreza nació el miedo, y el miedo trajo el odio, y el odio, una violencia callada, y a veces locura y muerte». Bajo un solazo «explosivo y virulento», con el barómetro estancado en «claro y seco», el lector queda preso de unas pasiones sofocadas y no sabe si habrá redención o los personajes se adentrarán en una oscuridad definitiva.

Si la novela de Johnson tiene cierto aire a las historias de pioneros de la inigualable Willa (el nombre de la madre) Cather, 'Heredarás la tierra' (Sexto Piso) de Jane Smiley, también Pulitzer, pero mucho más reciente, 1991, narra cómo, con las explotaciones en crisis, se desmorona el espíritu de superación de los colonos, durante la presidencia de Carter. Se remonta a los orígenes del asentamiento donde se encuentra, en este caso «pagada, sin cargas», fruto del sudor de varias generaciones de los Cook en un trabajo de drenaje de los cenagales extenuante, a calzón quitado, la granja (los mil acres del título original) en torno a la que gira el argumento, en un condado de ficción de Iowa. Y, al tiempo, se disuelve lo que llama «la sabiduría de las llanuras», esa sapiencia decantada a lo largo de años y años de dura y difícil civilización campesina. Aún se recuerdan, eso sí, las temibles tormentas de arena de los treinta en 'Ahora en noviembre'.

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Naturalismo

La fluidez narrativa de Smiley (la novela fue adaptada con éxito al cine), lineal, con los flashbacks justos, punteada a menudo por largos diálogos de una naturalidad pasmosa, es proverbial; su maestría en el desarrollo de las escenas, sobre todo las domésticas o las conyugales, así como la disposición de la trama, una sucesión de desgracias e infortunios en toda regla, en la que no faltan asesinatos, adulterios, venganzas o incestos, son dignas de elogio. Como en la novela anterior y en la siguiente que recomendamos, los meandros argumentales que afectan a las tres hermanas, de una densidad psicológica opresiva, resultan de lo más sugerente, son arrebatadores. Además, la vida rural concentrada en la granja propia y las vecinas se llena de dimes y diretes, chismorreos, rencillas, envidias. En un entorno estancado donde el interés propio radica en el mal del convecino y en adquirir un tractor último modelo el olvido no existe y el rencor se hereda de padres a hijos. Igual que el apego a la Tierra: «El cuerpo replica el paisaje. Son origen uno de otro y artífice uno de otro».

En 'Heredarás la tierra', la narradora, en primera persona del singular, es Virginia, 'Ginny', la hermana mayor carcomida por la imposibilidad de ser madre, mientras que Joan Chase, seudónimo de Joan Lucille Strausbaugh, elige en otro primer novelón, como el de Johnson, memorable, amén de ágil y sustancioso, 'En los tiempos de la reina de Persia' (Firmamento), un punto de vista, aunque también interno, colectivo, para mostrar a fondo el insondable universo femenino. No es tampoco obra primeriza, la autora volcó en ella, ya cerca de los cincuenta, toda su experiencia y saber, en años de escritura secreta y tenaz, lo que se traduce en una sobresaliente musculatura estilística.

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El lector se sumerge con fruición, en medio del trajín de una finca cobijo o refugio de hermanas, primas y tías, que repele y expulsa a los hombres (se les aguanta todo: borracheras, desplantes, maltratos…, como al padre huraño y maltratador, abusador de 'Heredarás la tierra', pero se les hace frente hasta librarse de su sombra negra), tierra desolada y sin esperanza, en las aventuras y desventuras de un puñado de mujeres inolvidables: la divertida y pintoresca, mandona y binguera, abuela; la sagaz e intrigante tía costurera; las dos primas, bastante asilvestradas, imanes de mozuelos moscones, criaturas sensuales y samaritanas, encantadoras y hechiceras, voluptuosas y temperamentales («todas éramos así. Inestables, horribles. Hubiéramos sido capaces de arrancarnos los ojos»), si bien, como decíamos, solidarias para defenderse de los rigores masculinos.

La acción se sitúa en «las tierras llanas de la región de los lagos» en el norte de Ohio, entre enclaves menonitas y amish, hacia mediados del XX. En el mundo cerrado de una residencia en las afueras de un centro comarcal la narradora se adentra en los misterios del amor, desde las expectativas adolescentes hasta los desgarros y decepciones de la madurez, el paso desgarrador del tiempo y la llegada vacía de la muerte. Lejos de los hombres, las 'chicas' del gineceo son dueñas de una energía y vitalidad impresionantes. Con su belleza grupal, que es la del mundo, aunque surjan constantemente rivalidades entre ellas, les basta para afrontar con la cabeza alta desde los placeres sumos a las agonías terribles.

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