![500 años de los Comuneros: La rebelión comunera rompe las costuras del tiempo y de la Historia](https://s3.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202104/19/media/cortadas/rebelioncomunera-U8099932868lpH-R7UM2bvWg59z2TLyYOhBajL-1248x770@El%20Norte-ElNorte.jpg)
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La rebelión de los Comuneros (1520-1521) ha roto las fronteras del tiempo, y las costuras de la historia. No sólo no logró ser acallada, ... aunque durante mucho tiempo fue menospreciada, sino que del siglo XIX para acá no ha dejado de convertirse en referente para proyectos políticos de muy distinta índole, liberales, socialistas, republicanos, revolucionarios... La celebración del V Centenario de la derrota de Villalar, y las especiales circunstancias políticas de España y el mundo, la han convertido de nuevo en espejo en el que mirarse o en el que legitimar aspiraciones del presente. Así lo reflejan, en mayor o menor medida, buena parte de los más de 30 libros actualmente disponibles sobre el fenómeno de las Comunidades de Castilla, de los que casi la mitad, 13, han sido publicados en el último año.
«Los Comuneros se han utilizado muy a menudo como timbre de legitimidad histórica para proyectos políticos del presente», explica el historiador Enrique Berzal, autor de 'Los comuneros. De la realidad al mito' (Silex), libro que acaba de reeditarse con motivo de la efeméride. Berzal recuerda que los primeros en reivindicarlos fueron los liberales de Cádiz, que vieron en ellos un antecedente claro de sus propios propósitos: proclamar al pueblo como sujeto de la soberanía nacional, limitar el poder del rey y establecer unas bases políticas de buen gobierno. «El primer homenaje a los Comuneros lo organiza el Empecinado en 1821, hace dos siglos», recuerda Berzal. Pero también los liberales del Trienio, y los revolucionarios de 1868 se vieron reflejados en los castellanos. Como la II República, que incorporó el morado a su enseña nacional por la Castilla comunera.
En 1930, antes de convertirse en presidente, Manuel Azaña publicó 'Plumas y palabras' un conjunto de ensayos que incluye 'El Idearium de Ganivet', reeditado este mismo año como 'Comuneros contra el rey' (Reino de Cordelia). En este ensayo, Azaña articula una línea de análisis, que luego tendrá mucho éxito y continuidad, que interpreta Villalar como una de esas encrucijadas históricas en las que un país decide su destino. Según esta visión, inevitablemente simplificadora, la derrota de Villalar supuso la derrota de un modelo de España, más liberal y democrático, y se impuso otro, representado por Carlos V, más volcado al absolutismo y al sometimiento interno y externo.
Uno de los más recientes ensayos sobre la cuestión, 'Comuneros. El rayo y la semilla' (Hoja de lata), del vallisoletano afincado en Chicago Miguel Martínez, transita por el camino abierto por Azaña. Y se acoge al cobijo de Walter Benjamin, en sus Tesis, cuando éste afirma que «articular históricamente el pasado no significa conocerlo 'tal como realmente ha sido', significa apoderarse de un recuerdo tal como refulge en el instante de un peligro». Al amparo de las dos paternidades, Martínez reivindica la experiencia comunera «como uno de los principales referentes históricos y simbólicos de cualquier proyecto republicano para España». No sólo eso, sino que los comuneros le sirven también para legitimar ese nuevo proyecto constituyente de revisión radical de la Transición en el que está embarcada una parte de la izquierda. «La construcción de soberanías compartidas desde abajo que llevó a cabo el pueblo comunero podría ayudar a imaginar procesos similares de rearticulación constituyente, en un momento en que, tras una década de crisis económica, reacción centralista, deslegitimación monárquica, amenaza climática y pandemia global a muchos les parece que han entrado en crisis demasiadas cosas», plantea Martínez.
El autor de 'El rayo y la semilla' aboga incluso por resignificar la historia de España y hacerla comenzar en 1520, en vez de en 1492. «El efecto de poner el énfasis en la primera refrescaría muy saludablemente unos imaginarios históricos completamente anquilosados. El referente simbólico de lo que queremos empezar a ser no estaría cifrado en el pesado fatum del imperio, sino en las aspiraciones emancipadoras de comuneros y agermanados». El periodo del Imperio español, el momento de mayor esplendor, pujanza e influencia de España en el mundo, debería ser considerado como un capítulo de la historia que se estudiara un poco por sentido del deber, pero sin entusiasmo.
«Volcar las ilusiones del presente en la historia es poco científico», opina Berzal, quien cuestiona que pueda atribuirse a la rebelión de las Comunidades una pretensión republicana –«lo primero que hicieron fue buscar el apoyo de la reina Juana»- o confederal. «Ellos tenían un proyecto nacional cuya base eran las ciudades, no los territorios o los reinos», explica. Por ello mismo, le parece un error asentar en esta efeméride el fundamento para una identidad autonómica o un modelo descentralizador. «Lo que ellos buscaban era una limitación del poder real», asegura.
