![Las riquezas del Marqués de Santillana, en el Prado](https://s1.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202211/11/media/cortadas/santillana-kBBE-U180573475523pJG-1248x770@El%20Norte.jpg)
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José Antonio Pascual
Valladolid
Viernes, 11 de noviembre 2022, 00:03
La Castilla tardomedieval padeció en aquel lejano siglo XV, que parece estuviera esperando la llegada del Renacimiento, unas tensas relaciones entre Juan II y los nobles, solapadas además con los graves enfrentamientos con los aragoneses y la guerra que se mantuvo con el reino de ... Granada.
Destaca entre los nobles de entonces don Íñigo López de Mendoza, a quien no le faltó habilidad ni escatimó esfuerzo para ser encumbrado por el rey con el nombramiento de marqués y con la concesión de las prebendas anejas a tal condición. Mucho tuvo esto que ver con la intervención de Santillana en la política y con su participación en las lides guerreras. Lo cual no lo condujo a desatender sus derechos señoriales ni le impidió ser un referente en la cultura del momento. En esto último se pone de relieve su contribución al cambio de mentalidad que supuso que el estado de la caballería buscara participar en el cultivo de las letras, pues estas no embotaba el filo de las armas. Fue el miembro más eminente de aquel grupo de nobles que a finales de la Edad Media tuvo a gala adornarse con el cultivo de la literatura y la promoción de esta entre sus iguales y allegados.
Para ello se dotó de una biblioteca, la más importante de las privadas de la época, capaz de competir con las de los monasterios, universidades y palacios reales. En torno a ella se desarrollaron relaciones intelectuales entre personas —parientes, amigos, secretarios, juristas, escritores, copistas y traductores—. De ello y de la importancia del marqués en el ámbito cultural da buena cuenta Fernando del Pulgar, cuyas son las palabras siguientes: «Don Íñigo López de Mendoza, marqués de Santillana, tenía gran copia de libros y dábase al estudio. Tenía siempre en su casa doctores y maestros con quien platicaba en las ciencias y lecturas que estudiaba. Hizo asimismo tratados en metros y prosas muy doctrinables para provocar a virtudes y refrenar vicios. Y en estas cosas pasó lo más del tiempo de su retraimiento. Tenía gran fama y claro renombre en muchos reinos de España, pero reputaba mucho más la estimación entre los sabios que la fama entre los muchos».
Esto ocurre en un momento en que el humanismo, que había surgido en Italia en el siglo anterior, hizo que los escritores dirigieran la mirada a la antigüedad clásica poniendo en ella una mayor atención que la que se le había prestado en el medievo. Atención que ya no era asunto solo de clérigos, sino también de nobles, como nuestro marqués.
Este trató de acercarse a los modelos de los poetas latinos, inducido a ello por poetas modernos, como Dante, Petrarca y Boccaccio, que entonces formaban parte de la vanguardia. Sin embargo, no fue capaz de saltar por encima de su sombra y llegar donde casi un siglo después se colocaría Garcilaso, cuando por fin logró irrumpir el humanismo en España.
La hermosura de lo velado
Con todo, refleja el influjo de la literatura clásica en el cuidado con la lengua, en su interés por componer con orden y ornato su escritura, y, como ha señalado Miguel Ángel Pérez Priego, en tratar de lograr aquel «fingimiento de cosas veladas con muy hermosa cobertura, compuestas, distinguidas y medidas con cálculo, peso y medida». Sin conseguir adentrarse por las formas más elaboradas del humanismo, nos queda de él una forma de escribir que supone la conversión de los antiguos trovadores en refinados poetas cortesanos; lo que ha dado lugar a obras tan novedosas como la 'Comedita de Ponza', en que, aparte del aliento épico que subyace en la narración de la derrota naval que sufrió la Casa de Aragón en el golfo de Gaeta, aparece una paráfrasis de los versos de Horacio, que conectan bien con nuestra sensibilidad:
«¡Benditos aquéllos que con el azada / sustentan su vida y viven contentos, / y de cuando en cuando conocen morada / y sufren pacientes las lluvias y vientos! / Ca estos non temen los sus movimientos, / ni saben las cosas del tiempo pasado, / ni de las presentes se hacen cuidado, / ni la venideras do han nacimientos».
Aunque en estos versos Santillana no se desprendiera de la rotunda solemnidad del ritmo dodecasílabo para cambiarlo por otro menos solemne y más flexible del endecasílabo italiano, que es al que nos ha acostumbrado el Renacimiento.
Las perlas de las serranillas
La 'Comedieta' pertenece a un grupo de poemas alegóricos influidos por la literatura italiana, en los que Santillana se dirige a un público cortesano, que participa de un nacionalismo hispánico enraizado en el pasado, preocupado las consideraciones morales de los poemas, a la vez que satisfecho por verse reflejado en una realidad que se basa en la vida de palacio.
Es esta solo una pequeña parte de una gran producción literaria, de la que solo, por lo que tiene de contraste, me referiré a esas perlas poéticas que son las serranillas, una versión española de la pastorela provenzal, en que pueden encontrarse versos como los siguientes de La vaquera de la Finojosa, tan alejados del otro tipo de poesía cortesana a que me he referido:
«En un verde prado
de rosas y flores,
guardando ganado
con otros pastores,
la vi tan graciosa
que apenas creyera
que fuese vaquera
de la Finojosa.
No creo las rosas
de la primavera
sean tan fermosas
ni de tal manera.
Fablando sin glosa
si antes supiera
de aquella vaquera
de la Finojosa.»
La producción del Marqués, nada escasa, supuso un cambio que nos sitúa aún en los finales de la Edad Media, a las puertas mismas del comienzo de la época moderna.
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