![Un rumor de raíces](https://s1.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202103/05/media/cortadas/NF0K8YX1-kU2E-U1307219233832SF-1248x770@El%20Norte.jpg)
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Son pocos versos. Y pocas fotografías. Los justos. Cuarenta y cuarenta, como las coplas de Manrique. Lo que pide Castilla para hablar de su misterio: justeza y letra menuda. Y la puesta de escena del eterno dilema: si una imagen vale más que mil palabras ... o si una palabra vale más que mil imágenes. Las fotografías de Mikel Alonso (Bilbao, 1950), un artista vasco que mira Castilla con ojos de Blas de Otero, están en el principio. Los versos de Amalia Iglesias (Menaza, Palencia, 1962), que llevan a Castilla en el estrato más profundo de su poesía, en el final. Juntos dan voz, imagen y textura a 'Cántico en Castilla'.
«Casi metafísicos», dice Amalia Iglesias que son los paisajes que Mikel Alonso ha captado con su cámara. Paisajes que establecen una conexión directa con Blas de Otero, pero también con esas otras visiones de Castilla de Delibes, de Guillén, de Machado, de Unamuno, de Teresa de Jesús o, sobre todo, de Juan de la Cruz, con la voz de Amancio Prada de fondo, confundida con el viento. La niebla sobre el mar interior de Castilla, las ondulaciones del terreno como oleaje, el lenguaje enigmático de las líneas y los linderos, los colores esenciales, las texturas pictóricas de los cultivos y la vegetación, las referencias lunares, la aridez, la geometría variable de los campos… la cámara ha sido captar lo que el ojo ve, pero también lo que el corazón presiente. Las señales de la vida en la desolación del desierto.
A pie de foto, o mejor, a vista de pájaro sobre las instantáneas, vuelan los poemas de Amalia Iglesias. Un vuelo en solitario sobre la «deshabitud» de los territorios vacíos, de la Castilla «despoblada et yerma» de las crónicas medievales. Castilla como un «cuerpo que germina silencioso» donde, frente a la nada aparente de los paisajes, la poeta descubre un universo de aguas subterráneas, heridas en la tierra y horizontes donde el cielo y el suelo se confunden. Un espacio grandioso que incide en la pequeñez de las personas y de las cosas. Una inmensidad de soledad y de silencio, lejos de la barbarie y en los umbrales del frío. Una metáfora perenne del atardecer sobre los escombros del tiempo. Pero también un lugar preciso para cantar la dignidad del hombre y la vibración del alma. Un canto de amor por los caminos que van desde la infancia hacia la incógnita de la muerte: plenos de vida en cada paso.
Con todo y con ser completo en sí mismo, sin duda el libro no sería el mismo sin una tercera presencia: la de Antonio Gamoneda. «Amalia: cuando tus palabras pasaban sobre las profecías agrarias de Mikel, pude escuchar un rumor de raíces», dice el autor de 'Blues castellano'. Sobre las imágenes uno y las palabras de otra, ese «rumor de raíces» que invoca Gamoneda resulta ser la banda sonora, la música callada de este libro de rizomas profundos y aire incalculable.
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