Un rollo con muchas vueltas
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Con una larga historia y un futuro incierto, el papel higiénico ha sido una obsesión en la pandemia y materia prima para muchos artistasProtagonista ·
Con una larga historia y un futuro incierto, el papel higiénico ha sido una obsesión en la pandemia y materia prima para muchos artistasbegoña gómez moral
Viernes, 22 de mayo 2020, 07:18
La fiebre por acaparar papel higiénico se extendió hace unas semanas a la misma velocidad que la pandemia. Mientras compradores de medio mundo empujaban carritos desbordados de rollos como si estuviesen empeñados en hacer méritos para figurar en la crónica visual de 2020, sociólogos, psicólogos ... y algunos lingüistas eran los únicos no sorprendidos. Sabían que ante la inseguridad y la sensación de caos, la primera reacción es precisamente distanciarse de los desechos, sobre todo de los propios.
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H.G. Wells también debía saberlo porque en 'La isla del doctor Moreau' era un síntoma inapelable. En cuanto los animales medio humanizados por el doctor comenzaban a dejar cada vez más cerca los excrementos, la regresión era solo cuestión de tiempo. Si se prefiere una teoría no literaria, el psicoanálisis ofrece varias. Todas acaban por situar el rechazo de las heces en la base de la estructura psicológica. Es un mecanismo de control temprano o, dicho de otra manera, casi lo primero en lo que los padres instruyen al bebé, así que la separación del propio excremento queda fijada como recurso básico ante la incertidumbre y el caos.
A esas apreciaciones freudianas se añaden otros matices que los profesionales de la Psicología han explicado en periódicos y televisiones de todo el globo: cuando no se sabe qué hacer ante el peligro, acumular proporciona la sensación de estar haciendo algo. Poco lógico, pero muy humano, aunque en Alemania se llame 'hamsterkäufe', comprar como un hámster. Como esos simpáticos animales con los papos llenos de comida, se trata de acaparar todo lo posible para más tarde. Además, ante la amenaza particularmente difusa de un virus, el considerable tamaño del papel higiénico contribuye a satisfacer los reflejos de defensa mejor que amontonar, por ejemplo, comprimidos de paracetamol o latas de guisantes. Que el color más habitual sea el blanco también tiene que ver porque el panteón grecolatino confirma el parentesco entre limpieza, curación y salud. Tan cerca están los tres que Panacea e Higea, la cura y la higiene, son hijas de Asclepio, el dios de la Medicina.
Al cabo de los años, la realidad se conjura para que las impecables pirámides de rollos de papel higiénico, que provocaban en el público una sonrisa entre divertida y escéptica cuando Martin Creed las presentó en 2014, hayan pasado a esquematizar la situación actual con sorprendente eficacia: papel higiénico y precisión matemática; higiene y control. Otros artistas ejercitan una mirada que implica a la globalización y las consecuencias del abuso del papel no solo higiénico.
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A criterio de los enterólogos, el papel higiénico ni siquiera es del todo idóneo para la finalidad que se usa: fricción, ineficacia, productos químicos en contacto con la piel, huella ecológica. A todas luces es más aconsejable lavarse con agua. Pero con el bidé injustamente asociado a la vida licenciosa y en franca regresión por el espacio que ocupa en el cuarto de baño, quizá no esté lejos el gran momento de los inodoros con lavado incluido. En eso los japoneses van a la cabeza, aunque allí, igual que aquí, los precios -alrededor de 1.000 euros como mínimo para el modelo más básico con chorro- aun tienen que ajustarse a un presupuesto razonable. Mientras tanto, se extiende el uso de tapas más o menos sofisticadas que se pueden instalar sobre inodoros normales e incorporan esa tecnología con una simple conexión a la toma de agua.
