El escritor James Joyce. EL NORTE
Aproximaciones

Relato y retrato de James Joyce

«Para algunos, poco dados a experimentos, su mejor libro es el primero, 'Dublineses'»

Luis Marigómez

Valladolid

Viernes, 17 de junio 2022, 00:44

El 16 de junio se celebra el Bloomsday en Dublin; este año, con el centenario de la publicación del 'Ulises', ha sido incluso más relevante. Es la gran fiesta de la literatura en Irlanda, la glorificación de su gran escritor. Cuando murió, en Zurich, en 1941, el estado irlandés se negó a repatriar su cuerpo. Había vivido fuera, sintiéndose exiliado, la mayor parte de su vida.

Publicidad

En la primera secuencia del libro Stephen Dedalus se despierta en la Torre Martello ese día y desayuna con sus amigos, antes de empezar sus muy vulgares aventuras. Ese personaje de apellido griego, tan pagado de sí mismo que el autor lo enlaza con el constructor del laberinto en la mitología, además de con su propia vida, es el protagonista único de su anterior libro, el 'Retrato del joven artista' (1916) –título un poco distinto del tradicional, en la reciente traducción de Damiá Alou–.

Son dos obras muy distintas y a la vez parecidas; esta no tan conocida, le llevó 10 años escribirla, con diferentes versiones antes de alcanzar la definitiva: desde 1904, a punto de emigrar de un país al que quería tanto que le resultaba insoportable, a 1914 en Trieste. El 'Ulises' le llevó tres años menos. Le ayudó a publicarlo, fuera de su país, el siempre catalizador Ezra Pound.

Para algunos, poco dados a experimentos, el mejor libro de Joyce es el primero, 'Dublineses' (1914), que hoy se lee como un clásico, sin que se le noten las costuras ni sorprenda por sus excentricidades, algo que sí pasaba cuando apareció, por supuesto, no en Irlanda.

Hoy es bien conocido su último relato, 'Los muertos', también en su versión cinematográfica, y porque en sí mismo ejemplifica de la mejor manera el concepto de 'epifanía', esa revelación súbita que reciben en algún momento sus personajes y que ilumina sus vidas.

Publicidad

El 'Retrato del joven artista' queda en un lugar oscurecido por la gran repercusión de su siguiente libro, que habría sido imposible sin haber trabajado –ese es el verbo– en este con tanto afán. No es un relato al uso, ni una autobiografía, aunque haya algo de ambos.

En cinco capítulos, con varias escenas en cada uno, se describen momentos cruciales de la vida del personaje, uno solo en el libro, el ya mencionado Stephen Dedalus, desde su niñez, hasta dejarlo ya instalado en sus estudios universitarios.

Publicidad

Son momentos cinematográficos, con específicos detalles visuales, sin relación dramática obvia entre unos y otros, más allá de que le ocurren siempre al mismo sujeto. De nuevo aparecen esos instantes sagrados, deslumbramientos, que vienen de un catolicismo que lo envuelve todo en la vida y el entorno de este niño que crece. El escritor a veces le da la vuelta al concepto y lo pone del revés. «Stephen levantó su cara aterrorizada y vio que los ojos de su padre estaban anegados en lágrimas».

De hecho, la influencia de la religión en la sociedad irlandesa de finales del siglo XIX es uno de los temas esenciales del libro. En el capítulo III aparece la descripción del infierno más aterradora que pueda imaginarse, a partir de unos ejercicios espirituales llevados a cabo por jesuitas, la orden que educa a Stephen y que educó a Joyce.

Publicidad

«Imaginemos un cadáver fétido y pútrido que se pudre y descompone en la tumba, una masa gelatinosa de corrupción líquida. Imaginemos que ese cadáver es presa de las llamas, devorado por el fuego del azufre ardiendo y emite unos densos vapores asfixiantes de descomposición nauseabunda y desagradable. E imaginad después ese hedor aborrecible, multiplicado por un millón, y de nuevo por un millón, procedente de los millones y millones de fétidos cadáveres (…)».

El artista, a partir de cierta edad, pasa su aprendizaje entre las caídas en la tentación de la carne y, agobiado por sus pecados, el arrepentimiento posterior. «Una desasosegante sensación de culpa lo acompañaría siempre: se confesaría, se arrepentiría y lo absolverían (…), de manera infructuosa». Se vuelve un meapilas sabelotodo antes de dejar de creer definitivamente, con la voluntad de hacerlo explícito en el mundo que le rodea.

Publicidad

En su camino a la madurez, siente vergüenza por el comportamiento de su padre. El final del libro se abre a diálogos largos que tratan de resolver los dilemas del héroe. Se niega a cumplir el precepto pascual de la comunión, dando un tremendo disgusto a su madre. Su primera rebelión, de niño, le integró aún más en el sistema que lo cobijaba, esta lo expulsa definitivamente. En la última secuencia, el autor cambia los modos y transcribe unas páginas del diario de su personaje, que así habla en primera persona, para sí mismo.

El modo que utiliza para trazar el retrato es el estilo libre indirecto, siguiendo las pautas de Flaubert. «El artista, igual que el Dios de la creación, permanece dentro o detrás o más allá o encima de su obra, invisible, refinado hasta desaparecer, indiferente, cortándose las uñas».

Noticia Patrocinada

Para Joyce, la literatura es una forma artística, por eso su héroe recibe ese apelativo, en vez del de escritor. Después de seguir con un rigor estricto ese modelo, en su siguiente libro decide soltarse la melena y empezar con los juegos de escritura y de palabras que le caracterizan de ahí en adelante. Tampoco hay humor, que será también otra marca de la casa, pero sí una tensión en la frase, un afán de exactitud, que influirá en escritores como Rosa Chacel, que siempre reivindicó el 'Retrato…' como el modelo que ella siguió en toda su obra. La primera traducción al español, de Dámaso Alonso, se publicó en 1926. El 'Ulises' no fue traducido hasta 1945, en Argentina.

Joyce da varios pasos más allá del 'Ulises' con Finnegan's Wake' (1939) un libro que tiene la voluntad de integrar todas las lenguas, escrito en una jerga inventada, imposible de traducir, y quizá de leer. Su ambición no tenía límites. «Yo deseo apretar entre mis brazos la belleza que todavía no ha venido al mundo», dice Stephen Dedalus en el 'Retrato…'. Es una belleza convulsa, por la que peleó con una determinación heroica.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

0,99€ primer mes

Publicidad