![La Roma de Fellini](https://s1.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202002/14/media/cortadas/ber-kptG-U100149234559AaB-624x385@El%20Norte.jpg)
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Rímini le dio la vida. Y ocupó un lugar destacado en su filmografía, directa o indirectamente. Pero Roma le cautivó desde que puso pie en la ciudad, con diecinueve años. En casa dijo que iba allí para estudiar Derecho. Pero lo que hizo fue colocarse ... como reportero en el periódico 'Il Popolo'. Y así comenzó un largo idilio. Una relación de amor y rebeldía que tuvo su primera toma cinematográfica en la participación de Fellini como guionista en 'Roma, città aperta', de Rossellini. Eran los inicios del neorrealismo italiano, y los barrios pobres de la ciudad eterna se convertirían en símbolo mundial del dolor y las miserias de la posguerra.
Roma fue el escenario de su segunda película, 'El jeque blanco', un filme que nunca gozó del aprecio del público ni de la crítica. Más que de la improvisación, la frescura y el retrato social del neorrealismo, de lo que bebe en esta película Fellini es del recuerdo del cine mudo, de la evocación de su maestro Chaplin. La Estación Central de Roma sitúa el inicio de la trama: un reprimido pasante de provincias quiere presentar a su joven e impetuosa novia a su tío, cura en el Vaticano… Ella, sin embargo, prefiere escaparse para seguir de cerca al Rodolfo Valentino que protagoniza su fotonovela preferida. El descenso a los infiernos del protagonista por las calles romanas, incluido un desfile de los 'bersaglieri' y la tentación de las mujeres de la vida, forma parte de lo mejor de esta cinta felliniana.
Roma estaba también, con sus luces y sobre todo sus sombras, en 'Las noches de Cabiria', de nuevo con la pobreza y la prostitución en el centro del drama humano. Esa Roma desgarradoramente frívola, filmada en blanco y negro, que se materializa, con toda su ternura, en el rostro de Giulietta Masina. Y Roma, esta vez en los límites de su falso oropel, se convertía en protagonista absoluta de la que seguramente es la más fascinante y la más personal de todas las películas de Fellini. El puente maestro entre la superación del neorrealismo y la entrada en el mundo del surrealismo felliniano, su seña más personal. Una ciudad loca, vibrante, vertiginosa, llena de contrastes… y corrompida hasta los tuétanos. Podrida en las mismas raíces de su historia y, por eso mismo, viva como solo pueden estar vivas muy pocas ciudades en el mundo. En España no pudimos saberlo hasta 1980, veinte años después de su estreno en el Festival de Cannes.
Es evidente que la Roma de Fellini es sobre todo la Roma de 'La dolce vita'. Sin embargo, el cineasta quiso volver a poner a la ciudad en el centro de su cine doce años después, dedicándole una película en exclusiva. Una película construida a base de sus recuerdos y sus experiencias más íntimas, que él tituló 'Roma', y que en España se proyectó bajo el rótulo de 'Roma de Fellini'. Por si cabía alguna duda. Ahí estaba el deslumbramiento que sintió aquel joven de provincias que llegó a la Roma de Mussolini en la víspera de la Segunda Guerra Mundial. Ahí están las contradicciones, los excesos, las paradojas, las grandezas y las miserias de la ciudad. Y ahí también algunos de los grandes iconos fellinianos, como la ascensión hasta los maravillosos desfiles de moda eclesiástica o el descenso a los prostíbulos de los barrios bajos. Con poesía y con humor. Con evocación y con libertad absoluta. Con alegría, con dolor y con desorden.
Cuando se estrenó en el romano cine Barberini, el 18 de marzo de 1972, 'Roma' tenía un metraje de 130 minutos. Sin embargo, cuando llegó a proyectarse en Cannes se había dejado en el camino un cuarto de hora. La mutilación, que nada tuvo que ver con la censura, prescindió de algunas escenas, entre ellas el número del cómico Álvaro Vitale imitando a Fred Astaire, o la presencia de Marcello Mastroianni y Alberto Sordi en la fiesta. Nunca más se volvieron a recuperar, con la excepción de un vídeo publicado en 1989 que se agotó inmediatamente. A pesar de todo ello, 'Roma de Fellini' ganó en Cannes el gran premio de la Técnica Cinematográfica y el de la crítica de Syndicat Français como mejor película extranjera.
Una rareza, quizás. Sin duda una película absolutamente personal. Pero al lado de todos sus filmes anteriores, el homenaje más auténtico, más endemoniado y más sincero que el maestro Fellini le quiso dedicar a Roma. A su verdadera ciudad. Ésa que vive en el ideario de millones de personas de todo el mundo gracias a sus películas.
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