Puede que el papel higiénico tenga los días contados, pero no deja de evolucionar. En lo esencial sigue siendo el mismo rollo microperforado que Seth Wheeler dibujó en 1891 para registrar la patente. Pero basta comparar un rollo 'el elefante' de la década de 1970 con un acolchado con aloe vera hipoalergénico de cuatro hojas actual para darse cuenta de muchas cosas. Algunas marcas optan por la ecología y otras por el color. Es arriesgado, pero hay casos de éxito como la edición limitada en blanco y amarillo del Vaticano, que salió al mercado para celebrar la visita a España del Papa Benedicto XVI. O la preferencia de Beyoncé por el rojo intenso que pidió para una gira en 2013. O el higiénico negro estigia, que se le ocurrió al directivo de una papelera mientras veía el Circo del Sol. La última moda hotelera es rematar los rollos con un sello de agua en lugar del adhesivo o el plegado en pico habitual.
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De momento no es probable, pero, si un día desapareciese, la historia del papel higiénico podría llenar varios volúmenes. Antes de existir, cada cual usaba lo que tenía: los vikingos, pieles o trozos de cuero; los inuit, nieve y musgo; en Hawái, cáscaras de coco y en América, hojas de maíz. En el Imperio romano se empleaban piedras redondeadas, bolas de paja, restos de lana… y existía el 'tersorium', un palo con una esponja atada en un extremo que se dejaba tras cada uso en un recipiente con agua y vinagre. El papel higiénico como tal procede de China. Entre las referencias antiguas hay una anotación del siglo VI cuyo autor declara que nunca usaría páginas de los sabios confucianos para el inodoro. La costumbre de fabricarlo con finalidad higiénica data del siglo XIV, cuando se empezó a producir para el primer emperador Ming. Pasaron los siglos y a los escasos europeos y árabes que llegaban aquella costumbre les parecía atroz. Hasta 1857 no se empezó a fabricar en Occidente. Uno de los primeros fue el estadounidense Joseph Gayetty, que llamó a su producto 'papel terapéutico' aduciendo que curaba las hemorroides y lo vendió en paquetes de 500 hojas con su nombre impreso en cada una. Su precio resultaba exorbitante y no consiguió desbancar a las guías telefónicas atrasadas. El almanaque 'Old Farmer's' incluso se imprimía con un agujero en la esquina para poder colgarlo y cuando el catálogo de Sears empezó a imprimir las páginas centrales en papel satinado, la cuestión era tratar de evitarlas.
El confinamiento ha sorprendido a los artistas tanto como a cualquiera, aunque algunos no han tardado en reaccionar y dar muestras de considerable capacidad para adaptarse al medio, que ahora se rige por la distancia social, el confinamiento y la heroicidad de resistencia, tanto de quienes tienen que salir a trabajar como de quienes se quedan en casa. Banksy, cuyo arte de calle es probablemente una de las profesiones más difíciles de trasladar a la mesa del comedor, ha optado por homenajear a estos últimos, los teletrabajadores que representan a diario y sin aplausos la tragicomedia de llevar ya ni se sabe cuánto sin pisar apenas la calle. El 15 de abril publicó 5 fotos de la intervención en un cuarto de baño de su vivienda: «Mi mujer odia que me traiga el trabajo a casa», comentaba irónico. Los roedores que emplea con frecuencia -rat es anagrama de art- en esta ocasión parecen estar soltando adrenalina en el confinamiento, aunque no lo hacen en comedidas tablas de hipopresivos. Un ratón parece haber dado al traste con el rouge Coco Allure de Chanel para marcar en la pared los días de cuarentena al estilo presidiario. Otros tres hacen balancear peligrosamente el espejo sobre el lavabo. Toda la escena es un comentario sobre la trinchera de mínimos que implica la convivencia estos días, en especial, un ratón que ha puesto perdida la tapa del inodoro; otro, que salta sobre el punto medio del tubo dentífrico, y el que ha decidido correr la maratón sobre el sufrido rollo de papel higiénico.
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