Frente a quienes creen haber encontrado en la derrota de Villalar el origen de los problemas de España se revuelve la investigadora Elvira Roca Barea, autora de 'Imperiofobia' y 'Fracasología' y perspicaz analista de cómo la 'leyenda negra' sigue configurando nuestro modo de vernos. «Una de las peculiaridades de la historia de España es que todo historiador que entra en ella lo hace para emitir un juicio moral. Esto, que sería inconcebible en Alemania, y que desautorizaría a quien lo hiciera, aquí está normalizado. Al final se trata de buscar el pecado original de España. Es como una obsesión religiosa».
«La otra anomalía es no haber entendido que el imperio español acabó hace dos siglos», añade Elvira Roca. «Hay una cantidad enorme de gente que cree que sigue vigente, como si tuviera una vida ectoplasmática, como una fantasmagoría. El último ejemplo lo brinda un candidato ecuatoriano que ha hecho campaña con el lema 'Descolonizar Ecuador'. Hay muchos interesados en mantener vivo el cadáver, aunque sea sujetándolo con un palo».
La mayoría de los historiadores contemporáneo ven la rebelión de las Comunidades como un movimiento predemocrático. Es la línea que representan José María Maravall,Joseph Pérez, autor del libro de referencia sobre estos sucesos 'Los comuneros' (La Esfera) o José García Abad, autor de 'La reina comunera' (La Esfera) en el que analiza los hechos a partir de la figura de la reina Juana de Castilla. «Durante mucho tiempo la revuelta comunera se vio como un movimiento reaccionario, pero la visión de los historiadores ha cambiado y ahora se la reivindica mayoritariamente como precedente democrático», opina.
En realidad, la principal aportación de los Comuneros es plantear un modelo de país basado en la tradición de libertades medieval establecido en la Península durante la Reconquista. Un sistema articulado a partir de la concesión de fueros, o privilegios, a las ciudades y que encontró en las Cortes de León de 1188 el primer antecedente mundial de algo parecido al parlamentarismo. Esa doble idea del poder de las ciudades y de la limitación del poder real es la que los Comuneros intentan mantener. Pero tanto en España como en el resto de Europa está gestándose el Estado moderno a partir de la concentración del poder en manos del rey. El filósofo y teólogo vallisoletano Mariano Delgado, profesor en Suiza, aborda en parte esta cuestión en su libro 'El siglo español (1492-1659)' (Encuentro) en el que hace balance de esos casi 170 años de hegemonía española en el mundo que desmienten la idea de que, tras Villalar, llegó la decadencia.
«El cambio de modelo del paradigma corporativo-medieval al cuasi absolutista también tuvo aspectos positivos: acabar con el feudalismo de la nobleza, la Iglesia y las órdenes religiosas, y fortalecer el poder Real, lo que entonces era «moderno» en toda Europa. En aquella época era la tendencia también en Francia o en Inglaterra», explica Delgado. «Pero en el aspecto económico, la derrota de los Comuneros truncó el desarrollo de la incipiente burguesía mercantil castellana», lo que no pasó en otros países.
El filósofo vallisoletano, nacido en Berrueces, muy cerca de Villalar, destaca que el ideal de buen gobierno que defendían los Comuneros en el trabajo de la Escuela de Salamanca, y en la actividad en defensa de los indios de Bartolomé de las Casas. Pero cree que lo ideal hubiera sido un acuerdo entre los partidarios de las Comunidades y los del rey, «Lo mejor hubiera sido la integración del ideario comunero en el proyecto imperial, mitigando así los aspectos más negativos de éste. Hablo de un arreglo, porque una 'victoria' de los Comuneros en aquellos tiempos tan convulsos podría haber sido peor que su derrota».
Además de las obras mencionadas en el texto –'Los comuneros' de Joseph Pérez; 'De la realidad al mito', de Enrique Berzal; 'Comuneros contra el rey', de Manuel Azaña; 'El rayo y la semilla', de Miguel Martínez; o 'La reina comunera', de José García Abad- el interesado puede completar información con estas otras de reciente aparición: 'La imagen literaria de los comuneros', de Guillermo Fernández; la reedición del romance de los Comuneros de Luis López-Álvarez; 'La revolución de las comunidades de Castilla' de Jesús Félix García de Pablos; 'La Comunera de Castilla', de María Teresa Álvarez; 'La comunera María Pacheco', de Toti Martínez de Lezea; 'Biografía de Juan de Padilla', de Fernando Martínez; o 'La rebelión de las comunidades' de Salvador Rus, entre otros muchos. Difíciles de encontrar, pero muy relevantes, son los estudios de José María Maravall y Stephen Haliczer.
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